Con el Nuevo Año Chino, recién entrado ayer, parece que ya se atisba la primavera en el horizonte. Hoy fue el primer día que pude hacer mis ejercicios Shaolín en manga corta, en las inmediaciones de la iglesia de la aldea en la que vivo, posiblemente la mejor localización de toda ella, que por algo es donde los muertos descansan en paz. La visión de las cruces en lo alto del cementerio y el valle al fondo es una imagen ciertamente impresionante que jamás olvidaré cuando me vaya de aquí. Mientras ultimamos los detalles de nuestro proyecto para lanzarlo justo ahora, cuando manda el Dragón de Madera, me quedo una vez más extasiada contemplando el paisaje que me rodea. Al meditar casi puedo ver el tipi junto a mí, y los pies descalzos de una niña india juguetean en el agua helada del riachuelo que discurre junto al poblado. Poco a poco la realidad deseada se va manifestando como magia a mi alrededor y me doy cuenta de lo poco que necesito ya. Soy abundancia. Siento la abundancia dentro de mí, la ausencia casi total de deseos. Tengo el trasero bien plantado sobre un trozo de campiña asturiana y el sol baña mi cuerpo, ¿qué más voy a necesitar? Ni siquiera es necesaria la compañía cuando jamás te sientes solo: el piar de los pájaros por las mañanas, los alborotadores cuervos del valle, el ulular de la lechuza en cuanto cae el sol, el caballo que pasa trotando, la imponente presencia del castaño o las montañas nevadas en lontananza. Si no fuera por el ruido de las segadoras en la distancia, los cencerros de los esclavos o los aviones pasando con sus estelas venenosas que nos recuerdan que la guerra continúa ahí fuera, esto sería el paraíso. Atrás quedó el antiguo avatar llamado Mónica, ese que en sus días soñaba con un trabajo bien remunerado en una clínica veterinaria cualquiera y un chalecito en una urbanización de las afueras. Kiksúye va tomando posesión poco a poco de todas mis células, y mi corazón se regocija. ¿Podré vivir por fin la vida que aquellos blancos me arrebataron? No será la misma que podría haber vivido entonces, por supuesto, pero será mucho mejor que lo visto en los últimos siglos. Va llegando el momento, después de tanto dolor y tantas pérdidas. La felicidad suele ser efímera, pero la paz es duradera y está al alcance de nuestras manos.
Kiksúye.
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