Yo sabía que este momento llegaría de nuevo a mi vida, pero no quería forzarlo, se tenía que dar por sí solo, cuando todas las piezas estuvieran bien alineadas. Y creo que ya está aquí, cinco años después de que Kira partiera. Aún no sé si va a haber adopción gatuna, pero conexión álmica sí que existe. Lo supe casi desde el primer momento que nuestras miradas se cruzaron. Igual que cuando te enamoras de alguien. Por ahora la llamo Sophie, como el primer barco del capitán Aubrey 😊. No sé si al final castellanizaré el nombre, eso es lo de menos. Es blanca y gris, y destaca en su colonia porque a pesar de su tamaño es la que tiene menos miedo y la más curiosa. Gracias a su atrevimiento los demás gatos han podido acceder a comida extra. Tiene madera de líder. Hubo un momento durante la tarde de ayer que me sentí como la Dian Fossey de los gatos: en pocos días, tras comunicarme en su lengua y hacerles ver que soy amiga, ya parecía ser parte de su grupo. En total conté seis, todos tranquilos, tumbados, desperdigados a mi alrededor: Sophie; el siamés blanco y bizco que parece ser su mejor amigo; el macho naranja que tanto me recuerda a Zen por su mirada triste; la hembra tortuga que va y viene siempre con prisa; la hembra atigrada (aquí la memoria me falla) y el peque atigrado de aire incrédulo. Y mientras sentía la expansión de felicidad en mi corazón, tuve una visión que integraré en el proyecto que mi socia y yo nos traemos entre manos: construiremos un recinto seguro y controlado para dar refugio al mayor número posibe de gatos sin hogar, inspirándonos en algunos catios que ya hemos visto en redes sociales y que tan escasos son en nuestro país. Primero lo sientes en el corazón; luego piensas con la mente cómo llevarlo a cabo; luego utilizas tus manos y lo haces. Así es como se materializan las cosas en el plano físico.
Pase lo que pase con Sophie, la conexión ya está ahí y la huella indeleble en mí también, porque me hace reflexionar. En mi vida el tema de la libertad siempre ha estado muy presente, y a la hora de que otro ser entre en mi vida pienso mucho en ello. No me siento bien encerrando a nadie en un lugar al que no pertenece. No me siento bien si actúo por maternalismo, pensando que esa gatita estará mejor conmigo que en el «cruel» mundo exterior. De hecho, no parece ser ese el caso. Sophie vive en un entorno bastante idílico y la he visto juguetear con sus compañeros felinos. Hay peligros, claro: coches que pasan, las inclemencias del tiempo, quizá la falta de comida si la señora del pienso de colorines no viene todos los días, perros… ¿Pero acaso alguno de nosotros vive una vida totalmente exenta de peligros? Yo no soy una de esas animalistas que se creen heroínas por castrar a todos los gatos que se cruzan en su camino, librando así a toda su descendencia aún sin nacer de ese sufrimiento imaginario que solo está en la mente de esas animalistas. Yo no tengo derecho alguno a decidir por Sophie. Un gato viene aquí a vivir una vida de gato. Un humano viene aquí a vivir una vida de humano. Eso no significa que miembros de distinta especie no podamos ser felices juntos y compartir una vida multiespecie, pero tiene que ser por elección de ambos, no para satisfacer ningún deseo personal o llenar vacíos existenciales. Sophie aún duda, aunque a diferencia de sus compañeros felinos, pasa mucho tiempo debajo de mi coche y mira hacia arriba si salgo al balcón. La muy descarada ya exploró toda la encimera del apartamento en busca de más comida y me dejó acariciarla, pero al día siguiente enseguida huye y me bufa si le acerco la mano. Y ahora las cosas se complican, porque por unos días los labradores del casero vuelven, impidiendo su fácil acceso a la parte delantera de la casa, y yo voy a salir de viaje. Vendré con nuevos gatos que también la asustarán al principio. Toca tomar un poco de distancia y el tiempo dirá si nuestro vínculo crecerá o se quedará donde está. La separación ya duele. Pero así soy yo. Soy incapaz de vivir sin amar. Es difícil aceptar que no pertenecemos a nadie ni nadie nos pertenece. Y aún así estar aquí sigue siendo un enorme privilegio. Kiksúye.
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