El anciano Hathaur se hallaba en estado contemplativo junto al fuego cuando la puerta se abrió de par en par y una fría ráfaga de viento hizo oscilar las llamas. Sin abrir los ojos, Hathaur oyó que alguien entraba pisando con fuerza y dejaba caer algo al suelo. Percibió inquietud, impaciencia, algo de ansiedad. Una mirada inquisitiva escudriñando los rincones. Una voz familiar interrumpió su calma mental. —¿Maestro? ¿Estás despierto? El anciano se agitó y abrió los ojos, perdiendo su visión interna de la realidad. Gruñó por lo bajo y buscó su bastón para poder incorporarse. Antes de que se levantara, Haldor descorrió la raída cortina y se apresuró a ayudarle. —Muchacho… no te esperaba hasta mañana. —¿Sabías que venía? —El hijo del molinero te vio hace un par de días. Dijo que no parecías tener prisa. —Dijo bien. Parecía… Apoyándose en su discípulo echó a andar y juntos llegaron a la sala. Haldor arropó a su maestro con una gruesa manta y ambos se sentaron sobre las pieles, justo debajo de la calavera con cornamenta de antílope suspendida del techo. Hubo un momento de silencio. Había tal torbellino de pensamientos en la mente de Haldor, que a su maestro le fue imposible discernir la causa exacta de su visita. Aunque ya hacía tiempo que no convivían, Haldor no se alejaba mucho. Con frecuencia necesitaba escuchar de los labios de otra persona las enseñanzas que ya estaban en su corazón. Haldor fue directo al grano. —No estoy seguro de que el mundo exterior esté hecho para mí. Hathaur dio un respingo. No se había sacudido aún del todo el sueño. Miró a su discípulo y lo observó con detenimiento. Vio una sombra de preocupación en su frente y señales que le decían que no había dormido bien últimamente. —¿Y eso a qué se debe? —No entienden. —¿Te has asegurado de explicárselo bien? —Lo intento. Pero no hablamos el mismo lenguaje. Es como si la mitad de mis palabras no llegaran a su cerebro y la mitad de sus palabras fueran ininteligibles. Es como si fuera un pez tratando de volar junto a una gaviota. Nuestros medios son distintos. No pertenecemos al mismo mundo. —¿Y eso te sorprende? Venís de lugares completamente distintos, has viajado por dimensiones que no existen para ellos… —No me sorprende en absoluto. Me frustra. Me fatiga. Me hastía. Me deja sin energías… Hathaur percibió la ligera vacilación en su voz y el brillo en la profundidad de sus ojos negros. Se levantó con lentitud, se acercó a la alacena y vertió el agua de la jarra en un vaso. Al darse la vuelta vio que Haldor había deshecho el nudo de la cinta que recogía su melena negra y ahora sostenía su cabeza entre las dos manos. El anciano apoyó sus manos sobre los hombros de su discípulo y sintió su estremecimiento. Haldor comenzó a sollozar en silencio, amargamente. Hathaur sacudió la cabeza con tristeza. «Eso es, llora, muchacho. Llorar es bueno para limpiar el alma». Cuando notó que se calmaba cogió el vaso de agua y se lo ofreció, sentándose de nuevo frente a él, sobre las cálidas pieles. Podía hacerle más preguntas, pero sabía que Haldor ya se las estaba haciendo él mismo en su mente, sin que él interviniera. —Me frustra porque viven ciegos a la realidad, una realidad mucho más maravillosa de lo que ellos pueden imaginar. Me frustra porque soy incapaz de hacerles ver ese otro mundo que está delante de sus narices y que jamás alcanzarán. Me frustra porque es posible cambiar el mundo si todos nos ponemos manos a la obra, pero el mundo jamás cambiará si ellos piensan que es imposible cambiarlo. Muchas veces me has dicho, maestro, que estoy aquí para transmutar consciencias, pero no sé cómo puedo hacerlo si ni siquiera compartimos el mismo lenguaje, si ellos transitan por un camino que yo ni siquiera encuentro en mis mapas. Soy como un fantasma tratando de comunicarse con los vivos. Solo uno entre un millón es capaz de darse cuenta de mi presencia. —Bueno, recuerda que yo nunca te he dicho cuál es tu misión aquí, eso es lo que sientes tú en tu corazón. Y la última vez que viniste a visitarme sonreías ante lo que hoy te hace derramar lágrimas. Fuera o no a propósito, el comentario de su maestro encendió una chispa de ira en el alma de Haldor. Pero lo que le enfurecía era precisamente el contraste entre sus emociones. —Lo que me hace pensar —continuó Hathaur— que la diferencia reside en ti, no en el exterior. Haldor frunció el ceño. —¿Por qué otras veces no te frustra, ni te fatiga ni te hastía? El aprendiz de hechicero bebió un trago y su mirada se perdió entre la sombras. —¿Por qué a veces incluso te divierte? Haldor miró fijamente a su maestro. Era probable que hubiesen tenido la misma conversación cientos de veces antes. Era verdad que en ocasiones se divertía. El iniciado esconde secretos que solo otro iniciado puede llegar a comprender. Solo el iniciado puede descubrir significados ocultos detrás de expresiones aparentemente inocentes. Ser un iniciado en un mundo plagado de gente dormida y ciega es terriblemente solitario. Tu condición de iniciado te obliga a llevar una capa que te hace poco menos que invisible, como aquellas tejidas por los elfos. Al mismo tiempo te cubre de una cota de malla tan impenetrable que te hace inmune (o casi) a cualquier tipo de ataque. A pesar de ser alguien pacífico e indefenso posees armas tan poderosas que nadie sería capaz de destruirlas. Pareces un peón, pero en realidad eres una reina que no puede morir. Los dedos de los contagiados por enfermedades incurables amenazan con cerrarse alrededor de tu cuello pero para ti es fácil librarte de ese vacío en las cuencas de sus ojos y retornar a la integridad de tu ser. A ti nadie puede comprarte ni venderte, porque solo te debes a ti mismo. —Me divierte saber que están tan lejos que jamás podrían alcanzarme. A Hathaur no le pasó desapercibido el pequeño matiz de arrogancia en esas palabras… pero también sabía que Haldor era consciente de sus propios defectos. —Sabes que la vida no es ninguna carrera… —Lo sé, maestro. Que no puedan alcanzarme es bueno cuando quiero perderme en un bosque, o volar hasta la Luna, o autodestruirme lentamente en el fondo de un abismo. Es bueno cuando quiero hablar en clave, cuando quiero que parezca que hablo de otra persona, cuando quiero refugiarme detrás de mi apariencia, o que piensen que tengo una edad que no me corresponde, ya sea por más joven o por más viejo. Es bueno cuando quiero fingir ignorancia, hacerme el despistado, pasar desapercibido o parecer uno de ellos, como si compartiera su estupidez. Es bueno cuando quiero mezclar realidad con fantasía y confundirles con prestidigitación, jamás se dan cuenta de que estoy jugando con ellos. Es bueno cuando quiero hacerles creer que sonrío, cuando en realidad mi corazón está roto en mil pedazos. Haldor hizo una pausa. —Es malo cuando quiero enseñarles algo que deberían conocer. Es malo cuando deseo que me acompañen en un viaje que solo se puede hacer solo. Es malo cuando quiero curar su ceguera sabiendo que para la mayoría sus ojos no funcionarán nunca como los míos. Es malo cuando quiero ayudarles. Cuando realmente quiero ayudarles y veo que jamás van a poder alcanzar la cuerda que les permitiría salvar el puente colgante, ni atrapar la mano que les tiendo para que agarren con fuerza y no se los lleve la riada. Hay una distancia insalvable entre nosotros, y según pasan los días la distancia crece y crece y crece… Yo sigo avanzando demasiado rápido mientras ellos se quedan atrás y ni mi voz pueden ya escuchar. Se pierden en la oscuridad. El mundo los arrastra y los destroza. Se convierten en algo que no son, algo tan vacío que suenan a hueco cuando los sacudes. En lugar de ser como el diamante, son hojalata. Una lágrima silenciosa resbaló por la mejilla de Haldor. —¿Comprendes que quedarse atrás es su elección, no la tuya? Haldor asintió en silencio. —Entonces va a ser que esa frustración que sientes es como el hueco en tu corazón que permanece ahí para siempre cada vez que pierdes a un ser querido: es Amor que no encuentra adonde ir. Con un nudo en la garganta, Haldor murmuró: —Va a ser eso, maestro. Y en sus oídos resonaba una melodía acompañada de unos versos que se repetían una y otra vez en su mente según iba recuperando la paz: Watch this cold world dishing up these endless hollow men Find us anywhere you look Come and meet our friends Stand us in our silly clothes Put our batteries in Line us up like fairground ducks Watch us grin and grin and grin… See the lies behind our eyes See the will to win We'll buy you and we'll sell you But perhaps we'll save your skin Podía escuchar la voz de Hathaur en su corazón. «No malgastes tus energías, Haldor. Resérvalas para los que lo necesiten de verdad. Resérvalas para los que quieran ver con nuevos ojos. Recuerda que solo unos pocos ven mejor con los ojos cerrados. Solo puedes transmutar consciencias que deseen ser transmutadas.»
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