Capítulo 1.
Estaba solo. O, al menos, eso había creído al principio. No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a sentirme vigilado. Me di la vuelta, pero allí no había nadie. Busqué algún aparato electrónico que indicara la presencia de alguna cámara, pero hacía años que los hacían tan pequeños que ya eran imposibles de detectar a simple vista. Sabía que me vigilaban de todas formas. Las Unidades de Internamiento estaban diseñadas para ello, para que nadie hiciera lo que no debía. Y como ya no había humanos vigilantes, las normas se cumplían siempre. Estrictamente. La sensación era tan intensa que grité “¿Hola?”. El silencio era total. Bueno, casi. Si prestabas mucha atención podías percibir un lejano zumbido, posiblemente debido a la electricidad que hacía posible el perfecto funcionamiento de la estructura tridimensional que asemejaba un panel de abejas y la iluminación blanquecina que parecía venir de todos los lugares al mismo tiempo: del techo, de las paredes, del aire que respiraba… aire totalmente neutro, sin ningún olor. Cuando llevaba exactamente seis horas y cincuenta minutos en aquel pequeño cubículo, escuché un ruido de engranajes, como de paneles deslizándose, y en la columna central se abrió una abertura rectangular de unos veinte centímetros de ancho. Unas letras rojizas aparecieron en la parte superior de la columna, justo encima de la abertura. El mensaje estaba escrito en el idioma común, y su significado era:
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Aquella gigantesca estructura que flotaba en medio del vacío no era para nada como me la había imaginado. La luz brillante, de un blanco inmaculado, parecía brotar de sus mismas paredes y hacía daño a la vista. Para ser un lugar de muerte y olvido, tenía una extraña apariencia de paz y esperanza, como muchos de mis pacientes me habían relatado que ocurría al llegar al límite de la vida física.
Según avanzaba por el estrecho pasillo suspendido en el aire como por arte de magia, escoltado por los dos robots vigilantes, tuve la sensación de que me guiaban a la tumba. Pero sin duda era efecto de todas las historias que había oído sobre el lugar en los últimos días. Por fortuna no había estado solo… pero lo que me habían contado había hecho mella en mi ánimo poco a poco y la leve preocupación del principio se había ido tornando en un incipiente miedo que amenazaba con paralizarme. Pero no lo permitiría… no permitiría que esas oscuras historias, sin duda falsas, minaran mi fuerza. Debía tomármelo como lo único que era: una pequeña piedra en el camino, un pequeño inconveniente que pronto sería solucionado, en cuanto se demostrara mi inocencia. |
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