Llevo escaso mes y medio disfrutando de mi nueva vida y no podría sentirme más en paz. Esto empieza a parecerse a ese templo Shaolín que viene siendo mi inspiración desde principios de año para construir el santuario gatuno de nuestros sueños. Y como dicen que el espacio que nos rodea es el reflejo de nuestro interior, tal vez construir primero nuestro paraíso espiritual sea la mejor forma de iniciar el proyecto. Ahora mismo, si viviera hace unos siglos, podría compararme a una monja en clausura casi total, trabajando lo indispensable para que no falte nada que comer, y dedicando el resto del tiempo al cultivo físico y espiritual, con la disciplina justa y necesaria. No entran apenas noticias del mundo exterior, y si entran no me dejo influenciar por ellas. Casi se me ha olvidado qué es el estrés. He vuelto a tener sensaciones que no tenía desde mi juventud, antes de la ansiedad. Duermo como una bendita y disfruto de mis sueños, exentos de preocupaciones y paranoias varias. El silencio ya no me incomoda, todo lo contrario. El tiempo pasa tan despacio y me deja tantos huecos libres que no me explico en qué lo perdía cuando estaba en la civilización, si venía haciendo prácticamente lo mismo que ahora. Y no puedo decir que esté sola porque con cinco gatos en casa siempre tengo compañía, pero sí noto que la soledad es muy peligrosa por una simple razón: te acostumbras tanto a ella y es tan placentera que abandonarla da mucha, pero que mucha pereza.
0 Comentarios
Siento que estoy entrando en una nueva fase (¿el renacimiento?). No sé muy bien cómo llamarla, si personal, espiritual… una nueva fase. Después del ajetreo de los últimos días, lo que incluyó vuelta al taller para acabar de solucionar el problema del termostato de mi coche (sí, no soy yo la que va calentando cosas sino que él se calentaba solito), hoy me dispuse a dar otro paseíto por el valle idílico en el que se ubica mi agujero hobbit… quiero decir, mi vivienda. Tenía que aprovechar la mañana soleada que vino después de un día bastante lluvioso que nos empieza a recordar que realmente estamos en otoño. Me senté a la vera del camino, el punto en el que dejaré la huella de mi trasero para la posteridad, ya que es donde me siento casi siempre a meditar aun cuando está justo al lado de la carretera, que cualquiera que pase por ahí conduciendo debe de pensar «Ya está la loca esta que a saber qué hace ahí sentada tan tiesa… aunque es una moza de muy buen ver, la verdad sea dicha».
Mi tranquilidad en el paraíso asturiano fue interrumpida por una misión pendiente que ya no podíamos postergar más: los cinco felinos gatihijos de mi socia tenían que pasar por el trago de la mudanza. Eso sería menos perjudicial para ellos que vivir un tiempo en zona de guerra, ya que el plan de mi socia, que igual sirve para un roto que para un descosido, era pintar su piso con sus propias manos y hacer los últimos arreglos antes de alquilarlo. Para evitar estrés y posibles problemas respiratorios decidimos que había llegado el momento de trasladar a los gatos a su nuevo hogar.
Yo sabía que este momento llegaría de nuevo a mi vida, pero no quería forzarlo, se tenía que dar por sí solo, cuando todas las piezas estuvieran bien alineadas. Y creo que ya está aquí, cinco años después de que Kira partiera. Aún no sé si va a haber adopción gatuna, pero conexión álmica sí que existe. Lo supe casi desde el primer momento que nuestras miradas se cruzaron. Igual que cuando te enamoras de alguien.
Por ahora la llamo Sophie, como el primer barco del capitán Aubrey 😊. No sé si al final castellanizaré el nombre, eso es lo de menos. Es blanca y gris, y destaca en su colonia porque a pesar de su tamaño es la que tiene menos miedo y la más curiosa. Gracias a su atrevimiento los demás gatos han podido acceder a comida extra. Tiene madera de líder. Utilicé la llegada del teniente Dumbar al Fuerte Sedgewick para describir la sensación que tuve al llegar a mi nueva casa, percance con el coche incluido, pero curiosamente se parece también mucho a la situación en la que dejé a mis personajes de la saga espacial allá por febrero cuando hechos inesperados interrumpieron mi escritura: muerte y despertar en un sitio nuevo, un sitio oscuro, arruinado, con necesidad de reparaciones, en la soledad casi absoluta (y ahora que lo pienso, la alimentación durante las primeras semanas también se limita a sabrosas raciones de supervivencia). Es como una especie de arrebatamiento a otra dimensión de la realidad que pretende ser un refugio pero se puede llegar a convertir en otra cárcel, si seguimos llevándonos nuestros propios demonios dentro. Por eso, si realmente queremos ver un cambio en nuestra vida, y en consecuencia en el mundo en el que vivimos, tenemos que comenzar por nosotros mismos. Y en ello sigo…
Oh, sí, venga, hablemos de fantasmas, no va a ser todo éxtasis y felicidad por haber encontrado el hogar casi perfecto… Por cierto, el «casi» es por la excesiva proximidad de la casa con el vecino de enfrente, no muy excesiva si lo comparamos con los nichos de las ciudades, pero sí lo suficiente como para reprimirse una de hacer ciertas cosas, como yoga en el patio delantero, a ver que os vais a pensar… Lo bueno es que tiene pinta de que esto se va a quedar en invierno como el hotel de El resplandor, así que si no hay peligro de congelación es muy probable que acabe yoguineando igual, pero bueno, se entiende lo que quería decir…
Un gesto que agradezco mucho en Asturias es que la gente me salude por la calle sin conocerme. En Madrid es probable que los mirara con cara de asco, pero aquí es como que me devuelve la esperanza en la humanidad y yo les devuelvo el saludo, si es que no he sido yo la que he saludado antes, que también me pasa, a veces. Supongo que saber que somos cuatro gatos contados en la pedanía y que en cualquier momento puedo necesitar su ayuda para… no sé, que me den un poco de azúcar para el bizcocho, arreglar el tejado, encender la desbrozadora que se atasca, llamar a una ambulancia o a los bomberos, cambiar una rueda del coche… te hace concederles una amabilidad egoísta para que piensen que eres alguien simpático y de fiar, cuando en realidad escucho música heavy satánica de esa en cuanto chapo las contraventanas de madera por dentro, sonriendo como una niña de La casa de la pradera. No estoy muy segura si lo de poner música es para no escuchar el silencio o para retar a los fantasmas que viven en la casa. Si no les gusta, que me lo demuestren… |
Archivos
Abril 2024
Categorías
Todo
|