Siento que estoy entrando en una nueva fase (¿el renacimiento?). No sé muy bien cómo llamarla, si personal, espiritual… una nueva fase. Después del ajetreo de los últimos días, lo que incluyó vuelta al taller para acabar de solucionar el problema del termostato de mi coche (sí, no soy yo la que va calentando cosas sino que él se calentaba solito), hoy me dispuse a dar otro paseíto por el valle idílico en el que se ubica mi agujero hobbit… quiero decir, mi vivienda. Tenía que aprovechar la mañana soleada que vino después de un día bastante lluvioso que nos empieza a recordar que realmente estamos en otoño. Me senté a la vera del camino, el punto en el que dejaré la huella de mi trasero para la posteridad, ya que es donde me siento casi siempre a meditar aun cuando está justo al lado de la carretera, que cualquiera que pase por ahí conduciendo debe de pensar «Ya está la loca esta que a saber qué hace ahí sentada tan tiesa… aunque es una moza de muy buen ver, la verdad sea dicha».
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Mi tranquilidad en el paraíso asturiano fue interrumpida por una misión pendiente que ya no podíamos postergar más: los cinco felinos gatihijos de mi socia tenían que pasar por el trago de la mudanza. Eso sería menos perjudicial para ellos que vivir un tiempo en zona de guerra, ya que el plan de mi socia, que igual sirve para un roto que para un descosido, era pintar su piso con sus propias manos y hacer los últimos arreglos antes de alquilarlo. Para evitar estrés y posibles problemas respiratorios decidimos que había llegado el momento de trasladar a los gatos a su nuevo hogar.
Yo sabía que este momento llegaría de nuevo a mi vida, pero no quería forzarlo, se tenía que dar por sí solo, cuando todas las piezas estuvieran bien alineadas. Y creo que ya está aquí, cinco años después de que Kira partiera. Aún no sé si va a haber adopción gatuna, pero conexión álmica sí que existe. Lo supe casi desde el primer momento que nuestras miradas se cruzaron. Igual que cuando te enamoras de alguien.
Por ahora la llamo Sophie, como el primer barco del capitán Aubrey 😊. No sé si al final castellanizaré el nombre, eso es lo de menos. Es blanca y gris, y destaca en su colonia porque a pesar de su tamaño es la que tiene menos miedo y la más curiosa. Gracias a su atrevimiento los demás gatos han podido acceder a comida extra. Tiene madera de líder. Utilicé la llegada del teniente Dumbar al Fuerte Sedgewick para describir la sensación que tuve al llegar a mi nueva casa, percance con el coche incluido, pero curiosamente se parece también mucho a la situación en la que dejé a mis personajes de la saga espacial allá por febrero cuando hechos inesperados interrumpieron mi escritura: muerte y despertar en un sitio nuevo, un sitio oscuro, arruinado, con necesidad de reparaciones, en la soledad casi absoluta (y ahora que lo pienso, la alimentación durante las primeras semanas también se limita a sabrosas raciones de supervivencia). Es como una especie de arrebatamiento a otra dimensión de la realidad que pretende ser un refugio pero se puede llegar a convertir en otra cárcel, si seguimos llevándonos nuestros propios demonios dentro. Por eso, si realmente queremos ver un cambio en nuestra vida, y en consecuencia en el mundo en el que vivimos, tenemos que comenzar por nosotros mismos. Y en ello sigo…
Oh, sí, venga, hablemos de fantasmas, no va a ser todo éxtasis y felicidad por haber encontrado el hogar casi perfecto… Por cierto, el «casi» es por la excesiva proximidad de la casa con el vecino de enfrente, no muy excesiva si lo comparamos con los nichos de las ciudades, pero sí lo suficiente como para reprimirse una de hacer ciertas cosas, como yoga en el patio delantero, a ver que os vais a pensar… Lo bueno es que tiene pinta de que esto se va a quedar en invierno como el hotel de El resplandor, así que si no hay peligro de congelación es muy probable que acabe yoguineando igual, pero bueno, se entiende lo que quería decir…
Un gesto que agradezco mucho en Asturias es que la gente me salude por la calle sin conocerme. En Madrid es probable que los mirara con cara de asco, pero aquí es como que me devuelve la esperanza en la humanidad y yo les devuelvo el saludo, si es que no he sido yo la que he saludado antes, que también me pasa, a veces. Supongo que saber que somos cuatro gatos contados en la pedanía y que en cualquier momento puedo necesitar su ayuda para… no sé, que me den un poco de azúcar para el bizcocho, arreglar el tejado, encender la desbrozadora que se atasca, llamar a una ambulancia o a los bomberos, cambiar una rueda del coche… te hace concederles una amabilidad egoísta para que piensen que eres alguien simpático y de fiar, cuando en realidad escucho música heavy satánica de esa en cuanto chapo las contraventanas de madera por dentro, sonriendo como una niña de La casa de la pradera. No estoy muy segura si lo de poner música es para no escuchar el silencio o para retar a los fantasmas que viven en la casa. Si no les gusta, que me lo demuestren… Antes de que acabe este periodo de transición hacia mi nueva vida, creo que debería ir un poco hacia atrás, porque lo que estoy viviendo ahora es la culminación de algo que se venía gestando desde, al menos, enero de este año. Ese fue el mes en el que tomé la decisión de dejar realmente atrás todo aquello que me lastraba. Fue cuando encendí la hoguera en la que yo misma tenía que arder, para resurgir de las cenizas. Fue mi Yule personal. Durante este año me di cuenta de que la materialización de mis deseos estaba teniendo lugar unos nueve meses después, por eso surgió la idea en mi cabeza de una gestación, un parto y un renacimiento, proceso por el que ya he pasado unas pocas veces, la única diferencia es que ahora se está produciendo sin una verdadera muerte física, y supongo que eso tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Una sabe que está renaciendo porque antes tiene que morir, y una sabe que está muriendo, según los testimonios de muchas personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte, porque ante sus ojos aparece la película de su vida. En un suspiro todos tus recuerdos, desde los más mundanos a los más significativos, se suceden unos a otros como si toda esa información se estuviera transmitiendo a algún sitio.
Coincidiendo con la lectura de un libro publicado hace ya más de treinta años, titulado El universo holográfico de Michael Talbot, ayer tuve una experiencia muy curiosa antes de dormirme. No es que sea enteramente nueva para mí, ya que fue así como empecé a recordar mi pasado más remoto, pero sí que pude explorar otros aspectos del fenómeno. Debo decir que no hubo ninguna intención por mi parte, aunque sí pudo influir el sentimiento de éxtasis casi constante que tengo al pasear por el valle asturiano donde he venido a parar. Como es ya mi costumbre, medité un rato antes de meterme en la cama, y me dispuse a dormir. Entonces mi mente, por sí misma, empezó a evocar antiguas fotografías familiares. Y a partir de ahí surgían los recuerdos, tan vívidos como aquel día de agosto de 2011 cuando llegaron mis primeros recuerdos espontáneos, también de mi infancia, una infancia que parecía tan lejana y olvidada que parecía imposible recordar los detalles. Y sin embargo, no es así. Como tan bien se describe en ese libro que acabo de mencionar, la física cuántica podría darnos la respuesta a una de las preguntas que más ha intrigado a los científicos en las últimas décadas: ¿dónde se localiza la memoria? Pues bien, si es cierto que el universo, y por tanto, nosotros mismos, tenemos una naturaleza holográfica, la respuesta es fácil, y coincide con lo que vengo sospechando desde hace años: la memoria se localiza en cada una de nuestras células, en cada una de nuestras partículas atómicas. He vuelto a La Comarca 😊. Qué paz. Qué paisajes. Qué silencio… Empiezo a sentirme salvaje de verdad. Soy una salvaje moderna, podríamos decir. No puedo prescindir de la conexión a internet por temas laborales, pero si salgo de casa me conecto de verdad a la vida, al sol, a la tierra, a la naturaleza entera, a Gaia… He pasado unos días durillos pero ya empiezo a sentirme en mi hogar. Dulce hogar.
De momento no tengo compañía física pero no me siento sola para nada. Me siento afortunada, me siento rodeada de todos mis guías, y agradecida por los humanos que se van cruzando conmigo para ayudarme en caso de apuro. Como ya es habitual en las integrantes del proyecto veterinario bautizado como Alma Vegana, las mudanzas no pueden ser nunca aburridas ni exentas de incidentes, así que a escasos quince kilómetros de mi destino final se produjo el despiste fatal que me llevó a cruzar media montaña con el coche hasta los topes. Me perdí. Tuve que llamar al casero. Me indicó el camino, pero mi GPS se empeñaba en perder la señal, por algo digo que los GPS no sirven absolutamente para nada. Sin mis indicaciones apuntadas en el papel me habría perdido mucho antes. Cogí de nuevo el desvío que no era, y al intentar subir otra montaña mi coche se calentó y dijo basta, cual mula exhausta cargada con pesadas alforjas si estuviéramos en el siglo XVII. Ya al final de la tarde y con una tormenta próxima, me salvó un paisano conductor de grúa de buen ver al que estaré eternamente agradecida. Se quedó mi teléfono y sabe dónde vivo, pena que no parece que me vaya a devolver la llamada. En un aniversario tan significativo para los disidentes como es hoy, 11 de septiembre, no parece una mala fecha para esta publicación. El texto me llegó en mis redes sociales, y casualmente hace unas semanas comencé a verme de nuevo la serie «Expediente X», por eso sé que está sacado del inicio de uno de los capítulos (en concreto el primero de la tercera temporada, «Anasazi»). En él la voz en off del actor indio Floyd Westerman Kanghi Duta (Red Crow), relata: «Existe un antiguo dicho indio: algo permanece vivo solo mientras vive el último hombre que lo recuerda. Mi gente ha llegado a confiar más en la memoria que en la historia. La memoria, como el fuego, es radiante e inmutable, mientras que la historia solo sirve a aquellos que buscan controlarla, aquellos que apagan la llama de la memoria para extinguir el peligroso fuego de la verdad. Ten cuidado de estos hombres, ya que son peligrosos ellos mismos e imprudentes. Su falsa historia está escrita en la sangre de aquellos que podrían recordar y en la de aquellos que buscan la verdad.» Dos años, dos meses y dos días pero parece que no ha pasado el tiempo. Solo lo parece, porque es posible que emocionalmente haya sido la fase más dura de mi vida. Estuve suspendida en un espacio indefinido, con nuevos vacíos en mi alma ya desgarrada con tantos recuerdos, y aún así sin parar de luchar en silencio por crear un nuevo futuro en el que sentir de nuevo la misma felicidad. Estamos cerca, pero aún queda camino por andar.
Primero pasé por prisión 1, luego por prisión 2, y si seguimos con la misma analogía, ahora estoy en una etapa de transición que podría llamar libertad provisional y providencial que agradezco enormemente. Como suele decir mi maestro Shi Heng Yi, la disciplina te aporta una estructura a tu vida cotidiana que de primeras puede parecer demasiado estricta y asfixiante, pero que en realidad sirve de entrenamiento a la mente. Así no hay que pensar qué tienes que hacer a continuación. Lo haces y punto. Así he podido controlarla mejor y mantener mi estado zen de observación, siendo muy consciente del vaivén de mis emociones pero dejándolas estar. La vida es como es. Las cosas cambian. Todo tiene un principio y un final, aunque nos cueste tanto desapegarnos y decir adiós. Las relaciones van y vienen, por una causa o por otra. No merece la pena preguntarnos los porqués y aferrarnos a algo que no funcionaba o no nos hacía sentir bien. |
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