Como estoy ultimando el lanzamiento de la nueva entrega de mi saga espacial, de la que estoy especialmente orgullosa, me está invadiendo cierta nostalgia. Como ya dejé claro en mi anterior entrada sobre mi proceso creativo, soy bastante perfeccionista. Eso quiere decir que soy capaz de enviar el manuscrito a Amazon todas las veces que sean necesarias, si en algún momento encuentro una errata. Todos los escritores sabemos que se reproducen cuando no estás mirando. Algunos incluso afirman que hay un demonio que se dedica a hacerlas aparecer, llamado Titivillus. Sea culpa nuestra o de un demonio, ahora es fácil corregir erratas. Cuando yo empecé a escribir tenía que repetir toda la hoja que estaba transcribiendo, porque no me gustaban los tachones y no toleraba más de uno. En el borrador, que es de lo que voy a hablar hoy, no, ahí no me importaban los tachones. Por cierto, esto me recuerda que algún día tengo que hablar sobre por qué pienso que un escritor debería ser capaz de revisar, editar, formatear, ilustrar y hacer la portada de su propio libro. Pero tranquilos, que no será hoy 😉. Donde estoy ahora no tengo el borrador original, el primero primerísimo, de la que tiene pinta va a ser mi mayor obra literaria en esta vida, pero sí tengo los cientos subsiguientes. La cosa es que yo empecé a escribir con la inocencia característica de una niña de trece años (para la época), que aún creía que los escritores lo hacían así de seguidillo, desde el principio al final, según les salía de la cabeza. Y entonces el primer borrador era muy similar a otros libros que ya había escrito yo misma a mano y encuadernado, como la traducción de un libro en inglés adaptado para principiantes, Drácula. Sí, lo traduje yo, que quede claro. No, no fui a ninguna academia, como me preguntó mi profesor de inglés del colegio. Una nació ya con algunos talentos... Creo que ese también lo guardo en alguna parte… 🤔 Ah, mira, aquí está:
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Parte 2.
Me gustaba cómo estaba quedando mi corazón. Habían sido días de duro y minucioso trabajo, pero por fin sus paredes lucían lisas y resistentes, y la última mano de pintura le daba un aspecto fabuloso. Hubo noches que aún se ponía a latir desbocado, como si recordara con furia las heridas infligidas o quisiera huir del peligro, y entonces me veía obligada a abandonar el talan y buscar el efecto reparador de las aguas del manantial, o incluso unirme a los elfos cantores. Al principio no reconocía mi voz, después de tanto tiempo sin querer hablar y mucho menos cantar, pero no tardó en brotar clara y cristalina como siempre había sido. Un día apareció Galdor y alabó mi trabajo y mi rápida recuperación, pero a pesar de ello, para cuando volviera a mi mundo, debía aprender a defenderme. Me entregó dos largos y afilados puñales, uno labrado en oro y otro en plata, y me instó a que los agarrara fuertemente con los puños. —Sé que no os gustan las armas. A nosotros tampoco. Pero sabéis que lamentablemente os serán útiles. Son sólo defensivas, vuestra intuición os dirá cómo hacer uso de ellas: uno es para parar los golpes que caerán sobre vos, el otro para devolver el daño pero de manera muy sutil... más que para devolverlo, para disolverlo en el aire y que en lugar de llegar a vos vuelva a vuestro agresor envenenando su alma. En cierto modo ya sabéis hacerlo, sólo debéis perder el miedo a utilizarlas, recordar que podéis hacerlo, ser más consciente de vuestro poder y no olvidar que en vuestro mundo la Sombra aún pervive en muchos humanos. Sólo con saber que existe y que podéis derrotarla, desaparecerá, pues sólo se alimenta del odio, la venganza, la envidia y los demás malos sentimientos que alberga el corazón de los débiles. »Pero el verdadero regalo es este —y Galdor me enseñó la fina envoltura de mithril que cubría mi corazón, haciéndolo fuerte y prácticamente intocable—. Ahora ya sabéis cómo reconocer y curar vuestras heridas, pero este escudo os ayudará aún más. La protección que otorga no es completa, pero sólo una daga muy poderosa y malintencionada podrá atravesarla. Sois una mujer muy afortunada. El brillo en sus ojos delataba su total sinceridad. Parte 1.
El hidromiel tenía un sabor fuerte y dulce al mismo tiempo, y su aroma me recordó al de la canela, pero me atraganté y tosí con los ojos llenos de lágrimas. La sonrisa de Galdor era cálida como la luz del sol. —¿No os gusta? —No oséis llevároslo de aquí hasta que me lo acabe todo —dije. La vida en el talan transcurría lenta y tranquila, tanto que era difícil adaptarse para alguien que llevaba tanto tiempo tratando de mantenerse a flote en el fuerte oleaje de una tormenta sin tregua. Por las mañanas la luz dorada del sol se filtraba a través de las hojas de los mallorn, y aun difuminada por los árboles, la energía penetraba por cada uno de los poros de mi cuerpo. El aire era fresco y limpio, y de vez en cuando llegaba alguna ráfaga de viento que me ayudaba a limpiar de cenizas mi habitáculo, como me había enseñado Galdor. —Bien. Veo que el color ha regresado a vuestras mejillas y que el fardo que traíais sobre vuestros hombros ya no os pesa tanto. Pero aunque vivir en un talan rodeada de cánticos élficos y colores otoñales es muy agradable, nadie viene aquí por decisión propia, sino porque algo le ha obligado a ello. ¿Puedo saber el qué? Según Galdor hablaba mi mirada había ido desviándose hacia el borde de la plataforma de madera, y de ahí al abismo que había debajo. Sentí vértigo. —Ni yo misma lo sé... En mi mente retumbó de pronto un trueno, y un relámpago cegó mis ojos. Miedo... como una niña sola en su habitación por la noche y la lluvia golpeando en los cristales. —Estaba perdida... Ya no sabía adónde dirigirme ni qué hacer. Todo ha dejado de tener sentido. Eliges el que crees que es el mejor de los caminos, a pesar de sus vueltas y sus aparentes atajos, y de los caminantes que te engañan, cuando no envenenan directamente a tu montura, y cuando crees que el final está ahí y tu destino está cerca, empiezas a descubrir que el camino se está desmoronando, y que es imposible avanzar un paso más porque los adoquines se resquebrajan, y el lodo te engulle, y sólo has vuelto al principio... y ya no eres la misma que cuando partiste, y te sientes incapaz de comenzar otro camino, sea cual sea. Para vosotros los elfos es fácil, pues vuestra vida sigue y sigue durante innumerables años humanos, pero a nosotros se nos escapa el tiempo. Los segundos se escurren por nuestros dedos, y ya no los podemos recuperar. El semblante de Galdor era ahora serio, y sus ojos algo más oscuros. —No, el tiempo no es el mayor de los problemas. No para los amigos de los elfos, al menos. Eso debéis recordarlo. El hidromiel ha soltado vuestra lengua, pues no esperaba que supierais explicarlo tan bien. La confusión ata a todo aquel que llega a Lothlórien como vos, buscando consejo y consuelo en los sabios. Puedo ver en el fondo de vuestro corazón, y puedo leer en vuestros recuerdos cada uno de los obstáculos que hallasteis en vuestro camino. Pero sólo una de entre nosotros puede llegar hasta lo más recóndito de vuestro espíritu y liberaros de vuestra carga: esa es la Dama Galadriel. Galadriel... Al oír su nombre mi corazón dio un vuelco en mi pecho. En mi mundo sólo era una figura imaginada mediante un libro, una historia, una canción... pues los hombres aún la recuerdan: alguien a quien temer y a quien admirar, alguien que no se puede describir en palabras, sino sólo sentir y nunca olvidar. Cuando escribía mi anterior entrada, me preguntaba si merecería la pena publicar el relato que menciono en ella, «Bromazepam». Tengo un buen puñado de relatos cortos inéditos y siempre he pensado que debería publicarlos. Así que lo busqué y para variar me quedé impresionada, realmente pensaba que sería un relato más inmaduro y peor escrito que lo que suelo escribir ahora. Publico hoy la primera parte. Fecha original: escrito del 20 de noviembre al 2 de diciembre de 2008. Tenía 33 años. Surgió en el transcurso de una meditación que sirvió como terapia para superar un episodio de ansiedad/depresión que el médico decidió tratar con bromazepam. Esto fue tres años antes de que iniciara el verdadero «viaje». Era mediados de otoño cuando decidí volver a la Tierra Media y retirarme de un mundo que ya me oprimía demasiado. En la verde campiña, rodeada de una espesa niebla, me encontré a mí misma ataviada de nuevo con mi desgastado manto de viaje, la capucha bien echada sobre la cabeza para ocultar las posibles lágrimas que pugnaban por brotar. A mi alrededor, no más que soledad y vacío, infinita calma que podía aspirar hasta el fondo de mis pulmones, para limpiarlos y olvidar.
Pensé dónde ir. La Tierra Media es inmensa y cada lugar posee su propio tipo de magia. Pero estaba claro qué era lo que más necesitaba: reposo, un lugar donde llorar acompañada de los suaves cánticos de los elfos, paz para comprender y poder abandonar el dolor antes de partir. Un lugar donde el tiempo no es que se detenga como muchos creen, sino donde vuelve a adquirir su antiguo significado: no algo vacío que llenar con cosas que hacer, ver o decir, sino algo lleno ya en sí mismo, repleto de vida y pensamientos y sensaciones, tiempo que compartir con los demás, con la sabiduría de los que ya no buscan, porque saben que todo lo que deseamos encontrar está en nuestro interior. Allí me transporté, a Lothlórien, a la última morada de los elfos, donde aún es posible verlos si sabes cómo mirar, y de pronto me vi rodeada de estilizadas figuras grises y cabellos dorados que me cortaban el paso y me preguntaron quién era. Uno de ellos se adelantó y me reconoció. —No es necesario que os identifiquéis, Erwen Celebeithel. Ya estuvisteis aquí antes, y aquí podéis morar un tiempo si así lo deseáis. Grandes sois los amigos de los elfos, aunque en vuestro mundo os juzguen pequeños y débiles. Portáis un gran dolor, como muchos de los que llegan perdidos a Lórien. No sé si hallaréis completa sanación, pero vuestras heridas cerrarán y podréis volver al mundo, donde pertenecéis. En mi vida ha habido varios hitos importantes que han ido definiendo la persona que soy hoy en día, y creo que a esa lista voy a añadir la fecha en la que conseguí hacer Sirsasana por primera vez, me refiero a hacerlo yo sola, aunque de momento sea con la ayuda de una pared y una silla. Para los que no sepan nada de yoga, Sirsasana se considera una postura avanzada que consiste en hacer el pino sobre la cabeza, aunque al contrario de lo que parece, el peso no se pone sobre la cabeza en su mayor parte sino sobre los hombros. Empecé a hacer yoga en abril de 2016, más o menos al mismo tiempo que me hacía vegana, y con un estado físico... no voy a decir deplorable, pero sí que era un poco penoso, recientemente lesionada por una caída mientras patinaba. Mi ilusión era conseguir hacer esa postura para cuando cumpliese 50 años. Iba a decir «mi objetivo», pero no, yo nunca me puse ningún objetivo al hacer yoga más que mantener un cuerpo sano y funcional el máximo tiempo posible. Ya llegaría lo que tuviese que llegar… y finalmente conseguí hacer Sirsasana (me refiero a hacerlo completo, boca abajo con las dos piernas y manteniendo un ratillo) varios años antes de lo previsto, en concreto hace una semana 😎.
La última fase de escribir un libro es sin duda la más emocionante. Qué ganas de presentar al mundo mi última creación… Supongo que es como estar ya en fase de dilatación de un parto: vas a salir por mis ovarios y además vas a ser lo más guapo que haya parido una mujer en toda la historia. Vaya, creo que esta va a ser mi aportación al Día de la Madre que se celebra hoy 😊.
Vale, no nos vengamos arriba, pero realmente pienso que es lo mejor que he escrito en toda mi vida. Como ya comenté en mi última entrada sobre mi proceso creativo, el libro se divide en tres grandes secciones, y cada una corresponde a lo que vive cada personaje en primera persona, siguiendo un tiempo lineal en su mayor parte. Cada una tiene su encanto, porque los tres personajes (todos hombres además) son muy distintos y creo que, si no en el lenguaje que utilizan, sí que he conseguido que se note la diferencia en sus personalidades. La tercera sección es la más intensa emocionalmente, tanto que de vez en cuando tengo que hacer una pausa en la revisión y respirar un poco. Ni que decir tiene que me adentro en dimensiones particularmente oscuras de los humanos y que con esa parte me identifico en especial por vivencias que vengo arrastrando el último siglo… y más. La verdad es que da un poco miedo saber (y eso solo yo lo puedo saber) hasta qué punto soy yo la que está hablando a través del personaje. Por si esto fuera poco, algunas escenas me vinieron en estados superiores de consciencia, podríamos decir. Tal y como las vi en mi mente, las trasladé al papel, con toda su dureza. Y esa fuerza especial siempre se transmite a las letras. Ahora solo estoy añadiendo pequeñas pinceladas para que todo quede perfectamente hilado, con la coherencia imprescindible para que todo fluya y se entienda bien (y algunas pequeñas ideas que siguen surgiendo cuanto más pienso en la historia). |
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