Capítulo 7.
Con una pierna cruzada sobre la otra y el respaldo de la silla bien arrimado a la pared, Tot sostenía un libro en la mano izquierda y un reloj atómico en la derecha que le avisaría con una alarma cuando el futuro fiambre se hubiese separado definitivamente de su carcasa. El libro se llamaba Derechos Animales: El Enfoque Abolicionista de un tal Gary Francione, profesor de filosofía. El reloj marcaba las 3:47 de la madrugada y la alarma estaba ajustada para las 4:05, aunque el momento exacto de la muerte siempre estaba sujeto a variaciones imprevistas. Con el ceño fruncido, Tot repasaba las últimas líneas que había leído. «Todos los seres sintientes deberían tener al menos un derecho: el derecho a no ser considerado propiedad.» Tot hizo un gesto de asentimiento, reflexivo y profundo, mientras pensaba: «Vaya montón de bazofia… ¿Qué ha hecho Leuche, señor mío, meterse en una secta? Y yo que pensaba que había aprendido algo en aquella vida en la que se suicidó con doscientos diecinueve más por adorar a un loco predicador que se había enriquecido a su costa...» Con un gesto de desdén miró hacia la cama del anciano. ¿Cuál era su nombre? Ah, sí, Francisco. Ya no respiraba.
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Una vez leí que Juan José Benítez, cada vez que se pone a escribir una novela, escoge un álbum en concreto que le inspire y lo pone de fondo repetidamente, siempre el mismo, hasta que acaba la novela. Yo no soy tan maniática, pero sí que suelo escribir con música. Tengo metidas en el ordenador unos cuantos cientos de canciones y las pongo en modo aleatorio para dejar que sea el azar el que me vaya llevando a las emociones que darán fondo a lo que escriba. No, en realidad al azar no le doy tanto poder. Más bien, cuando me pongo a escribir, ya tengo ciertas emociones en mi interior que sé que van a dar su fruto en cuanto ponga los dedos en las teclas del ordenador.
Es probable que muchos digan que no podrían escribir con música de fondo, que necesitan concentración y silencio. Bueno, yo creo que me acostumbré ya desde pequeña a hacerlo así, porque mi hermano mayor solía poner su cadena de música a toda caña mientras yo estudiaba, y no me molestaba especialmente. Así me saqué todo el bachillerato, y con sobresalientes, así que desde luego mal no me hizo. Sí que a veces necesito que la música no tenga letras, porque entonces me pongo a cantar y eso sí que me aleja la mente de lo que trato de expresar en palabras, pero por ejemplo para escribir esta entrada de mi blog no tengo ningún problema en tener puesta a la vez música de rock y a veces canto con ella. Ahora mismo está sonando «Finger on the trigger» de Asia. [Inicio hoy esta serie de ensayos sobre un tema que me parece muy interesante como escritora: ¿Cómo se escribe un libro? ¿De dónde surge la inspiración? ¿Por qué escribir debería ser considerado un arte más? ¿Qué hago yo para conseguir crear tales obras de arte? ¿Aprendí de alguien? ¿Qué hay en la mente de una escritora desesperada? Si quieres conocer las respuestas a estas preguntas y muchas más, sigue leyendo…] La vida es extraña. Para ejemplo, el día de hoy. Acabo de escribir una nueva entrega de «El Ángel de la Muerte (Animal)», después de más de un año de silencio. Empecé a escribir esta historia en 2018. Si esto ocurre con un relato corto que escribo según aparece en mi mente, que no requiere de ninguna investigación ni de ninguna planificación, porque quiere ser espontánea y divertida, ¿qué no pasará con una novela que pretende ser mucho más profunda y significativa? Pues eso, que fácilmente te tiras diez o veinte años escribiéndola. Y a veces no acabas nunca, como le pasó a Tolkien con toda la mitología que hay detrás de El Señor de los Anillos y como me pasará a mí con mi saga espacial. Es lo que tiene ser un genio de la literatura. Esa nueva entrega será publicada durante el fin de semana, con mucha probabilidad, pero no porque no la vea ya perfecta, sino porque siempre me gusta dejar reposar mis escritos al menos un par de días por si se me ocurre cómo enriquecerla aún más o por si considero que debo limar algunos puntos después de revisarla. La mente de los escritores a veces se desata y luego dices cosas que no querías decir, como cuando estás borracho. Y yo no iba a ser menos. Mientras, sigo escribiendo porque en mi cabeza ya lleva un tiempo esta idea de describir mi proceso creativo, y parece que hoy es un buen momento para comenzar… A la vez que escribo para alguno de mis blogs, o en mis diarios personales, o en debates por escrito con algunos conocidos, también sigo escribiendo en mi actual proyecto novelístico: la tercera parte de mi saga espacial. ¿Sorprendido? No, es lo que hacen los escritores, escribir a todas horas. A veces, con «escribir» no nos referimos exactamente a ponerte a teclear como loco en el ordenador (o a garrapatear rápidamente con un bolígrafo si aún eres de esos), sino más bien a situarte cómodamente en algún lugar idílico, como puede ser tu cama o una tumbona en medio de un jardín asturiano, dirigir una mirada melancólica al horizonte (o a la pared que haya enfrente de ti, según la situación) y perderte en tu imaginación para luego tener algo sobre lo que escribir. Sí, algunos de nosotros, lamentablemente, no tenemos dinero como para viajar por todo el mundo para tener luego cosas interesantes que contar. De hecho, es posible que eso lo hagan muy pocos escritores. Para otros de nosotros es suficiente con una biblioteca para leer y nutrirte, o para investigar, si lo necesitas, y sí, nuestra gran imaginación. |
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