«Hay más individuos resistentes de lo que parece», había afirmado todo convencido el conductor del taxi que me llevaba a la sede de un grupo disidente que yo desconocía y que pretendía estar en mi mismo bando. Lo dudaba… Esto ya lo había vivido antes, cuando me hice vegana y me empecé a encontrar bienestaristas por todas partes que creían ser veganos y no lo eran. O quizá iba a ser verdad que vivía en una realidad paralela. ¿Más individuos resistentes de lo que parece? ¿Y dónde se escondían los cabrones? Porque yo llevaba toda mi vida siendo la friki en todas partes… La empollona, la lista, la sabelotodo, la intelectual, la que leía libros raros que nadie conocía, la que entraba en tiendas de cómics y todos se me quedaban mirando, la solitaria que no tenía amigos porque eran una panda de traidores... La lealtad siempre fue uno de mis mayores valores, desde mucho antes de llegar a la edad de la razón, como la llaman algunos, y además no iba conmigo eso de celebrar los cumpleaños robando purpurina en grandes almacenes. Yo era más de leer Miguel Strogoff, tres veces seguidas, y después montarme la película con los clicks de Playmobil, incluyendo los accesorios con palillos y plastilina para el látigo de tres lenguas con alambres retorcidos en las puntas. También fui la alabada por varios profesores, uno porque se creía que iba a una academia después de clase —ni se podía imaginar que mi alto nivel de inglés era por escuchar música con las letras delante para cantar—, otro porque se pensaba que mis notas altas en filosofía se debían a mi gran interés por la asignatura y no a mi gran memoria… No, la filosofía siempre me aburrió porque todas las preguntas que se hacían en clase ya tenían respuesta en mi cabeza, que después de Platón se ve que el BHS-V ya existía porque la inteligencia empezó a declinar incluso entre los filósofos. Y luego estaba el director, claro, el que se creía que por ser callada y tener fama de estudiosa iba a obedecer todas sus normas despóticas, aún recuerdo su sonrisita sádica mientra llamaba a mi padre por teléfono… El caso es que llevaba décadas buscando signos de inteligencia por el mundo y los que habían encontrado eran pocos y muy dispersos. Ser inteligente es una cualidad que te hace sentir muy solo en el mundo. —Es usted un poco extremista —me acusó el conductor mirándome a los ojos a través del espejo retrovisor. Esa expresión me puso en guardia. ¿Lo siguiente que diría es que hay que ir pasito a pasito?
—¿Yo? —le contesté, haciéndome la despistada. —Debería ser un poco más comprensiva con sus congéneres humanos. El grado de resistencia a la infección del virus es variable de unos individuos a otros, y con las medidas de prevención necesarias evitaremos que los más sensibles sucumban en esta epidemia. —¿Ah, sí? —me sorprendía que alguien hubiese investigado tanto al respecto. —Y además se sabe que hay muchos asintomáticos, por lo que es difícil diferenciar los infectados de los inmunes. —No diga tonterías. Se ve que no tiene idea de virología. Todos nos infectamos del virus de la estupidez humana ilimitada, eso es inevitable cuando vivimos en una sociedad llena de papanatas e incompetentes. Pero una cosa es estar infectado y otra cosa es desarrollar la enfermedad. Uno no se hace estúpido porque lo lleve en los genes. Uno acaba siendo estúpido debido a la epigenética: hay factores que acaban haciendo que los genes de la estupidez se expresen y otros factores que los suprimen. El coche se detuvo frente a un semáforo y el conductor pareció observar a los peatones cruzando el paso de cebra, todos con sus mascarillas, sus pantallas de plástico transparente, sus trajes de Darth Vader y hasta una mujer con un estropajo en la boca. No supe si estaba reflexionando sobre mi respuesta o preguntándose cómo el BHS-V podía propagarse tan rápidamente en una vecindad presa del pánico. —Señorita, ¿tiene una hipótesis sobre la patogenesia del BHS-V? —Bueno… llevo toda mi vida observando su comportamiento, estudiando su estructura, analizando a sujetos afectados… Esto no se lo cuente a nadie, pero durante mi máster en virología estuve estudiando en secreto la genética del virus y cómo afectaba al crecimiento de los cultivos celulares. Y fue muy perturbador ver cómo las células infectadas aceleraban su ritmo de multiplicación, a pesar de ser más sensibles a los cambios en el medio de cultivo, más débiles en cuanto a su constitución… Sin embargo, aislaban enseguida a las resistentes y se hacían fuertes convirtiéndose en una masa informe sin ningún propósito claro, pero siendo prácticamente inmortales. —¿Como un tumor? —Sí… muy parecido. Un tumor infiltrativo, casi imposible de extirpar, a no ser que sea amputando el miembro entero. Continuamos la marcha. El conductor apenas pronunció alguna palabra más. Parecía empalidecer más a cada minuto que pasaba. Dudé si había entendido algo de lo que le había explicado o si aún se preguntaba a qué miembro me refería exactamente. En todo caso, no me pareció que este individuo fuera resistente al BHS-V. Resistencia solo había una... y el grupo al que decía pertenecer este señor parecía haber sobrevalorado su capacidad intelectual. Ya veríamos en qué acababa todo esto...
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