Capítulo 7.
Con una pierna cruzada sobre la otra y el respaldo de la silla bien arrimado a la pared, Tot sostenía un libro en la mano izquierda y un reloj atómico en la derecha que le avisaría con una alarma cuando el futuro fiambre se hubiese separado definitivamente de su carcasa. El libro se llamaba Derechos Animales: El Enfoque Abolicionista de un tal Gary Francione, profesor de filosofía. El reloj marcaba las 3:47 de la madrugada y la alarma estaba ajustada para las 4:05, aunque el momento exacto de la muerte siempre estaba sujeto a variaciones imprevistas. Con el ceño fruncido, Tot repasaba las últimas líneas que había leído. «Todos los seres sintientes deberían tener al menos un derecho: el derecho a no ser considerado propiedad.» Tot hizo un gesto de asentimiento, reflexivo y profundo, mientras pensaba: «Vaya montón de bazofia… ¿Qué ha hecho Leuche, señor mío, meterse en una secta? Y yo que pensaba que había aprendido algo en aquella vida en la que se suicidó con doscientos diecinueve más por adorar a un loco predicador que se había enriquecido a su costa...» Con un gesto de desdén miró hacia la cama del anciano. ¿Cuál era su nombre? Ah, sí, Francisco. Ya no respiraba.
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Capítulo 6.
Tot leía en su despacho con los pies cruzados cómodamente sobre la mesa, repanchingado en su silla de escritorio. Por fin lo podía hacer otra vez, ahora que todos sus subordinados estaban ocupados en otras tareas y él no tenía por qué mantener la compostura. Diablos, qué bien se estaba solo en la oficina. No había que repartir las porciones de pizza y él decidía si llevaría piña o no. Suspiró de puro placer. Así sí que era agradable venir a trabajar… Una visión que acababa de materializarse en una de las sillas de visitante le hizo dar un respingo y el libro que estaba leyendo saltó por los aires. ¿Por qué los malditos Guías Espirituales nunca pedían permiso para entrar? —Sé que ese tratado que ahonda en la eugenesia y cómo esta influyó en la ideología del Tercer Reich está muy interesante, pero deberías estar estudiando sobre el origen del veganismo y cómo llevarlo a la práctica en la primera mitad del siglo XXI. Menudo tostón era Han… guapo sí que era el condenado, con esa melena rubia que ni Sebastian Bach el de Skid Row, pero siempre estaba diciéndote lo que tenías que hacer y lo que no. Además de que debía de ser un vanidoso del copón, pudiendo elegir otra apariencia y siempre iba así, como una estrella del rock recién salida de la peluquería. No sabía cómo Leuche podía soportarlo ni sentir tal desmedida admiración por alguien que debía de ser muy espiritual para estar en ese puesto pero en conjunto era más bien un tipo mediocre. Tot no se dejó amedrentar por su presencia. Miró su reloj atómico de precisión con aire casual y dirigió una seductora mirada a Han. Capítulo 5.
Leuche abrió de pronto los ojos para encontrarse totalmente a oscuras en posición horizontal, bocarriba… o eso parecía. ¿Dónde estaba? Apenas recordaba el ascensor interdimensional… ah, espera, es que ni siquiera habían llegado a cogerlo. Han le había dado un empujón cuando llegaron al borde del mundo espiritual, Leuche se precipitó en eso con apariencia de abismo insondable, y, para qué negarlo, se cagó en todo… metafórica y literalmente hablando, ya que en un tris ya tenía cuerpo físico. Otra vez… Había decidido saltarse el parto, que ya había vivido muchos y eran muy estresantes. Sí, estaban bien por lo del vínculo materno-filial y todo ese rollo sentimentaloide, pero qué se le va a hacer, a veces tenía más prisa que otras. A juzgar por la torpeza general que sentía y lo tierno de sus carnes aún debía de ser un bebé. No podía ni sostener su cabeza para comprobar qué sexo había elegido al final. Ahora entraba un poco de claridad por la persiana, pero no distinguía nada allá abajo en la entrepierna, ni siquiera el color de los pañales, por si le daban una pista. A pesar de estar bien entrado el siglo XXI muchos padres aún seguían con esa estúpida manía de poner rosita a las chicas y azul cielo a los chicos. Se preguntó si los suyos serían así de sexistas. Tampoco sentía ningún dolor en los lóbulos de las orejas. Esto podría significar que había nacido niño esta vez, pero lo de no sentir dolor no le acababa de gustar mucho. ¡Quería volver a ponerse aros de tipo pirata! No… mejor unas calaveras, ahora que ya era oficialmente un Ángel de la Muerte. Su felicidad hizo que los labios del bebé se estiraran en su primera mueca sonriente. Je, je… un Ángel de la Muerte renacido, eso era más molón que la insignia del Departamento. Capítulo 4.
Los organizadores de la manifestación animal pidieron a los asistentes que prestaran atención. —¡Bienvenidos todos a esta asamblea extraordinaria! —comenzó a balar la cabra—. Me alegro de que la distribución de los panfletos haya sido tan rápida y efectiva. Como sabéis, la situación en la Tierra ha llegado a un punto insostenible e inaceptable para toda la comunidad animal. Hay compañeros que incluso se han negado a reencarnar, ya que ni siquiera tienen tiempo de vivir sus vidas con plenitud. Los humanos se han empeñado en tratarnos como esclavos desde que nacemos hasta que morimos, no nos dan ni un respiro. Se han adueñado de todo y nos meten en el mismo saco con la «naturaleza» y los vegetales, como si una zanahoria tuviera los mismos sentimientos que un cordero. Se han olvidado de que somos seres individuales con consciencia (seguramente más desarrollada que la suya, por cierto), de que no estamos aquí para servirles en sus deleznables propósitos. ¡Ni siquiera se acuerdan de que antaño hablábamos el mismo idioma y no teníamos problemas para comunicarnos! ¡Tenemos que poner fin a todo esto! Un clamor procedente de la multitud se extendió por toda la explanada, infinitos sonidos de todas las clases llenaron el aire (o más bien el éter), incluyendo los que hacían las cacerolas golpeando unas contra otras. Cuando el grado de excitación disminuyó un poco un gorila con canas que estaba sentado detrás de la cabra se levantó y tomó la palabra. —Cuidado. No nos comportemos como infantiles humanos. Llevamos muchas más generaciones que ellos poblando nuestro querido planeta, y tenemos que demostrar que somos más sabios que ellos. Tenemos que poner fin a la esclavitud sin sucumbir a la violencia como hacen ellos constantemente y pensando una buena estrategia. —¿Alguna idea, hermano gorila? —baló la cabra. —¡Claro! Este problema no es nuevo. Ya hace décadas que nos pusimos en contacto con algunos humanos para que empezaran a despertar, y se están haciendo algunas cosas a nivel terrenal, pero todavía no es suficiente. Y como su población no deja de crecer a un ritmo endiablado, cada vez más y más de nosotros tenemos que morir para satisfacer sus deseos egoístas. —¡Ni uno más! —cacareó una gallina entre la multitud. —¡Ya basta de muertes! —rebuznó un burro de grandes orejas. —¡A la revolución! —¡Que vuelvan los mamuts! —¡Y los osos cavernarios! —¡Y los tiburones blancos! —¡Calma! —exclamó la cabra—. ¿Qué dice nuestro experto? —Yo digo que actuemos con inteligencia —explicó el gorila—. Los humanos fabrican armas demasiado poderosas y diseñan instrumentos de tortura cada vez más sofisticados para destruirnos sin piedad y mantenernos sometidos. La fuerza bruta de los mamuts… ni siquiera la de los dinosaurios, podría hacer nada contra la tecnología que desarrollan ahora los humanos. Un murmullo de decepción recorrió a todas las almas, como el rumor de un mar embravecido. Capítulo 3.
La verja metálica debía de tener como mínimo cinco metros de alto. Casi parecía un muro de esos que construían a veces los políticos en la Tierra para evitar que unos terrestres se mezclaran con otros terrestres. Pues sí que debían de estar mosqueadas las almas animales si no querían mezclarse con las almas humanas… —¡Vamos, Leuche, pasa ya! —le gritó Tot a su compañero, agazapado en el suelo y sujetando con su hombro la parte de la verja que había cortado con unos alicates. —Pero si estamos en el mundo espiritual, piensa que quieres atravesarla y ya está, ¿no aprendiste nada de cuando estuvimos en el astral? Tot miró hacia el cielo (o lo que fuera que había arriba en el mundo espiritual) mientras con una mano seguía sujetando el alambre, esperando que Leuche se decidiera a obedecerle. Una vez más, su compañero acabó defraudándole. Leuche sacudió la cabeza con desdén y pasó al otro lado sin más, atravesando la verja. Por un instante todos sus átomos tuvieron que separarse un poco más a nivel cuántico, de manera que su estructura corporal también pareció ser una verja metálica, llena de hexágonos huecos. Fue una sensación un poco rara, pero enseguida estuvo del otro lado y pudo recuperar su estructura habitual, la de un caballero victoriano con sombrero de copa y melenas rizadas. Tot se le quedó mirando con cara de pocos amigos. Ya le habían vuelto a estropear su ilusión de estar en una misión de guerra contra el enemigo americano. No hizo caso a Leuche y él pasó como un verdadero soldado, arrastrándose por el fango. Luego se puso en pie con toda su dignidad y se estiró al lado del otro Ángel de la Muerte. Capítulo 2.
Un sutil movimiento de sus ojos era suficiente para pasar las imágenes en el visor terrenal. Estaba cansado de verlas. Su corazón (ya se sabe, la energía pulsátil esa rara que tenía en el centro del pecho) se encogía hasta doler cada vez que las veía, y no podía creer que aquello fuera la realidad en lugar de una película gore de los años 70. Eran brutales. Y estaba ocurriendo ahora. En la era que llamaban «la más civilizada de la historia». Ja. De repente, Leuche percibió una tímida presencia a su espalda. Lo que era al principio simple curiosidad comenzó a convertirse en incredulidad, horror, deseos de huir, drenaje de energía… Cuando Tot se dio cuenta de que Leuche había captado su presencia hizo un vano intento por recuperar la compostura. —Pero ¿por qué te haces esto, Leuche? ¿No lo experimentaste ya en esa vida tuya de vaquero? ¿Para qué quieres torturarte con más imágenes de corderos degollados, pollos decapitados en línea, cerdos escaldados en agua hirviendo, caballos esclavizados en contra de su voluntad? ¿No sabes ya lo que ocurre ahí abajo? —Estoy estudiando al enemigo. Conociendo su forma de actuar sabré cómo luchar contra ellos… —Pero ¿tú estás seguro de querer hacer esto? —Ya me lo has preguntado una docena de veces. ¡Sí! ¡Quiero hacerlo! Es más, ayer incluso me acerqué a la Oficina de Reencarnación para hacer las primeras gestiones… Capítulo 1.
Era el primer día de trabajo para Leuche después de sus largas vacaciones. Como siempre, atravesó el pasillo que llevaba a las oficinas, raudo como un transbordador espacial, y se detuvo justo delante de la puerta donde ponía «Ángel de la Muerte nº 3176-80». Ya iba a golpear el cristal con los nudillos cuando pensó que era mejor comprobar primero en qué estado de ánimo se hallaba hoy su jefe, Tot. A través de las rendijas que dejaba la persiana podía ver que no había soldaditos encima de la mesa. Sin embargo, mantenía la mirada perdida en el horizonte… bueno, la pared, para ser más exactos. Se concentró levemente y se sintonizó con su pensamiento. ¡Hostias! Si estaba conversando telepáticamente con alguien… y encima, era con Han, el guía espiritual de Leuche… y encima, ¡hablaban de él! Acercó más la oreja a la puerta. O sea, lo que fuera que tenía ahora en lugar de orejas. —Que se le ha metido en la cabeza que quiere reencarnar para ayudar a los animalitos, que no es joda… broma, quiero decir. ¿Qué mosca le ha picado? ¿No se da cuenta de la responsabilidad que le une al Departamento de los Ángeles de la Muerte y que no puede cambiar de plano así como así, cada vez que se le antoje, y por causas cada vez más insignificantes? ¿Se cree que está en la carrera espacial por ver quién evoluciona antes espiritualmente o qué le pasa? Tot hablaba profundamente alterado. Leuche no entendía qué podía afectarle tanto. Por fortuna, el bueno de Han le respondía con toda la paciencia del mundo. ¡Noticias! El Ángel de la Muerte regresa con una nueva aventura. Esta es más difícil todavía, si cabe. Un auténtico reto para una escritora como yo. Un proyecto con el mismo formato que el anterior y que se propone ser igual de divertido y educativo. No tengo ni idea de dónde voy a acabar, pero sí sé qué quiero contar y cómo hacerlo. Si todo sale bien, habrá nuevo libro. ¿Vienes conmigo? Decían que en el más allá los espíritus apenas sentían emociones, que aquello no era nada comparado a tener un cuerpo físico. Esto último sí que era duro: el miedo, la angustia, la soledad, la tristeza, el odio, las ganas de cagarte en todo… Una leche. Siendo un espíritu sentías todas esas cosas igualmente. Había unas pocas diferencias con estar encarnado, eso sí que era cierto. Esas diferencias eran inconvenientes. Quizá, en el fondo, era lo que llevaba a todos los espíritus a reencarnar. Primero, que todo el mundo sabía cómo te sentías con solo mirarte, el disimulo era imposible. Esto, con personas de confianza, es llevadero. Que te pase con un guía espiritual o con uno de esos sabiondos del Consejo, es una jodienda, para qué nos vamos a engañar. Y segundo, que por mucho que quieras, cuando te sientes tan mal que solo tienes ganas de ponerte hasta arriba de algo, discutir con alguien en el Facebook o partirle la cara físicamente… ¡no puedes hacerlo! Bien sabe Dios lo frustrante que es. Quizá precisamente por eso le dio por llamarse Yahvé y se puso a quemar ciudades por un tiempo.
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