La luz solar me cegó momentáneamente al poner los pies fuera del recinto penitenciario. Maldita miopía… hasta aquella empleada de la óptica me lo dijo una vez, que entrecerraba los ojos como si todo el mundo fuera un destello brillante en mi retina. Saqué las gafas de sol y me las puse para disminuir la molestia. No. Por suerte, esta vez, en esa inmunda mazmorra… quiero decir, celda, había luz artificial regulable por las noches, para poder leer en la tableta sin que me deslumbrara la pantalla y sin molestar a mis compañeras prisioneras. Sonreí al recordarlas. Me habían despedido haciéndome un pasillo de honor y dirigiéndome miradas de complicidad según arrastraba mi maleta con ruedas hasta el puesto de control. La notificación del juzgado me había llegado un par de días antes. Debido al estado excepcional de alerta sanitaria, con todos los jueces en cuarentena y prohibidos los juicios por videoconferencia, no se habían podido demostrar los cargos que se me imputaban. Además no había PCR para detectar el virus de la estupidez humana ilimitada, o BHS-V, tal y como ya lo había bautizado (del original en inglés, «boundless human stupidity»), y pensaban que me lo había inventado todo. Un síntoma más de la estupidez humana ilimitada… Mientras esperaba el taxi que me llevaría a casa, me pregunté qué haría ahora con mi vida. La gente seguía encerrada en sus casas, seguían temiendo algo que no existía, y seguían acudiendo a los supermercados en masa con una histeria creciente. Aparecían mascarillas por todos los sitios —seguramente compradas en el mercado negro farmacéutico de mascarillas a 5 euros la unidad— y muchos se las ponían sin saber que así se reducía la cantidad de oxígeno que les llegaba a los pulmones, que era la causa final de la muerte en los afectados. Sacudí mi cabeza con una mezcla de tristeza e impotencia. Ojalá pudiese explicarles a toda la humanidad el punto 1 de cómo resistir al BHS-V: apagad de una vez esas malditas teles, me cago en todo lo que se menea… No los podía salvar a todos, pero me iba convencida de que al menos el 80% de los asistentes a mis charlas sobre veganismo iban a resistir al virus de la estupidez humana ilimitada. Casi todos habían superado el test del final del trimestre, y habían comprendido bastante bien los veinte puntos sobre cómo hacerte resistente. También sabía que habían puesto mucho de su parte, estudiando y consultándome todas las dudas, especialmente cuando les confesé que había tenido una visión de futuro en una de esas noches que das vueltas y vueltas en el catre de la mazm… digo, de la celda, con calefacción y todo (si es que esto es un lujo) y no puedes dormir. Había visto un mundo con mamparas en los restaurantes, donde no podías estrechar la mano de tu pareja mientras te comías una tortitas con salsa de chocolate y nueces (en su versión vegana, por supuesto). Había visto un mundo en el que la gente salía a correr dentro de una de esas bolas transparentes parecidas a las burbujas de los niños inmunodeprimidos, para que nadie pudiera esparcir virus y bacterias al ambiente, temiendo matar a todos los abuelitos que te encontraras por la calle. Había visto un mundo en el que la gente decía a todo que sí, porque lo decía la Ley y la Ley está ahí para protegernos de enemigos invisibles. Los niños ya no podían hacer guerras de arena en los parques porque eso sería como jugar con bombas microbiológicas, y nadie quería ser el causante de la muerte de su amiguito de la infancia. Yo estaba a punto de sacarme un billete a la Luna. ¿Y ellos?
Había temas difíciles de entender que habían supuesto todo un reto para mis compañeros presos. Después de todo yo era una viróloga a la que nadie comprendía, como le pasaba a esa tal Judy que también había sido encarcelada. ¿Qué nos pasaba a los virólogos, que todos acabábamos prisioneros? ¿Era por entender de cosas que nadie entendía o por habernos hecho resistentes al virus de la estupidez humana ilimitada? Yo sospechaba que era lo segundo, porque había aún virólogos que se ponían mascarilla para trabajar y aún estaban libres… ¿Sería porque estos tenían trabajos importantes en laboratorios, pagados por multinacionales farmacéuticas, no como yo que era una pobre veterinaria que solo recibía amenazas de colegas desactualizados en dietas veganas para animales? La llegada del vehículo me sacó de mis reflexiones. —¿Dirección? —preguntó el amable conductor, después de abrirme el maletero a distancia para que yo metiese la maleta. —La de mi casa. —Me parece que no. Oí un extraño sonido procedente de las portezuelas. Supe que si intentaba escapar, no podría. El conductor se volvió hacia la parte de atrás y me guiñó un ojo. —Sabemos lo que ha estado haciendo en la cárcel. Fingí inocencia. —¿De veras? ¿Esperar a que me sacaran después de acusarme falsamente de algo que no había hecho? —Aparte de eso. —¿Educar sobre el respeto hacia todas las especies animales? —Aparte de eso. —Pues… no sé... ¿Limpiar los retretes cada lunes? —Aparte de eso. —¿Repartir recetas de repostería vegana? Que creo que se acabaron las existencias de harina integral en algunos distribuidores… El silencio que siguió me sobrecogió. A ver si me iban a devolver a la cárcel por promover la obesidad en una institución pública… bueno, no, eso era poco probable, vistas las máquinas de vending en los hospitales. El conductor cogió un portafolios del asiento delantero derecho, sacó un par de folios grapados y me los pasó al tiempo que metía la primera marcha y arrancaba. —Estamos desarrollando un test para detectar el virus de la estupidez humana ilimitada. —¿El BHS-V? —¿Ya le ha puesto nombre? Va rápida… —Tanto como la velocidad de propagación del maldito bicho. ¿Y quién está desarrollando el test? Dudo que puedan hacerlo… —¿Sabe, señorita? No está sola en esto. Hay más individuos resistentes de lo que parece. Y con lo que ha hecho en la cárcel, acción de lo más inteligente, por cierto, la resistencia va a empezar a crecer de manera exponencial. Igual que en esos vídeos con miles de puntitos que van cambiado de color según se contagian unos de otros. Quise creelo, pero mi naturaleza pesimista me lo impidió.
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