Hoy me siento cansada. No me refiero a cansancio físico —que de ese también hay— sino al cansancio psicológico que me suele acompañar con frecuencia por vivir en un mundo de mierda. No es la primera vez que escribo sobre esto. Me lo ha recordado alguien anónimo que llegó a una vieja entrada que publiqué años en mi otro blog, llamada «Profundo aburrimiento terrestre», según comprobé en las estadísticas esta tarde. Me pregunté: «¿Qué estaría buscando en Google este individuo anónimo para llegar a esa entrada? ¿Se sentirá igual de profundamente aburrido que yo? ¿También deseará que los viajes a Marte sean pronto una realidad para poder irse lo más lejos posible de esta humanidad?» Bueno, al menos espero que por un instante se haya sentido menos solo. Quizá en el futuro nos encontraremos en esa nave espacial que se perderá en los confines del universo para no volver jamás… Es un cansancio que más se parece a hastío que a otra cosa. Es pura apatía. Es un «Me resultáis muy, pero que muy cansinos». Es un «Para que me bajo» pero no como si fueras en un autobús en marcha, sino como si estuvieras a punto de vomitar en lo alto de una montaña rusa. Es más bien un «No os aguanto más», un «Méteme algo en vena y acaba con este sufrimiento, por lo que más quieras». Es un «Idos todos al carajo, no tenéis arreglo y no lo vais a tener nunca». ¿Qué se puede hacer cuando el 99% de la población ha sucumbido al poder hipnotizador de los medios de comunicación (nuestro Gran Hermano) y tus propios vecinos afirman alegremente que es mejor estar confinado en tu casa que ser víctima de un virus cuya existencia aún no está demostrada? ¿Qué se pude hacer cuando compruebas día a día que la capacidad de raciocinio de un chimpancé supera con creces la media humana nacional? ¿Qué se puede hacer cuando ves que ni siquiera los estudiantes que están a punto de salir de una universidad son capaces de hacer una mínima investigación por sí mismos para comprobar si algo es cierto o no? Todos los días me acuerdo de uno de mis profesores del colegio al que mis hermanos y yo fuimos toda nuestra vida. Ese profesor decía que la generación de mi hermano (siete años mayor que yo) era la última decente. Las siguientes ya empezaban a declinar. Y viendo lo que estamos viviendo actualmente, no tengo duda de que ese profesor tenía razón. La consecuencia es que la esperanza en las nuevas generaciones está totalmente perdida. También lo ves, todos asustados en sus casas llorando como niños pequeños, sin capacidad de crítica alguna, sin ninguna ansia de revolución ni de protesta, propagando bulos por redes sociales y esperando a que la tormenta pase. Vale, también hay excepciones, pero creo que son tan pocos que seguro que también están profundamente aburridos de lo que tenemos aquí en la Tierra y se apuntarían al viaje a una galaxia muy, muy lejana.
A veces me siento tan terriblemente vieja… Ojalá pudiera hacer como el protagonista de 2001: Una odisea espacial. Si eso me pierdo cerca de las lunas de Júpiter y ya renaceré cuando hayáis madurado un poco, cuando dejéis de ser simios golpeando un monolito brillante que os causa pánico. Cuando se acabe este simulacro de pandemia creo que solo habré aprendido una cosa: lo fácil que es manipular a las masas y modular su comportamiento mediante ingeniería social. No hay novela de terror que dé más miedo que el espectáculo que estamos viviendo ahora mismo.
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Archivos
Abril 2024
Categorías
Todo
|