Esto se empieza a hacer un poco cuesta arriba, pero no por el confinamiento en sí ni la sensación irreal de fin inminente que nos quieren trasladar desde todos los medios de comunicación (yo los ignoro todos), sino porque se están multiplicando las gilipolleces inventadas por humanos en redes sociales, y va a ser necesario desconectarse también de internet. De hecho, he decidido escribir esto por la mañana para publicarlo y después olvidarme del Facebook y la madre que lo parió. No del ordenador, porque lo necesito para escribir y tengo aún mucho trabajo que hacer, que si no, lo tiraba también por la ventana.
Esta mañana soñé que un pseudovegano me secuestraba poniéndome un paño imbuido de cloroformo en la boca. Cuando despertaba estaba en un piso bastante cutre y descuidado, en una habitación ocupada prácticamente al cien por cien por un sofá bajito y muy grande que hacía forma de U. Parecía tapizado en terciopelo rojo pero tenía muchas manchas sospechosas de actividad sexual. Entonces miraba al pseudovegano y me daba mucho asco ver lo que estaba haciendo allí mismo delante de mí, que prefiero no describirlo. Y más adelante en el sueño descubría a un compañero activista que se había cambiado inesperadamente de bando. Me sorprendía verlo por allí, aunque tampoco es que tuviera sentimientos fuertes de traición o algo similar. No, no es nadie que conozca en la vida real, por si alguien se lo estaba preguntando. El sueño siguió y siguió, tomando otros derroteros, y al final me desperté. No conseguí averiguar por qué me tenían secuestrada, pero luego pensándolo mientras desayunaba supuse que sería porque soy muy valiosa y querrían sacar algún beneficio económico de mi secuestro. Francamente, no sé quién pagaría por mi rescate, pero bueno, quizá no se trate de dinero sino de algo más preciado por algunas personas. Quizá querían secuestrar mis ideas, utilizar mi experiencia y mi conocimiento. Quién sabe.
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Capítulo 5.
Leuche abrió de pronto los ojos para encontrarse totalmente a oscuras en posición horizontal, bocarriba… o eso parecía. ¿Dónde estaba? Apenas recordaba el ascensor interdimensional… ah, espera, es que ni siquiera habían llegado a cogerlo. Han le había dado un empujón cuando llegaron al borde del mundo espiritual, Leuche se precipitó en eso con apariencia de abismo insondable, y, para qué negarlo, se cagó en todo… metafórica y literalmente hablando, ya que en un tris ya tenía cuerpo físico. Otra vez… Había decidido saltarse el parto, que ya había vivido muchos y eran muy estresantes. Sí, estaban bien por lo del vínculo materno-filial y todo ese rollo sentimentaloide, pero qué se le va a hacer, a veces tenía más prisa que otras. A juzgar por la torpeza general que sentía y lo tierno de sus carnes aún debía de ser un bebé. No podía ni sostener su cabeza para comprobar qué sexo había elegido al final. Ahora entraba un poco de claridad por la persiana, pero no distinguía nada allá abajo en la entrepierna, ni siquiera el color de los pañales, por si le daban una pista. A pesar de estar bien entrado el siglo XXI muchos padres aún seguían con esa estúpida manía de poner rosita a las chicas y azul cielo a los chicos. Se preguntó si los suyos serían así de sexistas. Tampoco sentía ningún dolor en los lóbulos de las orejas. Esto podría significar que había nacido niño esta vez, pero lo de no sentir dolor no le acababa de gustar mucho. ¡Quería volver a ponerse aros de tipo pirata! No… mejor unas calaveras, ahora que ya era oficialmente un Ángel de la Muerte. Su felicidad hizo que los labios del bebé se estiraran en su primera mueca sonriente. Je, je… un Ángel de la Muerte renacido, eso era más molón que la insignia del Departamento. Hoy me tocaba acudir a la clínica, así que allí me encaminé, tratando de sonreír a los temerarios que me encontraba por la carretera o paseando por las aceras, seguramente trabajadores autónomos como yo, arriesgando sus vidas para sacar al país adelante. En el decreto del gobierno se dejaba bastante claro que necesitan de nuestro dinero para que los asalariados puedan permanecer en sus casas en este simulacro de pandemia, así que por eso los autónomos no obligados a cerrar nuestros negocios nos sacrificamos por el bien común. Con un par. Y además hasta encontramos tiempo para entretener a la población escribiendo más de lo que he escrito en toda mi vida. Creo que cuando me muera deberían dedicarme otro monumento.
Al llegar vi que la responsable de la limpieza de nuestra manzana también estaba trabajando, al pie del cañón, con su uniforme y su carrito pero sin protección especial de ningún tipo. Desconozco su nombre, y aunque debe de conocerme ya de vista, jamás nos saludamos. Abro la puerta de mi negocio y me pongo a preparar los trocitos de papel higiénico reciclado que venderé hoy a todo aquel que me lo encarge por vías extraoficiales (por vía oficial jamás lo hagáis, por Dios no, que no queremos que nos pillen). Y mientras estaba ahí cortando con sumo cuidado los trozos de tan preciado material, ¡zas!, palma de la mano a la frente, me he dejado la comida en casa... Claro, eso me ha pasado porque salí cargada con la bolsa de basura, dos o tres de reciclaje de plástico, y la de tela con el papel y el vidrio, porque a pesar de la situación preapocalíptica una sigue pensando en las generaciones futuras y quiere que tengan un mundo con la contaminación justa (y vegano, por supuesto), segunda razón por la que deberían ponerme otro monumento cuando me muera... pero en fin, no puedo hacerme ilusiones cuando al ritmo que vamos lo más seguro es que acabe desintegrada por una bomba nuclear y a nadie le importará. Total, que por mi alarde de generosidad hoy voy a empezar a sentir lo que es el hambre en estados de emergencia: voy a comer a las 16:30 en vez de a las 15 horas como es habitual (más que nada porque no pienso ir a un supermercado con las colas ridículas que hay que hacer solo para comprarme una ensalada envasada, que encima vendrá con trozos de pollo muerto o con azúcar, además de alguna proteína estructural de coronavirus). Creo que lo más difícil de obligarme a escribir algo todos los días es que una empieza a no saber muy bien qué puede decir y qué no, si es mejor hablar de temas personales o recurrir a la ficción para que no me tomen muy en serio. Y por experiencia sé que una de las cosas que más bloquean a un escritor es pensar en la audiencia. Uno no puede gustar a todo el mundo, pero eso no debe detenernos, sobre todo cuando escribir se convierte en un medio para permanecer sano psicológicamente. Que a mí esto me viene de siempre, no es de ahora, lo que ocurre es que según me hago mayor menos me importa lo que piensen de mí, en especial cuando estamos en medio de una pandemia mortal y puede que mañana no tenga ni trabajo ni casa ni familia ni un sitio donde me vendan cacao a un precio que me pueda permitir (creo que la idea de vender papel higiénico reciclado a 30 euros el gramo habría que cambiarla por el trueque con productos de primerísima necesidad como el chocolate).
No sé vosotros, pero yo lo voy llevando muy bien. Quizá sea porque no le encuentro problema alguno a esto de tener jornada reducida, irme a casa pronto para que así pueda hacer mi sesión de yoga tranquilamente con la mente puesta en su lugar, y pasar el resto del día enclaustrada, que al fin y al cabo es lo que hago ya todos los fines de semana, al menos ahora que no estoy con mi pareja, que es el que siempre me obliga a salir. Además no he tenido que matar a nadie aún por la cuestión del cacao: hoy en el Mercadona quedaban cuatro botes cuando llegué (y me llevé uno, no como esos energúmenos de ayer). Eso sí, se notaba la tensión en el ambiente y la verdad es que impresiona un poco ver a todas las cajeras con mascarilla. Si en vez de un pollanovirus como lo llama algún médico por ahí fuera un Ébola no sé qué sería de nosotros…
Puede que no os guste lo que voy a decir ahora, pero me importa poco, para qué lo voy a disimular: los virus son fascinantes para mí. Siempre lo han sido. Creo que fue durante la carrera cuando me leí el libro Zona caliente de Richard Preston. Acabo de ver que fue publicado en 1994, así que sí, yo debía de estar todavía por ahí en la facultad, tratando de averiguar por qué ninguno de mis compañeros ponía objeción a la carne que ponían en el menú de la cafetería, mientras yo me comía mi sándwich sola sin hablar con nadie (lástima que no había descubierto aún el hummus). Esto era antes de la película Estallido (probablemente), y mucho antes de la otra película famosa sobre pandemias mortales, Contagio. Pero sí que habían sucedido ya los primeros brotes fuertes de virus del Ébola en África. Entonces las fiebres hemorrágicas eran algo totalmente nuevas para mí (y para el 99% de la población que no fuera una friki), y puedo asegurar que esas fiebres sí que dan mucho miedo. En el libro de Preston se hacía un recorrido por todos esos brotes, con datos reales, fotos de microscopía electrónica y la cara de muchas víctimas. Escribo esto hoy por varias razones:
Aclarado esto, reflexionemos por un minuto: ¿qué diablos le pasa a la gente? Hay muchas cosas que no logro entender en esta situación excepcional que estamos viviendo, pero lo que hoy ya me ha dejado estupefacta es ver que había desaparecido todo el cacao en polvo desgrasado sin azúcar del Mercadona. ¿Desde cuándo os interesa ese cacao, uno de los alimentos más preciados para una vegana saludable como yo? ¿No teníais suficiente con el azúcar marrón, también conocido como Cola Cao o Nesquik? ¿Para qué necesitáis cacao en una alerta sanitaria (porque ni siquiera se le puede llamar cuarentena)? ¿No sabéis que son otros polvos los que uno necesita para colocarse y/o evadirse de tanto sufrimiento? ¿O es que os vais a poner a decorar todas vuestras tartas con chocolate puro para morir de hiperglucemia o diabetes de aquí a un mes en vez de dejar que el coronavirus os mate en dos días? Un poco de por favor… ¡¡Dios!! Si no lo decía reventaba. [Vale, y ahora que me pongo a buscar fotos en el Google me sale que sí que es posible esnifar cacao... si es que esto es lo que pasa con las sobredosis de información... ¡Vaya! Ahora lo entiendo todo, ¿así que para eso queréis el cacao, malditos adictos?] |
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