BIOGRAFÍA
Nací en 1975 en Madrid, la única chica entre tres hermanos. Antes de escritora fui lectora empedernida. Mi padre es el culpable, pues era el que más leía en casa y yo leía todo lo que caía en mis manos, fuera lo que fuera: revistas, enciclopedias médicas o de ciencias naturales, el paquete de los cereales del desayuno, los prospectos de las medicinas, las letras de las canciones, aunque estuvieran en inglés y no entendiese nada, a veces hasta las guías telefónicas...
En mi infancia fueron muy importantes libros como los de Celia de Elena Fortún, las novelas de Julio Verne, especialmente Viaje al centro de la Tierra, los de aventura espacial de Isaac Asimov, los de Alberto Vázquez-Figueroa (su novela Tuareg fue una de las que más me impactó), pero también leí muchas obras de no-ficción, tanto relacionados con el mundo de la ciencia como los que tenían que ver con temas paranormales, por ejemplo libros de espiritismo, fantasmas, ufología o experiencias cercanas a la muerte. Tal y como me describí una vez a mí misma, crecí atrapada entre la ciencia y la fantasía, y por tanto soy una mezcla extraña de lógica y... algo difícil de definir.
Comencé a escribir porque quería imitar lo que hacían otros autores: básicamente emocionar al lector. O, al menos, entretenerlo. Antes de La Operación Fantasma, que empecé con solo trece años, ya había hecho mis pinitos con un pequeño libro muy parecido a los de Celia, que incluso llegué a mecanografiar y a encuadernar yo misma de manera rudimentaria. Siempre suelo trabajar con varios proyectos en mente, solo que algunos cogen fuerza y tiran para delante y otros se quedan estancados. A veces pasan años hasta que los retomo, pero algunos pueden resucitar y convertirse en buenas novelas. Esto me pasó con La Espiral de Marfil. Empezó como un pequeño cuento que pensaba me iba a ocupar unas veinte o treinta páginas, pero años después me acordé de él y la historia comenzó a crecer hasta convertirse en lo que es actualmente.
Ya en la adolescencia (tardía) descubrir El Señor de los Anillos, mucho antes de que se hicieran las películas, marcó un gran hito para mí. Mis géneros favoritos siempre han sido la ciencia ficción y la fantasía. Supongo que esto me ocurre porque prefiero perderme en el futuro o en el pasado y le encuentro poco atractivo al presente, del que solo quiero escapar. Creo firmemente que la literatura fantástica está infravalorada por el público en general, aunque hasta cierto punto es normal ya que ha sido recientemente adulterada por varias crónicas de vampiros y otros seres mitológicos, de dudosa calidad. Pienso que crear un mundo fantástico, totalmente original, ya sea en un supuesto pasado remoto como hizo Tolkien, incluyendo lenguas inventadas por él mismo, o en un futuro lejano, basándote más o menos en los adelantos científicos actuales y en pura especulación, es una de las tareas más complicadas a las que se puede enfrentar un escritor. La creación de personajes y lugares de la nada, aunque para ello el autor se inspire en personas y lugares ya existentes, requiere, en mi opinión, de mucho más esfuerzo que bucear en la historia y a partir de ahí construir un argumento creíble. Actualmente sigo con fervor la saga Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin, que me parece magistral.
En mi infancia fueron muy importantes libros como los de Celia de Elena Fortún, las novelas de Julio Verne, especialmente Viaje al centro de la Tierra, los de aventura espacial de Isaac Asimov, los de Alberto Vázquez-Figueroa (su novela Tuareg fue una de las que más me impactó), pero también leí muchas obras de no-ficción, tanto relacionados con el mundo de la ciencia como los que tenían que ver con temas paranormales, por ejemplo libros de espiritismo, fantasmas, ufología o experiencias cercanas a la muerte. Tal y como me describí una vez a mí misma, crecí atrapada entre la ciencia y la fantasía, y por tanto soy una mezcla extraña de lógica y... algo difícil de definir.
Comencé a escribir porque quería imitar lo que hacían otros autores: básicamente emocionar al lector. O, al menos, entretenerlo. Antes de La Operación Fantasma, que empecé con solo trece años, ya había hecho mis pinitos con un pequeño libro muy parecido a los de Celia, que incluso llegué a mecanografiar y a encuadernar yo misma de manera rudimentaria. Siempre suelo trabajar con varios proyectos en mente, solo que algunos cogen fuerza y tiran para delante y otros se quedan estancados. A veces pasan años hasta que los retomo, pero algunos pueden resucitar y convertirse en buenas novelas. Esto me pasó con La Espiral de Marfil. Empezó como un pequeño cuento que pensaba me iba a ocupar unas veinte o treinta páginas, pero años después me acordé de él y la historia comenzó a crecer hasta convertirse en lo que es actualmente.
Ya en la adolescencia (tardía) descubrir El Señor de los Anillos, mucho antes de que se hicieran las películas, marcó un gran hito para mí. Mis géneros favoritos siempre han sido la ciencia ficción y la fantasía. Supongo que esto me ocurre porque prefiero perderme en el futuro o en el pasado y le encuentro poco atractivo al presente, del que solo quiero escapar. Creo firmemente que la literatura fantástica está infravalorada por el público en general, aunque hasta cierto punto es normal ya que ha sido recientemente adulterada por varias crónicas de vampiros y otros seres mitológicos, de dudosa calidad. Pienso que crear un mundo fantástico, totalmente original, ya sea en un supuesto pasado remoto como hizo Tolkien, incluyendo lenguas inventadas por él mismo, o en un futuro lejano, basándote más o menos en los adelantos científicos actuales y en pura especulación, es una de las tareas más complicadas a las que se puede enfrentar un escritor. La creación de personajes y lugares de la nada, aunque para ello el autor se inspire en personas y lugares ya existentes, requiere, en mi opinión, de mucho más esfuerzo que bucear en la historia y a partir de ahí construir un argumento creíble. Actualmente sigo con fervor la saga Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin, que me parece magistral.
Pienso que uno de mis fuertes son las emociones. Disfruto poniéndome en la piel de los personajes, sobre todo cuando son personajes oscuros. Es un poco como querer llegar al fondo de su alma, donde moran los más terribles instintos, y me encanta introducirme en ellos, intentar averiguar qué es lo que piensan, por qué actúan así, qué les lleva a tomar determinadas decisiones. Yo misma soy una constante turbulencia de emociones y quizá por eso escribir es una necesidad para mí, y al final acabo reflejando en cada uno de esos personajes una parte de mi alma. Me atraen la naturaleza humana y los misterios que la rodean, todo lo que está oculto, la psicología, la criminología, las pasiones, la sangre... y sí, creo que es bastante obvio en mi obra más reciente, la muerte y el más allá.
Es fácil comprobar que tiendo a desvariar y a que se me vaya la olla, y además me desespero con facilidad, por lo que necesito desahogarme de vez en cuando. También soy tremendamente despistada por eso de estar siempre en las nubes, y si alguien se presta creo que podría mantener con él una conversación absurda por escrito hasta el infinito, aunque en persona lo normal es que haya que sacarme las palabras con sacacorchos. Es lo que tiene ser escritora... todos nosotros rozamos la locura. Aunque unos más que otros... supongo.