Si alguien me hubiera dicho hace tan solo tres meses que hoy iba a estar viviendo en una casa en medio de un espectacular valle asturiano, con un pequeño apartamento anexo que ni siquiera buscábamos pero nos vale perfectamente de consulta, y compartiendo espacio con cinco gatos estupendos, no me lo habría creído. Tampoco me habría creído que en la primera consulta presencial con alguien que ya no has había hecho un pedido hace un par de años y que no conocíamos de nada, mi socia acabaría hablando con ella y su pareja de la gran farsa de la NASA y sus «actornautas» (falsos astronautas), gracias a contactos muy cercanos a un tal Pedro Duque que como tantos otros nos la ha metido doblada. Empiezo a pensar que el surrealismo es como las sincronicidades: ambos son señales inequívocas de que vamos por el camino correcto, acompañados por la Divina Providencia. La otra señal inequívoca es el sentido del humor que se gastan los del otro lado para hacernos saber que este es el camino («This is the way», que diría el Mandaloriano). Después de un par de años en los que estuve a punto de colgarme de la lámpara del salón, he vuelto a reír como una niña, hasta casi dolerme el estómago. Escuchando a mi socia no podía dejar de evocar el teatrillo que nos obligaban a hacer en nuestros trabajos, sintiéndome muy afortunada de estar hoy aquí creando el nuevo paradigma en veterinaria, muy lejos de esa farsa y de todas las farsas que aún contemplamos cada día en los televisores (si es que aún ves la tele). La magia sigue produciéndose a cada paso, pero estamos tan poco acostumbrados, que me sigue asombrando.
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Abril 2024
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