Capítulo 3. La verja metálica debía de tener como mínimo cinco metros de alto. Casi parecía un muro de esos que construían a veces los políticos en la Tierra para evitar que unos terrestres se mezclaran con otros terrestres. Pues sí que debían de estar mosqueadas las almas animales si no querían mezclarse con las almas humanas… —¡Vamos, Leuche, pasa ya! —le gritó Tot a su compañero, agazapado en el suelo y sujetando con su hombro la parte de la verja que había cortado con unos alicates. —Pero si estamos en el mundo espiritual, piensa que quieres atravesarla y ya está, ¿no aprendiste nada de cuando estuvimos en el astral? Tot miró hacia el cielo (o lo que fuera que había arriba en el mundo espiritual) mientras con una mano seguía sujetando el alambre, esperando que Leuche se decidiera a obedecerle. Una vez más, su compañero acabó defraudándole. Leuche sacudió la cabeza con desdén y pasó al otro lado sin más, atravesando la verja. Por un instante todos sus átomos tuvieron que separarse un poco más a nivel cuántico, de manera que su estructura corporal también pareció ser una verja metálica, llena de hexágonos huecos. Fue una sensación un poco rara, pero enseguida estuvo del otro lado y pudo recuperar su estructura habitual, la de un caballero victoriano con sombrero de copa y melenas rizadas. Tot se le quedó mirando con cara de pocos amigos. Ya le habían vuelto a estropear su ilusión de estar en una misión de guerra contra el enemigo americano. No hizo caso a Leuche y él pasó como un verdadero soldado, arrastrándose por el fango. Luego se puso en pie con toda su dignidad y se estiró al lado del otro Ángel de la Muerte. —¿Ya has elegido tu traje de camuflaje? —le preguntó a Leuche. Esa era la parte más molona de las infiltraciones. —Pues… aún no sé muy bien. Estoy entre un tigre y un perezoso. ¿Y tú? —Yo voy a ser un gorrión. —¿Un gorrión? Yo me imaginaba que serías una serpiente o una tarántula… Por eso del veneno. —Qué va, los gorriones son anunciadores de la muerte, ¿no lo sabías? —Aah, qué guay —y le sonrió. —Bueno, basta de cháchara, que hemos venido en misión de espionaje. ¡Firmes! Leuche también había vivido muchas vidas de soldado, así que aún respondía automáticamente a ese tipo de órdenes. Los dos se transformaron en el animal que habían elegido (Leuche al final se decantó por una zarigüeya, como la bruja buena de la película Willow) y se encaminaron a la Asamblea Animal que según algunos informadores se estaba celebrando en la explanada adyacente al Centro de Recepción de Almas, las que volvían de su última encarnación. A muchos humanos les gustaba reencontrarse con sus compañeros animales después de muertos, así que habían decidido instalar allí mismo parte del Reino Espiritual No Humano.
Cuando llegaron a la explanada no pudieron evitar quedarse embobados con su boca y su pico abiertos. El espectáculo era maravilloso. Se quedaron sorprendidos de la cantidad de almas animales que había allí reunidas, de todos los tamaños, formas y colores. Debían de ser miles de millones. Estaban representadas todo tipo de criaturas, ya fueran voladoras, terrestres o marítimas, extinguidas o no, de todos los periodos geológicos y de todas las especies en que los humanos se habían encargado de clasificarlos, con esa manía que tenían de etiquetarlo todo. Lo malo es que la mayoría de esos animales no parecían muy contentos. Muchos llevaban pancartas con las palabras «Liberación animal» pintadas con letras rojas. Otros hacían corrillos y entonaban frases de protesta como «No a la esclavitud». Otros habían trazado grandes uves verdes y no solo las llevaban en carteles, sino también colgadas de su pelaje o de sus cuernos, o de sus colmillos, o alrededor de sus colas… El murmullo de sus voces en sus mentes comenzó a hacerse más fuerte según se aproximaban. Pronto Tot y Leuche quedaron rodeados por una marea animal que los arrastraba, y por los gestos que hacían y la crispación que había en el ambiente, algo quedó claro para los dos: los animales estaban muy, pero que muy cabreados. De hecho, era una cabra la que llevaba la voz protestante en el medio del escenario. Para poder escucharla mejor, se abrieron paso entre las ardillas, los elefantes y los lobos, hasta que consiguieron situarse más o menos en medio de la multitud, hacia el centro del escenario. —¡Ay! Mira por donde andas, Leuche, que casi me partes el cuello. Leuche había notado algo blando bajo su pata delantera izquierda y por suerte (o desgracia) levantó su garra antes de que aplastara del todo al gorrión en el que se había convertido Tot. —Ponte en mi hombro, quiero decir, aquí en mi cabeza o en mi lomo… ¡o vuela! ¿Es que no tienes imaginación? —Convertirme en gorrión no hace que aprenda a volar instantáneamente, ¿sabes? —¡Silencio! Que va a hablar la cabra… (continuará…) Capítulo 5.
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