Aún recuerdo aquellos primeros días de cuarentena en los que escribía que me daba miedo el cariz que estaban tomando los acontecimientos, cuando ya estaban empezando a decir que era una irresponsabilidad ir por ahí sin mascarilla, sabiendo que podías contagiar a tu abuelo o a cualquier inmunodeprimido que te encontraras por la calle. La programación mental ya estaba en marcha, y poco a poco fue haciendo efecto. Primero veías a uno o dos con bozal. Una semana después ya éramos mi socia y yo las dos únicas que entrábamos en el Carrefour sin mascarilla, cuando ni siquiera era aún obligatorio llevarlas, y la gente ya nos empezaba a mirar con odio asesino. Ya dije una vez que había aprendido muchas cosas con la plandemia, y una de las más impactantes ha sido esta: comprender el inmenso poder que tienen los medios de manipulación de masas. Justamente ayer uno de los colaboradores de El Expreso, Iván, apuntaba que era eso lo que había predicho Huxley en su Mundo feliz, libro que se aproxima más que 1984 a la realidad que estamos viviendo, según él. En ese libro los humanos se duermen escuchando una especie de mantras de manera repetitiva que luego confunden con sus propios pensamientos, exactamente lo que está ocurriendo ahora mismo con todos los españoles que no son capaces de apagar sus televisores. Otra expresión que ya forma parte de mi vocabulario habitual es justamente «hipnosis colectiva». ¿Que no sabes lo que es? Mira a tu alrededor: eso es.
Un complemento fundamental fue la campaña publicitaria que se montaron, la cual solo puede calificarse de diabólica y psicópata. Esos anuncios han estado ahí en las marquesinas a la vista de todos, y decorando las paredes del metro, y aún así la gran mayoría sigue negando las verdaderas intenciones de los gobernantes. Empecé a guardar algunas de esas imágenes por si algún día escribía un artículo sobre ello, pero luego me cansé, tengo poco espacio en el ordenador como para llenarlo de objetos maléficos. Pero mira, ya que estamos, las daré uso. Es bueno guardar estas cosas para que las nuevas generaciones no olviden lo bajo que pueden caer algunos seres despreciables que dicen ser humanos.
4 Comentarios
—Oye, que te están echando gasolina por encima.
—Qué va… es agua. —No es agua. ¿No la hueles? ¿No la sientes, impregnando toda tu ropa? —Que no, que es agua… Y además lo hacen por mi bien. —Oye, que hay ahí un tipo que está acercando una cerilla a tu cuerpo. —¿Qué dices? Eso no es posible. —Pero si lo estoy viendo… ¡¡que vas a salir ardiendo!! —Bah, no te preocupes, es por mi bien. Ya verás qué calentito voy a estar… |
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