Así, casi sin avisar, Zen decidió dejarnos y partir al otro lado, al cielo de los gatos que dirían algunos, al mundo espiritual. Un lugar en el que los humanos ya no podemos hacerles daño de ninguna manera: no podemos maltratarlos ni torturarlos para divertirnos, no podemos abandonarlos, no podemos matarlos para comer ni usarlos en nuestro beneficio. Después de la tristeza inicial causada por la separación y el vacío en el alma que siento cada vez que alguien querido se marcha, me alegré por él.
Zen no tuvo mucha suerte en su vida hasta que nos conoció a nosotras, a las dos locas veterinarias y veganas que en su día decidieron escindirse de la profesión más vergonzante del mundo y crear su propio proyecto de rescate y sanación. Zen fue nuestro primer rescatado cuando aún pensábamos que lo ideal era tener una clínica en una pestilente ciudad, y es el ejemplo perfecto de los animales a los que queremos dirigir todo nuestro esfuerzo: los animales huérfanos, los animales más desfavorecidos, los animales aparentemente queridos que de repente se convierten en una molestia, los animales que un día confiaron en el humano para luego ser traicionados y abandonados como un mueble viejo en una mudanza.
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Abril 2024
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