Tenía ganas de echarme unas risas así que me volví a leer el comentario que un chiflado afectado por el BHS-V dejó en mi última publicación en la serie de La Resistencia. La última línea decía así: «PD: No existe virus. Confirmado por Mónica Manzanares, Líder de la Resistencia contra el Imperio Galáctico.» Qué orgullosa me siento de provocar tal envidia en gentuza que ni siquiera conozco personalmente. Qué gracia me causan estos individuos que se creen que pueden hacerme daño con sus estúpidas palabras, y lo único que hacen es ponerse en evidencia y demostrar que son unos ignorantes… Y no, ni soy ni seré líder de nada en esta vida, porque eso ya lo experimenté en el pasado, pero es un placer que alguien me llame eso cuando mi álter ego, la agente de policía Sheila Craig, protagonista de mi saga espacial, sí que tiene muchas papeletas para convertirse en líder de la Resistencia, en este caso contra un grupo de desalmados que pretenden destruir el Cuerpo de Policía convirtiendo a sus integrantes en monigotes sin voluntad alguna, zombificados, igual que hoy mismo, en el mundo real, asistimos a la zombificación en masa de una sociedad en vías de destrucción. Sí, empiezo a tener la sensación de que mi saga espacial tiene mucho de premonitoria... Un zombi riéndose de mí. Un zombi que es incapaz de investigar por sí mismo y darse cuenta de la mentira que le han contado. Le daba un guantazo y con el mínimo esfuerzo se desmoronaría convirtiéndose en una montaña de escoria frente a mí, igual que cuando un robot orgánico explota llenando el cabello de Ian Olson de pedazos blanquecinos, gelatinosos, pegajosos y repugnantes. Esta gente ya no me inspira ninguna compasión. Todos somos mayorcitos. Ahora no podemos decir que el conocimiento solo es accesible a algunos pocos, a esos que deciden recluirse en un monasterio y trabajar durante años para que le permitan estudiar esos volúmenes llenos de secretos guardados bajo llave. Ahora todos tenemos internet, y se supone que tenemos inteligencia (solo se supone, ya que empíricamente puedo decir que el virus de la estupidez humana ilimitada se está extendiendo a un ritmo endiablado incluso entre personas que mostraban cierto nivel de inteligencia). No hace falta tener ningún concimiento especializado para darse cuenta de que estamos viviendo una farsa orquestada por los más poderosos. Yo no sé si fui la primera en hablar de una Resistencia, aunque fuera dentro de una obra de ficción, pero sí sé que en aquel entonces estaba totalmente sola, prisionera como todos los demás, observando y esperando a ver por dónde saltaba la liebre. Siempre me han dicho que soy muy paciente... puede que sea cierto. Desde el principio sospeché que aquí había gato encerrado. Y me alegré de ver que el movimiento de la Resistencia se hacía una realidad fuera de mis escritos. El problema es que hay resistencias y resistencias…
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Escribía hoy en mi Facebook: «Han ganado. Os estáis creyendo todo lo que os cuentan los medios de comunicación. Os están manipulando como quieren. Están destruyendo a los niños, que cuando las cosas van mal, siempre son la esperanza para el futuro. Esta vez ni siquiera nos queda eso. Una lucha por mantener la esperanza. Una lucha por continuar adelante con sus sueños, como si nada pasara, sabiendo que por fortuna cuento con el apoyo de familiares y amigos. Pero cuando salgo a la calle y veo el panorama, la esperanza se va por el agujero de la alcantarilla.
Y hace tiempo que una se acostumbró a observar sus emociones yendo y viniendo, y por eso sé que cambian de un día para otro y que lo importante es no dejarse llevar por ninguna. Hoy podría sentir muchas cosas. Podría sentir miedo. Podría sentir rabia. Podría sentir una inmensa frustración (que la siento). Podría sentir asco. Pero ahora que a todas luces se acerca un nuevo encarcelamiento domicilario para todos los españoles, que vienen demostrando ser el pueblo más sumiso, cobarde y estúpido que hay sobre la faz de la Tierra, mi emoción predominante es pena. Ya empieza a haber signos del triunfo de la resistencia por todas partes. El virus de la estupidez humana ilimitada sigue haciendo estragos entre la población, pero es evidente que el trabajo bien hecho está dando sus frutos y cada vez hay más miembros que saben de su existencia y se unen para luchar contra él. ¿Por qué si no justo ahora nace el Partido Vegano? ¿Por qué si no, justo ahora, me encuentro esta mañana con esta estupenda fotografía en mi correo personal? El grupo de rock progresivo IQ (sí, justamente del alemán Intelligenzquotient, coeficiente de inteligencia) anuncia su gira, llamada Resistance, para el otoño de este año.
¿Es un mensaje del universo? ¿Es una clave lanzada de grupos resistentes a otros grupos resistentes? ¿Está mi mensaje traspasando las fronteras? «Hay más individuos resistentes de lo que parece», había afirmado todo convencido el conductor del taxi que me llevaba a la sede de un grupo disidente que yo desconocía y que pretendía estar en mi mismo bando. Lo dudaba… Esto ya lo había vivido antes, cuando me hice vegana y me empecé a encontrar bienestaristas por todas partes que creían ser veganos y no lo eran.
O quizá iba a ser verdad que vivía en una realidad paralela. ¿Más individuos resistentes de lo que parece? ¿Y dónde se escondían los cabrones? Porque yo llevaba toda mi vida siendo la friki en todas partes… La empollona, la lista, la sabelotodo, la intelectual, la que leía libros raros que nadie conocía, la que entraba en tiendas de cómics y todos se me quedaban mirando, la solitaria que no tenía amigos porque eran una panda de traidores... La lealtad siempre fue uno de mis mayores valores, desde mucho antes de llegar a la edad de la razón, como la llaman algunos, y además no iba conmigo eso de celebrar los cumpleaños robando purpurina en grandes almacenes. Yo era más de leer Miguel Strogoff, tres veces seguidas, y después montarme la película con los clicks de Playmobil, incluyendo los accesorios con palillos y plastilina para el látigo de tres lenguas con alambres retorcidos en las puntas. También fui la alabada por varios profesores, uno porque se creía que iba a una academia después de clase —ni se podía imaginar que mi alto nivel de inglés era por escuchar música con las letras delante para cantar—, otro porque se pensaba que mis notas altas en filosofía se debían a mi gran interés por la asignatura y no a mi gran memoria… No, la filosofía siempre me aburrió porque todas las preguntas que se hacían en clase ya tenían respuesta en mi cabeza, que después de Platón se ve que el BHS-V ya existía porque la inteligencia empezó a declinar incluso entre los filósofos. Y luego estaba el director, claro, el que se creía que por ser callada y tener fama de estudiosa iba a obedecer todas sus normas despóticas, aún recuerdo su sonrisita sádica mientra llamaba a mi padre por teléfono… El caso es que llevaba décadas buscando signos de inteligencia por el mundo y los que habían encontrado eran pocos y muy dispersos. Ser inteligente es una cualidad que te hace sentir muy solo en el mundo. La luz solar me cegó momentáneamente al poner los pies fuera del recinto penitenciario. Maldita miopía… hasta aquella empleada de la óptica me lo dijo una vez, que entrecerraba los ojos como si todo el mundo fuera un destello brillante en mi retina. Saqué las gafas de sol y me las puse para disminuir la molestia. No. Por suerte, esta vez, en esa inmunda mazmorra… quiero decir, celda, había luz artificial regulable por las noches, para poder leer en la tableta sin que me deslumbrara la pantalla y sin molestar a mis compañeras prisioneras.
Sonreí al recordarlas. Me habían despedido haciéndome un pasillo de honor y dirigiéndome miradas de complicidad según arrastraba mi maleta con ruedas hasta el puesto de control. La notificación del juzgado me había llegado un par de días antes. Debido al estado excepcional de alerta sanitaria, con todos los jueces en cuarentena y prohibidos los juicios por videoconferencia, no se habían podido demostrar los cargos que se me imputaban. Además no había PCR para detectar el virus de la estupidez humana ilimitada, o BHS-V, tal y como ya lo había bautizado (del original en inglés, «boundless human stupidity»), y pensaban que me lo había inventado todo. Un síntoma más de la estupidez humana ilimitada… Mientras esperaba el taxi que me llevaría a casa, me pregunté qué haría ahora con mi vida. La gente seguía encerrada en sus casas, seguían temiendo algo que no existía, y seguían acudiendo a los supermercados en masa con una histeria creciente. Aparecían mascarillas por todos los sitios —seguramente compradas en el mercado negro farmacéutico de mascarillas a 5 euros la unidad— y muchos se las ponían sin saber que así se reducía la cantidad de oxígeno que les llegaba a los pulmones, que era la causa final de la muerte en los afectados. Sacudí mi cabeza con una mezcla de tristeza e impotencia. Ojalá pudiese explicarles a toda la humanidad el punto 1 de cómo resistir al BHS-V: apagad de una vez esas malditas teles, me cago en todo lo que se menea… —Como veo que el punto 1 lo habéis entendido rápido, vamos a pasar al punto 2. Señalé con el puntero la línea correspondiente de la lista y cogí aire. Sabía que este apartado de la charla iba a ser un pelín más complicado de explicar. —Una vez que os habéis librado de los grandes medios de comunicación, que no hacen más que vomitar mentiras, tenéis que aprender a pensar por vosotros mismos. Muchos piensan que hay que estimular el sistema inmune para hacer frente a los virus, pero eso no funciona con el virus de la estupidez humana ilimitada. Con este peligroso y tan extendido virus solo funciona una cosa: aprender a usar el cerebro. Sí, el cerebro es ese órgano entre gris y blanco que todos tenéis en el cráneo, aunque en algunos de vosotros cueste creerlo… He de deciros que en general es un órgano muy sobrevalorado, no sé por qué razón la gente en general tiende a verlo como algo más que un hígado o un pulmón, cuando en realidad la única diferencia es que en vez de organizar hepatocitos o células pulmonares, organiza pensamientos. Algunos hasta piensan que produce la consciencia, que ya hay que estar ciego… Me había entusiasmado tanto con este fragmento que no me di cuenta de que a algunos de mis oyentes les colgaba la mandíbula inferior y parecían hipnotizados con mis palabras. «Mierda», pensé. «No quiero que se crean todo lo que diga sin rechistar. Quiero que piensen por sí mismos… aunque por otro lado, esta es una buena oportunidad para detectar quién es resistente al virus de la estupidez humana ilimitada y quién no. ¿Hago una prueba?» Fue casi un reflejo instantáneo. Me callé y pregunté:
—¿Todo bien hasta aquí? ¿Estáis todos de acuerdo con que el cerebro no produce la consciencia? El silencio era sepulcral. Hasta se oía volar a una mosca que se había colado por los barrotes de las ventanas. Felipe el de los alunizajes levantó su dedo índice. —Dime, Felipe. —Hmm… eso explicaría por qué un sujeto en parada cardiorrespiratoria, a quien le hacen las maniobras de resucitación cardiopulmonar, mientras está del todo inconsciente y con la línea del electrocardiograma totalmente plana (es decir, no hay ondas P, ni complejo QRS, ni onda T, ni nada de nada), puede contar luego que vio a sus parientes fallecidos y un túnel blanco por el que deseaba pasar, para después encontrarse con un ser de luz que le dijo que su hora no había llegado y que debía volver a la Tierra… Sonreí sin que se me notara mucho. Qué bueno era Felipe. Yo sabía que había tenido poca suerte en la vida, para acabar en la cárcel, pero ya tenía pruebas de sobra que me decían que su coeficiente intelectual era la hostia de alto. —Sabía que tú lo entenderías a la primera, enhorabuena. ¿Qué hay de los demás? ¿Alguna duda? La intervención de Felipe animó a sus compañeros a compartir sus experiencias personales sobre sueños de anunciación, recuerdos anteriores al nacimiento y experiencias extracorpóreas… Todos habían permanecido callados porque pensaban que les tomarían por locos en un mundo infectado por el virus de la estupidez humana ilimitada, donde la gente tendía a creerse todo lo que les contaban en la escuela y lo que escribían los científicos en sus papers, como si fueran las Tablas de la Ley de Moisés. Ahora empezaba a entender por qué habían acabado todos en la cárcel, como yo… En mi mente apunté una de mis primeras hipótesis sobre la patogenesia del virus de la estupidez humana ilimitada: el primer contacto con las partículas infecciosas se produce en la infancia, y puede que los individuos resistentes muestren una particular rebeldía que los padres y profesores etiquetarán de diversas maneras, como «Su niño es un diablillo, Sr. Fernández, no para quieto un segundo y le baja los pantalones al profesor de matemáticas en cuanto se da la vuelta». Tener una curiosidad infinita y hacer muchas preguntas en clase nunca te llevaba muy lejos en el colegio, creí recordar (que una ya tiene cierta edad)… como mucho, te llevaban al despacho del director, o, si eras realmente resistente… al correccional. De repente, sentí un escalofrío. Me sorprendí al ver tantos compañeros presos en el aula. Ni siquiera el último tema que se había tratado en una conferencia —algo sobre cómo ganarse la vida sin delinquir— había generado tanto interés. Me acerqué a la tribuna y esperé a que guardaran silencio. La última en entrar fue la funcionaria de prisiones. Cerró la puerta (con llave para que no se escapara nadie, claro) y se sentó en el pupitre vacío más cercano a la salida. La miré esperando nuestra señal y me guiñó un ojo. Eso significaba que todo estaba listo y que nadie nos molestaría.
En la pizarra blanca había escrito con rotulador cuáles eran los puntos a tratar en la charla:
Ya había reparado en que muchos miraban extrañados la lista y esperaban que el compañero de al lado supiera algo de lo que estaba pasando allí, pero no se atrevían a hablar, no fuera que acabaran haciendo horas extra en la lavandería. Finalmente uno de los jóvenes con tatuaje del fondo se atrevió a levantar con timidez su mano. Le di permiso para hablar. —¿Pero no nos has hablado ya de todos esos puntos? ¿No íbamos a aprender cosas nuevas hoy? Yo ya he incorporado el hummus a todas mis comidas… siempre que el cocinero anuncia que hoy hay garbanzos en el menú. —Pues yo escribí una carta al zoo pidiendo que dejaran de criar animales no humanos para exhibirlos al público, que de conservacionistas no tienen nada… —¡Yo posteé en un grupo de Facebook un artículo entero sobre bienestarismo! —¡A mí me llamaron francionista, como usted predijo, señorita! La última exclamación provocó un coro de risas en toda la sala. Yo me sentía satisfecha por todo el trabajo que llevaba hecho en estos días de encarcelamiento. Nunca mi labor de activista había llegado tan lejos. Había ido eligiendo a mis alumnos con mucho cuidado. Como yo, la mayoría tenía condenas cortas que estaban a punto de cumplir, y pronto habría una nueva legión de nuevos veganos por las calles. Veganos bien formados, por supuesto, no como el 90% de los que se dicen veganos. También había ido descartando a los poco inteligentes, por ejemplo, todos los que me enseñaban los dientes y me decían que eran carnívoros. Esos se merecían condenas eternas… pero en el infierno. Les sonreí y les pedí que me atendieran. No puedo decirte por qué.
Las horas pasan muy lentamente aquí en la cárcel. Otra vez me sirvieron ternera encebollada y se la tuve que tirar a la cara. Así que me metieron en una celda de aislamiento. Menos mal que solo fue durante doce horas. Luego puse una queja por escrito, porque no puede ser que los veganos no podamos hacer una dieta vegana aunque estemos entre barrotes. Sentí un escalofrío en la oscuridad, mientras esperaba a que me sacaran de allí. Un día saltaré el muro, no hay otra salida. Ojalá pudiera sentirme segura, pero ese lugar ya no existe para mí. Solo queda seguir adelante, pase lo que pase. Será la muerte la única que me detenga, como tantas otras veces antes. Solo la muerte. Hoy por fin he sabido lo que se siente al encontrarte tu cuenta bancaria en números rojos. Por un momento he pensado que alguien iba a tirar abajo la puerta de la consulta y me iba a inmovilizar en el suelo con una porra, para llevarme presa a la cárcel. Luego me di cuenta de que eso no era posible, porque ya estoy en ella. Menos mal que me pude hacer con esos bonos de internet de 5 euros que venden en el ultramarinos que hay al lado de la cancha de baloncesto. No duran mucho pero al menos me da tiempo a consultar mi correo y a seguir contactando con potenciales disidentes en Facebook, que como bien es sabido es lo que hacen todos los delincuentes cuando están presos.
No me ha afectado mucho lo de los números rojos. Era de esperar cuando el gobierno decretó que los autónomos les salvaran el culo en el estado de falsa alerta sanitaria. Lo malo es que ahora el banco vendrá a mí como si yo fuera la deudora, y la policía seguirá persiguiéndome como si yo hubiese hecho algo ilegal, en lugar de ir a por los verdaderos ladrones que son los políticos… Hmm, es curioso cómo están montadas las cosas en el 99% de los países, se ve que esos deben de tener algún grado de inmunidad al virus de la estupidez humana ilimitada (menos Donald Trump en concreto, claro, ese se lo debe de organizar de otra manera, o quizá es solo que aparenta ser estúpido pero no lo es). Aquí en la cárcel no hay mucho que hacer. No hay perros con otitis, no veo que ningún gato se cuele con heridas de mordedura, no veo cobayas con los molares sobrecrecidos… Por haber, no hay ni ratas en la cocina, que ya es triste, esto ni parece una cárcel como las de antes. Lo que sí hay es demasiado bicho muerto sobre las bandejas metálicas, así que ya he organizado mi primer grupo sobre veganismo, que cualquier lugar es bueno para difundirlo. Fuera a nadie le interesaba este tema, pero aquí se ve que andan tan aburridos como yo, y ya se me han apuntado catorce compañeros presos. Mi primer impulso fue acelerar y evadir el control policial que me encontré en la rotonda de salida de la autovía. Sí, seguramente era solo un control rutinario para pedirme la documentación y preguntarme cuál era el motivo de mi desplazamiento, pero, ¿y si ya sabían que era el miembro fundador de Resistencia? En estos tiempos no te puedes fiar de nadie, cualquier viandante puede ser un espía: si pasan información valiosa a los agentes, quizá puedan pasear a su perro media hora en lugar de los diez minutos que conceden para que el pobre animal haga sus deposiciones en tiempo récord.
Luego me lo pensé mejor y tuve una idea muy loca: ¿y si le decía al policía que se nos uniera? Tener a un miembro de las Fuerzas Armadas en nuestro grupo disidente podía sernos muy beneficioso. En los escasos segundos que tenía para decidir, miré al frente y con pesar vi que estaban deteniendo a otro vehículo delante de mí. Eso me dejaba poco margen para escapar. No tuve otra opción más que frenar y detener mi coche también, escasos metros por detrás. Antes de que se se acercara el agente rebusqué en mi mochila la libreta que siempre llevo para apuntar todas estas idioteces que se me ocurren que al final acaban convirtiéndose en buenos argumentos para mis libros. Cogí el boli y garabateé rápidamente: «Esto del Covid-19 es una farsa y lo sabes. ¿Quieres unirte a la Resistencia?» Me encomendé a Dios y a todos los santos y arranqué la hoja de la libreta. Bajé la ventanilla del coche muy lentamente. |
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