Continuamos con el segundo día del reto de Facebook sobre publicar una portada sin aclarar ni explicar nada… que ellos se lo han creído, que no se puede pedir eso a una escritora y que no busque la forma de poder explayarse sobre ese libro en concreto. Yo al menos he sido incapaz y por eso me escapé a mi blog, que aquí son mis reglas y mis propios retos. Miguel Strogoff… ¿Qué decir de Miguel Strogoff? Puede que sea el libro que más veces me he leído, sin contar El Señor de los Anillos, por supuesto. Casi diría lo mismo que Christopher Lee sobre la trilogía: habría que leérselo una vez al año. Pocas veces he viajado tan lejos leyendo un libro repleto de ciudades exóticas, vehículos, paisajes esteparios y aventuras trepidantes. Nombres rusos como Irkutsk aún resuenan en mi mente. El libro que yo tenía, perteneciente la biblioteca de mi padre como la gran mayoría, no tenía ningún dibujo como portada. Estaba encuadernado en tapas rojas, con el título en letras doradas, y era uno más de una colección cuya temática no recuerdo. Ni que decir tiene que no volvió a esa colección, lo atesoré durante años en mi propia habitación, un compañero que jamás pensaba perder. Para el desafío he escogido justamente esta representación porque es una de las escenas más inquietantes y emotivas de toda la novela. Después de múltiples percances en su viaje, Miguel Strogoff es capturado y le posan una espada incandescente sobre sus párpados con la intención de dejarlo ciego. Es una de esas escenas que no puedes creer, igual que me pasaría años más tarde con la muerte de Gandalf. O sea, no, un autor no puede hacer eso con su protagonista… Ahora sé que sí que puede, aunque cuesta un montón hacerlo… o, al menos, yo sufro mucho haciendo sufrir a mis personajes, es posible que George R. R. Martin no sienta lo mismo. Miguel Strogoff marcó el final de mi niñez. Debía de andar cerca de los doce años cuando empecé a sentir que debía dejar de jugar con las muñecas, con las que solía pasar horas, en la cocinita, con el armario de la Nancy… También jugaba mucho con los clicks de Playmobil. Mis preferidos eran una familia que venía equipada para la nieve: el abuelo, la abuela, el nieto y la nieta, con gorros de piel, patines y un pequeño carro tirado por un pony. El abuelo tenía pelo y barba gris. Para despedirme a todo lo grande de mi infancia me monté una obra de teatro basada en la mejor novela de Julio Verne. Y para ello fabriqué hasta atrezo especial: con un palillo plano, hilos de lana y trozos de plastilina para simular alambre, hice un látigo de tres lenguas (creo que se dice así), que juega un papel fundamental, tan espeluznante como el episodio de los ojos, en la historia. Quité la barba al abuelito y con el gorro de piel que traía, era el actor perfecto para hacer de Miguel Strogoff. Luego me busqué a la click que haría de Nadia, y al malo, por supuesto. Creo que me pasé más de una hora, de principio a fin de la historia: la última vez que, como niña, jugaría a los clicks de Playmobil. Por fortuna no fue el último día que soñaría y utilizaría mi imaginación para disfrutar de la vida.
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Archivos
Abril 2024
Categorías
Todo
|