Capítulo 1.
Estaba solo. O, al menos, eso había creído al principio. No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a sentirme vigilado. Me di la vuelta, pero allí no había nadie. Busqué algún aparato electrónico que indicara la presencia de alguna cámara, pero hacía años que los hacían tan pequeños que ya eran imposibles de detectar a simple vista. Sabía que me vigilaban de todas formas. Las Unidades de Internamiento estaban diseñadas para ello, para que nadie hiciera lo que no debía. Y como ya no había humanos vigilantes, las normas se cumplían siempre. Estrictamente. La sensación era tan intensa que grité “¿Hola?”. El silencio era total. Bueno, casi. Si prestabas mucha atención podías percibir un lejano zumbido, posiblemente debido a la electricidad que hacía posible el perfecto funcionamiento de la estructura tridimensional que asemejaba un panel de abejas y la iluminación blanquecina que parecía venir de todos los lugares al mismo tiempo: del techo, de las paredes, del aire que respiraba… aire totalmente neutro, sin ningún olor. Cuando llevaba exactamente seis horas y cincuenta minutos en aquel pequeño cubículo, escuché un ruido de engranajes, como de paneles deslizándose, y en la columna central se abrió una abertura rectangular de unos veinte centímetros de ancho. Unas letras rojizas aparecieron en la parte superior de la columna, justo encima de la abertura. El mensaje estaba escrito en el idioma común, y su significado era:
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