Este fin de año se está sintiendo más que nunca como un verdadero solsticio de invierno, el Yule de los celtas, un fin de ciclo. Desconocía que durante este período los celtas quemaban el tronco de un árbol, un ritual parecido al de las hogueras de San Juan (solsticio de verano). Reflexionamos sobre lo que hemos hecho durante el año, dejamos atrás lo que no nos sirve y renacemos espiritualmente con nueva esperanza. Para mí se acabó todo. Se acabó la familia, se acabó la pareja, se acabó la vida preprogramada que alguien quiso que viviera sin ni siquiera preguntarme, se acabaron las falsas promesas, y se acabó sobre todo la complacencia. Resumiendo: a tomar por culo todo. Pero esta vez de verdad. Y en su lugar construiré lo que realmente quiero YO en mi vida. No es que no haya empezado ya, pero quedaban algunos lazos que cortar, esas ataduras de apego que al final son el mayor lastre que arrastras durante años, pensando que la esperanza que depositas en ellos se convertirá un día, como por arte de magia, en la cristalización de tus sueños. Y van pasando los años y es como el juego de la oca malvada, que no importa el esfuerzo que pongas en ello, siempre acabas volviendo a la casilla de salida o, si te descuidas, te emparedan en una prisión de por vida, y lo peor es que pasas temporadas que hasta piensas que ahí se está a gustito, porque de vez en cuando entra un rayo de sol entre las rejas de la ventana y te traen un mendrugo de pan para comer.
Pero ya está, ya se acabó. El túnel de salida de la prisión esta casi finalizado, soy como el protagonista de «Cadena perpetua», la constancia tiene su recompensa y muy pronto me escabulliré, conseguiré lo que llevo anhelando desde los años 60, al menos: Freiheit. Libertad para hacer lo que me plazca, libertad para decidir dónde quiero mi casa, cómo la quiero, quién va a entrar en ella y quién no (felinos todos bienvenidos, humanos casi ninguno), y eso no se limita a objetos sino también a la energía.
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