CAPÍTULO 1: PARQUE ZOMBICADO.Nuestras visitas al típico centro comercial —en nuestro caso el más cercano está a cuarenta y cinco minutos en coche (y nunca estaría lo suficientemente lejos)— se empiezan a convertir en una especie de expedición al peligroso mundo incivilizado en el que te puedes encontrar casi con cualquier cosa: familias con niños salvajes y glotones montando escándalos en hamburgueserías sin que nadie pueda protestar porque te acusan de maltrato infantil; individuos sospechosos que te miran desde el coche cuando vas buscando un sitio al aire libre detrás del Media Markt para comerte el único alimento vegano que has encontrado en todo el centro comercial (desde la distancia lo miré con mirada penetrante y aire de guerrera Shaolín y menos mal que siguió su camino); coches BMW en miniatura a 15 euros los tres cuartos de hora para que el bebé se vaya acostumbrando al premio por ser un ciudadano responsable; e incluso pobres almas que a estas alturas van embozaladas por el supermercado, no sea que mueran víctimas de algún virus letal que según la superstición general aún pulula en el ambiente (morirán pero por el virus de la estupidez humana ilimitada, como bien saben mis lectores).
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Hay veces, como hoy, que necesito ponerme en bucle la canción de la banda sonora de la película «El piano», titulada «The heart asks pleasure first». ¿Por qué? Porque eso me conecta a las fuertes emociones de otra mujer que vivió en una época no muy lejana en el tiempo. No es que lo haga por gusto, mi propia alma me lo pide cuando necesito hacerlo, y me lo hace saber de la forma apropiada, por ejemplo moviendo ciertas energías en mi interior después de mi sesión de yoga. Por la noche, ya durante mi tiempo de meditación habitual, supe el porqué.
Por suerte aprendí ya hace años a comunicarme con mi alma de esta forma, y aprendí a no luchar, por la cuenta que me traía. En cada vida traemos varias misiones, y aunque podemos desviarnos del camino quinientas veces e incluso a veces salirnos de la vía y estrellarnos de la forma más dramática posible, nuestra alma siempre intentará recordarnos la razón principal por la que vinimos aquí y lo que debemos hacer ineludiblemente antes de volver al hogar. Hoy sé que ciertas cosas van a pasar sí o sí porque es lo que vine a hacer, y es imposible cerrar un ciclo de miles de años sin dejar todos los asuntos perfectamente resueltos. Es como el gran libro de contabilidad de nuestra vida espiritual, aunque la verdad es que yo preferiría que fuera más bien un diario de a bordo en el que no siempre lo que escribes se corresponde a la realidad. |
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