—Como veo que el punto 1 lo habéis entendido rápido, vamos a pasar al punto 2. Señalé con el puntero la línea correspondiente de la lista y cogí aire. Sabía que este apartado de la charla iba a ser un pelín más complicado de explicar. —Una vez que os habéis librado de los grandes medios de comunicación, que no hacen más que vomitar mentiras, tenéis que aprender a pensar por vosotros mismos. Muchos piensan que hay que estimular el sistema inmune para hacer frente a los virus, pero eso no funciona con el virus de la estupidez humana ilimitada. Con este peligroso y tan extendido virus solo funciona una cosa: aprender a usar el cerebro. Sí, el cerebro es ese órgano entre gris y blanco que todos tenéis en el cráneo, aunque en algunos de vosotros cueste creerlo… He de deciros que en general es un órgano muy sobrevalorado, no sé por qué razón la gente en general tiende a verlo como algo más que un hígado o un pulmón, cuando en realidad la única diferencia es que en vez de organizar hepatocitos o células pulmonares, organiza pensamientos. Algunos hasta piensan que produce la consciencia, que ya hay que estar ciego… Me había entusiasmado tanto con este fragmento que no me di cuenta de que a algunos de mis oyentes les colgaba la mandíbula inferior y parecían hipnotizados con mis palabras. «Mierda», pensé. «No quiero que se crean todo lo que diga sin rechistar. Quiero que piensen por sí mismos… aunque por otro lado, esta es una buena oportunidad para detectar quién es resistente al virus de la estupidez humana ilimitada y quién no. ¿Hago una prueba?» Fue casi un reflejo instantáneo. Me callé y pregunté:
—¿Todo bien hasta aquí? ¿Estáis todos de acuerdo con que el cerebro no produce la consciencia? El silencio era sepulcral. Hasta se oía volar a una mosca que se había colado por los barrotes de las ventanas. Felipe el de los alunizajes levantó su dedo índice. —Dime, Felipe. —Hmm… eso explicaría por qué un sujeto en parada cardiorrespiratoria, a quien le hacen las maniobras de resucitación cardiopulmonar, mientras está del todo inconsciente y con la línea del electrocardiograma totalmente plana (es decir, no hay ondas P, ni complejo QRS, ni onda T, ni nada de nada), puede contar luego que vio a sus parientes fallecidos y un túnel blanco por el que deseaba pasar, para después encontrarse con un ser de luz que le dijo que su hora no había llegado y que debía volver a la Tierra… Sonreí sin que se me notara mucho. Qué bueno era Felipe. Yo sabía que había tenido poca suerte en la vida, para acabar en la cárcel, pero ya tenía pruebas de sobra que me decían que su coeficiente intelectual era la hostia de alto. —Sabía que tú lo entenderías a la primera, enhorabuena. ¿Qué hay de los demás? ¿Alguna duda? La intervención de Felipe animó a sus compañeros a compartir sus experiencias personales sobre sueños de anunciación, recuerdos anteriores al nacimiento y experiencias extracorpóreas… Todos habían permanecido callados porque pensaban que les tomarían por locos en un mundo infectado por el virus de la estupidez humana ilimitada, donde la gente tendía a creerse todo lo que les contaban en la escuela y lo que escribían los científicos en sus papers, como si fueran las Tablas de la Ley de Moisés. Ahora empezaba a entender por qué habían acabado todos en la cárcel, como yo… En mi mente apunté una de mis primeras hipótesis sobre la patogenesia del virus de la estupidez humana ilimitada: el primer contacto con las partículas infecciosas se produce en la infancia, y puede que los individuos resistentes muestren una particular rebeldía que los padres y profesores etiquetarán de diversas maneras, como «Su niño es un diablillo, Sr. Fernández, no para quieto un segundo y le baja los pantalones al profesor de matemáticas en cuanto se da la vuelta». Tener una curiosidad infinita y hacer muchas preguntas en clase nunca te llevaba muy lejos en el colegio, creí recordar (que una ya tiene cierta edad)… como mucho, te llevaban al despacho del director, o, si eras realmente resistente… al correccional. De repente, sentí un escalofrío.
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