El mundo se está yendo a la mierda, esto ya es una obviedad de las más obvias. La cosa es que no me daría cuenta si no tuviera que salir todos los días a ganarme el pan… o más bien, a ganar algo para luego regalárselo al Estado, que con toda desfachatez ha decidido aumentar la cuota de autónomos otro mes más, así, como si estuvieran incitando a la revolución social ya descaradamente. Salgo de casa sin mascarilla y hago el trayecto del coche a la clínica sin mascarilla. Voy a comprar el pan sin mascarilla, y la panadera se queda flipada por ello pero ni siquiera se atreve a preguntarme nada, no sé si por respeto o porque a estas alturas sabe que soy miembro de la Resistencia y estoy dispuesta a quemar cualquier comercio con trabajadores que osen discutir conmigo sobre medidas sanitarias absurdas. Ahora que lo pienso, también fui a la peluquería sin mascarilla, y tampoco me preguntaron. Allí, rodeada de zombis, la temeraria a quien no le importa morir intubada en la UCI o la única inmune a todos los coronavirus, como se quiera ver. Me sentí como Mr. Bean cuando va a pagar con una tarjeta de crédito y mientras espera en el mostrador para pagar la señala orgulloso y sonriente. «¡Mirad, mirad todos! ¡Yo no llevo mascarilla y vosotros sí! Pringaos...».
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7-11-2020. Dije que estamos en guerra, pero no me di cuenta de que realmente estamos en guerra hasta que llegué al hipermercado y vi que habían vuelto a poner cinta policial alrededor de la zona de textil. «¿Y ahora qué hago? ¿Dónde compro las bragas? ¿Llevar bragas no es una actividad esencial? ¿O es venderlas lo que no se considera esencial?» Estoy bastante confusa, pero lo cierto es que si pasa un mes más y seguimos con las restricciones por Covid, voy a tener que remendármelas, sobre todo porque las ayudas para autónomos me van a dar para pagar las cuotas de autónomos y poco más. Hmm… así que ya me veo como mi abuela, que en la posguerra tenía que tirar con un par de medias para toda la década. La conclusión lógica es: «Estamos en guerra». Se lo diré a todo el mundo por si todavía no me creen.
Lo único bueno que le veo a esta situación de guerra es que las largas jornadas en la clínica sin tener un solo cliente al que atender (que supongo que se han vuelto a encerrar en sus casas con sus mascarillas puestas, dispuestos a no salir hasta que vengan con un pasaporte sanitario a ponerles la vacuna obligatoria… que, ahora que lo pienso, es lo mismo que hacen con su perro) es que puedo dedicar mi tiempo a ver muchos vídeos de la Resistencia. Somos discretos, pero tengo la sensación de que cada vez somos más. Puedes estar en un grupo o no estarlo, eso no importa. Lo importante es que nos hagamos conscientes de que somos hormigas en un hormiguero al que intentan destruir por todos los medios. Bueno, con todo lo que sé ahora, no diría destruir, sino controlar, como haces con una plaga incómoda. Nos han metido gas venenoso por el agujero (por algo llaman fumigaciones a lo que tiran los dichosos aviones que pretenden cambiar el clima y encima culparnos a nosotros también), nos quieren acobardados y sumisos, atontados y obedientes. Esto me ha recordado el ciclo biológico de un parásito que infecta los ganglios nerviosos de las hormigas, las convierte en zombis y hace que cada hormiga infectada cambie su comportamiento y un día te la encuentras en lo alto de una brizna de hierba con sus mandíbulas bien clavadas en ella. Entonces una inocente vaca se come la brizna de hierba con la hormiga incluida y el parásito accede al aparato digestivo de la vaca para continuar con su reproducción. Recuerdo que en clase me quedé absolutamente fascinada con este parásito. Si creéis que esto me lo acabo de inventar con mi prodigiosa imaginación de escritora de ciencia ficción, os equivocáis: es totalmente cierto y la especie de parásito se llama Dicrocoelium dendriticum (lo que no entiendo es por qué hablan en el artículo de un estudio reciente cuando esto lo estudié yo ya en la década de los 90, será porque la ciencia va más lenta de lo que pensamos o porque no interesa que algunas cosas salgan a la luz hasta que quieren asustar a la población). Siempré amé la parasitología por cosas como esta… 3-11-2020. La verdad es que ya no sé qué hacer, si seguir difundiendo información sobre la plandemia o sentarme a disfrutar del espectáculo.
¿Habrá parte 2 de «Día X de alerta sanitaria»? Es posible, lo que pasa es que en marzo aún dudaba de qué era lo que estábamos viviendo y fui bastante conservadora con los títulos y en ocasiones hasta políticamente correcta. Ahora la parte 2 se tendría que llamar de una manera más acorde con la realidad y me iba a salir una historia mucho más mordaz en la que no iba a quedar títere con cabeza. Que ya somos mayorcitos, joder. Que el que siga creyendo que hay un virus mortal ahí fuera y que todas las medidas son por nuestro bien, es que o no sabe leer o aún no ha apagado la televisión o quiere seguir viviendo en una fantasía. La paz y la libertad siguen existiendo. No, no estamos en una guerra. No, no quieren matarnos a todos lentamente, ni esclavizar a nuestros hijos y convertirlos en zombis sin cerebro. Un positivo en la PCR es un contagiado. En una región hay más contagiados que habitantes, pero no hay razón para dudar de las noticias. ¡¡La culpa es de esos irresponsables negacionistas!! Si somos buenos, tendremos una Navidad normal y podremos ir a comprar a todos los centros comerciales que queramos (eso sí, manteniendo la distancia de seguridad y gritando a la gente que se vaya apartando que vamos nosotros, que no podemos bajar la guardia, el virus está ahí y estará con nosotros hasta al menos 2025). Sea como sea, mañana volveré a trabajar sintiéndome como en la película «Eyes wide shut» (que si soy sincera, tener la sensación de ser la única habitante en la Tierra me transmite una calma infinita), porque la mayoría de la población seguirá obedeciendo sumisamente y se meterán en sus casas acojonados otra vez aun cuando el autoencarcelamiento domicilario obligatorio no haya llegado todavía (que no tardará); porque no se les ocurre como a los italianos acudir a su trabajo y punto, a seguir con la vida como hemos hecho siempre antes; porque nadie se ha dado cuenta aún de que el miedo a las multas desaparecerá cuando estemos dispuestos a defender a nuestros vecinos en lugar de denunciarlos desde el balcón por no llevar mascarilla; porque (y no quería decirlo, pero me sale del alma), vivimos en un país de mierda lleno de cobardes que siempre busca una excusa antes de unirse a otros para luchar por lo que es nuestro, de todos; porque somos incapaces de dejar a un lado las diferencias aunque sea solo por unos meses, y pensar en el bien común en lugar de en nosotros mismos. Llevo la mitad de un vídeo que acabo de descubrir, tan impactante como el primero que me vi al comenzar el primer confinamiento de la Dra. Judy Mikovits. Este vídeo va sobre cómo piensan utilizar a los cinco gatitos como arma contra la población, explicado por una física de partículas (no, no por mi cuñao conspiranoico). Ya hemos hablado de gerontocidio, pero en realidad, por si aún no os habéis dado cuenta, van a por mucho más, a por un genocidio (el que esté en un nivel avanzado de desconspiraciones sabrá a lo que me refiero si menciono la página Deagel). Sí, así son las guerras. Quieren exterminarnos, somos demasiados, les molestamos... y como aquí no parece que vayamos a rebelarnos de ninguna forma, pues qué queréis que os diga, que os veré a todos en el infierno, primero en el terrenal y luego en el del más allá, adonde llegaremos primero los disidentes y no mucho después todos los demás. Hala, que os sea leve la segunda ola del coronatimo, anunciada por cierto por todos los miembros de la Resistencia desde que empezó el mayor atentado contra la humanidad que jamás hayamos conocido, esos a los que muchos aún no queréis creer. A estas alturas ya se habrán olvidado todos mis lectores que me faltaba una última portada para cumplir mi reto de Facebook. Lo he estado postergando pero por ninguna razón en especial. Me rebelaba contra mí misma, supongo, siguiendo mi naturaleza rebelde. Pero hoy por fin me he decidido a acabarlo, más que nada porque sospecho que a partir de mañana tendré la cabeza más para escribir sobre la segunda ola del coronatimo y todos los zombis que seguirán jugando el juego a las élites. Promete ser divertido…
Así que aquí traigo uno de mis libros preferidos, un descubrimiento reciente al que llegué de manera tan inusual que ni siquiera puedo contarla, ya que casi nadie me creería. Habrá que dejarlo en que me identifico especialmente con su protagonista, el capitán Jack Aubrey, aunque mi personalidad se parece más a la del Dr. Maturin, y no solo porque sea médico y naturalista, sino también por su peculiar carácter tan filosófico, tan melancólico y tendente a la depresión. Jack Aubrey, sin embargo, me recuerda a otros tiempos, a unos tiempos que ojalá nunca se hubiesen ido y que ahora solo puedo evocar someramente en mi memoria. Eran tiempos en los que la honorabilidad y la caballerosidad importaban algo, no como ahora. La hipocresía era la misma, pero bueno, al menos aún se reconocían ciertos valores que ahora más bien se pisotean y se desprecian, y aún así tenemos las desfachatez de seguir llamándonos humanos cuando en realidad perdimos la humanidad hace siglos. |
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