A estas alturas ya se habrán olvidado todos mis lectores que me faltaba una última portada para cumplir mi reto de Facebook. Lo he estado postergando pero por ninguna razón en especial. Me rebelaba contra mí misma, supongo, siguiendo mi naturaleza rebelde. Pero hoy por fin me he decidido a acabarlo, más que nada porque sospecho que a partir de mañana tendré la cabeza más para escribir sobre la segunda ola del coronatimo y todos los zombis que seguirán jugando el juego a las élites. Promete ser divertido…
Así que aquí traigo uno de mis libros preferidos, un descubrimiento reciente al que llegué de manera tan inusual que ni siquiera puedo contarla, ya que casi nadie me creería. Habrá que dejarlo en que me identifico especialmente con su protagonista, el capitán Jack Aubrey, aunque mi personalidad se parece más a la del Dr. Maturin, y no solo porque sea médico y naturalista, sino también por su peculiar carácter tan filosófico, tan melancólico y tendente a la depresión. Jack Aubrey, sin embargo, me recuerda a otros tiempos, a unos tiempos que ojalá nunca se hubiesen ido y que ahora solo puedo evocar someramente en mi memoria. Eran tiempos en los que la honorabilidad y la caballerosidad importaban algo, no como ahora. La hipocresía era la misma, pero bueno, al menos aún se reconocían ciertos valores que ahora más bien se pisotean y se desprecian, y aún así tenemos las desfachatez de seguir llamándonos humanos cuando en realidad perdimos la humanidad hace siglos.
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He estado esperando una semana para publicar esto con la esperanza de que cuando lo hiciera ya me habría leído un poco más de este magnífico libro que quería reseñar hoy, pero ha pasado esa semana y el resto de tareas a las que me tengo que dedicar en mi pobre vida no me han permitido hacerlo. Como consecuencia, no me queda otra que reconocer que no me he leído aún Pet Sematary de Stephen King y por tanto no sé cómo acaba, y a pesar de ello he elegido su portada para el reto literario de Facebook, con un par… Bueno, la parte buena es que así no puedo espoilear a nadie esta historia.
Stephen King es uno de mis autores más leídos. Según la época, me ha gustado más o menos, pero creo que mi admiración por él es la misma tanto como lectora como colega escritora. Su estilo es único e irrepetible, y su imaginación desbordante, eso nadie puede negarlo, a pesar de que haya gente que lo odie por alguna oscura razón… Vayamos con la octava portada que nos ocupa para cumplir con este reto de Facebook… que ya nos queda menos. Creo que no me equivoco si digo que 2001: Una odisea en el espacio, es una película clásica de ciencia ficción que algunos jóvenes tendrán como el peor pestiño cinematográfico de Stanley Kubrick. Si es así, lo comprendo, porque yo vi varias veces esa película en mi infancia y luego en mi juventud, y más o menos venía a pensar lo mismo. Para la época debió de ser espectacular: la música, la escenografía, la inteligencia artificial que se convierte en asesina… Tenía su puntito, pero no nos engañemos, no era La guerra de las galaxias, dónde va a parar.
Vaya, que ya se me estaba olvidando esto del reto… claro, es lo que pasa cuando estás con cien proyectos entre las manos: varios libros que leer, un par de novelas que escribir, entre ellas la tercera parte de mi saga espacial, los blogs. Pero bueno, ¡no importa! ¡Nadie dijo que había que hacer los diez días seguidos, listillos!
Y con la séptima portada hemos llegado a un clásico de la ciencia ficción, subgénero distopía (supongo, porque a mí las clasificaciones me la traen al pairo), que últimamente se ha hecho muy famoso, pero apuesto que muy pocos se lo han leído y menos entendido completamente. Hablo de, por supuesto, 1984, de George Orwell. Con un poco de retraso, debido a que aparte de esto no dejo de trabajar en mi pequeño negocio ni tampoco de escribir en mi nueva novela por las noches, llegamos al día 6 del reto literario de Facebook, que consiste en publicar una portada de un libro que te guste, sin aclarar ni explicar nada sobre él. Eso está bien para Facebook, pero ya se sabe que yo no me puedo callar, así que me autoimpuse un segundo reto de publicar a la vez una entrada en mi blog sobre el libro en cuestión.
Para el día 6 elegí Zona caliente, de Richard Preston. El lector avispado se habrá dado cuenta de que he hecho un breve viaje por mi infancia lectora y he ido avanzando poco a poco hacia la juventud. Este libro que va sobre virus cayó en mis manos ya durante mi época universitaria, no sabría decir cuándo exactamente, pero es probable que coincidiera con la alerta mundial causada por una de las primeras epidemias del virus Ébola. Aquello sí que fue una verdadera epidemia, no lo que estamos viviendo ahora con el coronavirus este de mentira que crearon para llevar al mundo a la ruina económica. Siempre he sentido especial atracción por todo lo microscópico. Por eso una de mis asignaturas preferidas de la carrera fue microbiología, en la que estudiamos virus, bacterias y otros microorganismos que, según dice la teoría actual, producen muchas de nuestras enfermedades. Quería saber más de virus, así que por eso me compré esta edición de Zona caliente. Ya llegamos a la quinta portada de un libro que me guste, dentro de este reto de Facebook que no me deja explayarme en las razones de la elección de esa portada. Pero como estamos fuera de Facebook, aquí sí que hablo sobre esos libros que al fin y al cabo son parte de mí.
El libro que me ocupa hoy es Tuareg, de Alberto Vázquez-Figueroa, un escritor canario pero que por mucho tiempo pensé que era latinoamericano, por alguna razón incomprensible... Cuando descubrí a este autor, posiblemente en la adolescencia, tenía sentimientos encontrados. Eran libros de aventura y por eso me fascinaban, pero también eran tremendamente realistas y crudos, y eso no me hacía disfrutar tanto. No recuerdo si Tuareg fue el primer libro que me leí de él, pero sí me atrevería a decir que fue el primero en toda mi vida cuyo final me dejó realmente impresionada. Yo quería escribir así. Yo quería sorprender al lector, engañarlo, llevarlo por caminos oscuros y zarandearlo un poco hasta darle el golpe final. Sí, quizá tengo un puntito de sádica... Mi cuarta portada de un libro que me guste, sin poder explicar ni aclarar nada sobre él (sí, claro, eso es lo que creíais vosotros) ha resultado ser Drácula, la novela original de Bram Stoker, aunque estuvo compitiendo un tiempo con El camino de Miguel Delibes. Casi no me acordaba del argumento de este último, que una tiene cierta edad y memoria frágil para algunas cosas, así que básicamente por eso acabé eligiendo Drácula… aunque también es porque Drácula tuvo un papel bastante importante en mi aprendizaje del inglés. Ya en el instituto mi profesor de inglés se sorprendía que mi nivel de inglés fuera tan bueno comparado con el de mis compañeros, a pesar de que oficialmente yo empecé estudiando inglés en el mismo curso, 6º de EGB, y jamás fui a ningún profesor particular. La razón de que se me diera tan bien fue porque desde siempre escuché música en inglés con las letras al lado para poder cantar, y porque de vez en cuando me daba por hacer cosas como la de Drácula…
Continuamos con el segundo día del reto de Facebook sobre publicar una portada sin aclarar ni explicar nada… que ellos se lo han creído, que no se puede pedir eso a una escritora y que no busque la forma de poder explayarse sobre ese libro en concreto. Yo al menos he sido incapaz y por eso me escapé a mi blog, que aquí son mis reglas y mis propios retos.
Ayer me encontré en mi muro de Facebook un contacto que me invitaba a aceptar el desafío de publicar durante diez días una portada de un libro, sin explicar ni aclarar nada acerca de él. Ya avisé que me iba a costar no decir nada, ya que yo raramente hago algo por casualidad. Como no puedo hacerlo en Facebook para cumplir el reto, me he propuesto escribirlo en el blog, y así se me va la sensación esta de morderme la lengua cuando ardo en deseos de compartir con el lector por qué ese libro en concreto significa tanto para mí.
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