En mi vida ha habido varios hitos importantes que han ido definiendo la persona que soy hoy en día, y creo que a esa lista voy a añadir la fecha en la que conseguí hacer Sirsasana por primera vez, me refiero a hacerlo yo sola, aunque de momento sea con la ayuda de una pared y una silla. Para los que no sepan nada de yoga, Sirsasana se considera una postura avanzada que consiste en hacer el pino sobre la cabeza, aunque al contrario de lo que parece, el peso no se pone sobre la cabeza en su mayor parte sino sobre los hombros. Empecé a hacer yoga en abril de 2016, más o menos al mismo tiempo que me hacía vegana, y con un estado físico... no voy a decir deplorable, pero sí que era un poco penoso, recientemente lesionada por una caída mientras patinaba. Mi ilusión era conseguir hacer esa postura para cuando cumpliese 50 años. Iba a decir «mi objetivo», pero no, yo nunca me puse ningún objetivo al hacer yoga más que mantener un cuerpo sano y funcional el máximo tiempo posible. Ya llegaría lo que tuviese que llegar… y finalmente conseguí hacer Sirsasana (me refiero a hacerlo completo, boca abajo con las dos piernas y manteniendo un ratillo) varios años antes de lo previsto, en concreto hace una semana 😎. Pero como todo yogui sabe, todas las asanas (posturas) son un proceso. Pasas del «eso no lo hago ni de coña», a «bueno, va, lo intento», a «joder, esto se siente fatal», a «hmm… le voy cogiendo el gustillo», a «esto lo tenía que haber hecho antes»… y así es como todos llegamos un día a hacer una postura que jamás habrías imaginado que pudieras hacer. Ahora con Sirsasana mi situación mental es: «Vaya, ahora me parece fácil. ¡Quiero más!» Lo que me enamoró del yoga desde el principio es que vas pasito a pasito, muy lentamente, pero casi cada día ves un pequeño avance, siempre que seas constante en la práctica. Hay una progresión y un perfeccionamiento, y cada día descubres sensaciones nuevas, músculos nuevos… Pero en realidad la parte mental es el verdadero desafío. Es una lucha constante entre tu voluntad y tu mente, que además de estar siempre a su bola (por eso el yoga es meditación también), está siempre tocándote los… quiero decir, interfiriendo todo el tiempo, diciéndote que eso no lo vas a poder hacer, ya sea por tu poca flexibilidad, por tus cervicales, porque eres torpe o por lo que sea. Hubo una época que no podía ni doblarme hacia delante, porque era tal la tensión acumulada que tenía en mi cuello, que me daba vértigo, con eso lo digo todo. A pesar de ello, yo seguí adelante. Seguí confiando en el proceso y en una de las máximas del yoga: «Tú practica que todo llega». Entonces, casi sin esperarlo, o mejor dicho, con menos esfuerzo del que me esperaba, porque es más cuestión de técnica que de fuerza, llegó por fin Sirsasana. Este paso ha sido espectacular, lo aseguro. Y no sé si es porque es una postura avanzada, o si es porque estar al revés unos minutos gracias a tu propia fuerza y equilibrio te cambia la fisiología del cerebro, pero me doy cuenta más que nunca de que los límites solo están en nuestras mentes. Sigo teniendo las mismas creencias limitantes en cuanto a hacer el pino sobre las manos o equilibrios varios sobre los antebrazos, pero ahora sé que las derribaré en su momento en cuanto las entrene un poco más y mis tiesos hombros me lo permitan. ¿Y por qué cuento todo esto aparte de por fardar un poco? Bueno, pues porque en el plano espiritual viene a ser lo mismo. Seguimos en guerra aunque ahora no lo parezca, mientras la mayor parte de los ciudadanos siguen hipnotizados viendo la tele y las víctimas de las vacunas siguen cayendo día a día, por bombas silenciosas e invisibles, a veces hasta para los propios familiares. Estos días sigo escuchando a miembros de la Resistencia para sentirme menos sola, y Lobo es casi el único que sigue siendo una constante desde que empezó todo esto, no como otros que han ido decepcionando por unas cosas u otras. Respecto a Lobo, comparto casi todo lo que dice, y algo que repite a menudo, con lo que no puedo estar más de acuerdo, es que no comprende la dejadez de la gente a la hora de cuidar su cuerpo y su mente. Él es algo más joven que yo pero también se da cuenta de cómo a nuestras edades la mayoría luce «cuerpos escombro». En nuestra sociedad, tener tripita, que te hayan infiltrado corticoides varias partes de tu cuerpo y sufrir de achaques varios ya se considera lo normal a partir de los cuarenta. Para mí no deja de ser curioso que la imagen que tenemos todos de la mujer menopáusica es la típica señora obesa o con sobrepeso que se acalora con facilidad. Muchas mujeres de mi quinta o incluso más jóvenes tienen ya ese aspecto. Son los embarazos, el tener poco tiempo, las hormonas… eso dicen. Pero igual que pasa con el veganismo, en realidad son todo excusas. Yo llevo ya un tiempo en perimenopausia y ahora estoy mejor que nunca físicamente. Dudo mucho que alguna vez me cambie el metabolismo tanto como para tener el culo de la Teresa Campos. Y no me he matado en ningún gimnasio para estar así. No soy una persona especialmente disciplinada. Nunca me he privado de mi chocolate negro, ni de la repostería casera, que consumo como mínimo una vez a la semana. Lo único que hace falta para mantenerse sano es un poco de voluntad. Por supuesto no estoy hablando de tener cuerpos perfectos según lo que dicten las normas estéticas del momento, sino simplemente mantenerse en forma, que puedas subir y bajar escaleras con normalidad o que puedas agacharte a coger algo del suelo sin acabar con lumbago. Hablo solo de mantener la movilidad y no padecer de dolores que no deberían estar ahí si no tienes enfermedad alguna. Y repito, esto es paralelo a las cuestiones espirituales, que es lo realmente importante. La misma pereza que nos encontramos en el aspecto físico es la culpable de que estemos rodeados de tantos zombis que ni se molestan en pensar y mucho menos se van a molestar en investigar por su cuenta para encontrar la Verdad. Ni siquiera hace falta que sea la Verdad absoluta, sino la realidad del mundo que les rodea, lo que les afecta a ellos directamente. Muchos son esclavos por decisión propia. Siempre me impacta ver la portada de uno de los discos de Arena, porque es el reflejo exacto de la sociedad en la que vivimos: niños obesos en pañales, tragándose todo lo que sale por la caja tonta. Y ese disco fue publicado nada menos que en el año 2000. Algunas de sus letras también son impactantes: There you are fighting to escape from the womb Dying in the snares of your chosen beliefs Were you not set free far too soon? There you are bathing in the warmth of creation Drowning in the blood of your chosen beliefs Prisoners of fate Living in a state of sedation He querido titular la entrada de hoy «Sirsasana» porque hace muchos años, antes de uno de mis grandes hitos en esta vida, cuando empecé a meditar, escribí un relato llamado «Bromazepam». Supongo que esto no hace falta aclararlo, pero el bromazepam es un tranquilizante de la familia de las benzodiacepinas que se receta para problemas de ansiedad. Ahora me doy cuenta de que aquella visita al médico, en plena etapa laboral, «exitosa y productiva», que dirían algunos, fue mi particular encuentro con el Morfeo de Matrix, cuando me ofrecieron dos opciones: la píldora azul o la píldora roja. Fue el momento de la elección: ¿quieres formar parte de este sistema de mierda que hemos creado para ti o quieres tomar las riendas de tu propia salud y averiguar por ti misma el origen de tu ansiedad? Tuve la gran suerte de elegir la roja, aunque sospecho que desde arriba me guiaron subrepticiamente para que escogiera el camino adecuado. Elegí meditar. Y eso me llevó al viaje más alucinante que alguien pueda realizar sin estupefacientes de ningún tipo. Ni siquiera bromazepam, que solo me tomé unos pocos días. Lo dejé en cuanto vi que no servía para nada.
De «Bromazepam» a «Sirsasana» ha llovido mucho. Pero ese viaje fue el que me hizo como soy hoy, y no lo cambiaría absolutamente por nada. Es lo que en tiempos de guerra como este me permite mantener una calma interna que agradezco cada día. Estar viva es un absoluto regalo, aunque sea mucho más consciente que la mayoría de cómo acaban con frecuencia esas vidas. Yo llegué al yoga con una gran parte de mi camino espiritual hecho, por eso me centré más en la parte física. Pero es esa misma fuerza transformadora la que está detrás de todo. Esa perspectiva especial que te da el conocer nuestra verdadera naturaleza es la que me está permitiendo actualmente romper del todo los moldes mentales que todos traemos de serie y los que te van imponiendo luego cada vez que pisas uno de esos lugares donde prometen «enseñarte» cosas. Me siento como una crisálida rompiendo por fin los muros del capullo en el que estaba produciéndose la metamorfosis. No solo me siento bien por fuera sino también por dentro, y esto, sabiendo de dónde venía, es mucho decir. Me doy cuenta cuando releo mis escritos (especialmente mi saga espacial, también La espiral de marfil). Es casi mágico ser testigo de cómo se van transmutando las emociones, de cómo se va produciendo la transformación interna, de modo muy parecido a cómo se va moldeando tu cuerpo según practicas yoga. Y es muy gratificante ver cómo soy capaz de reflejar todo ese trabajo externo e interno en la forma de evolucionar de mis personajes, a los que cargo con mis paranoias más íntimas, haciéndolos luchar conmigo contra las adversidades de la vida. Sospecho que este es el tipo de metamorfosis que tiene que darse en cada uno de los miembros de la Resistencia si realmente queremos que haya un cambio en la sociedad. Deprime un poco ver que solo una parte de ellos están por la labor y el resto sigue sin enterarse de que esto es una revolución espiritual, una revolución del alma. Por otra parte, es bastante gratificante contemplar dónde estamos hoy todos aquellos que en su día fuimos considerados bichos raros, inadaptados, antisociales, «mudos». Resultó que nuestra fuerza interna es insuperable. Resultó que somos nosotros los que crearemos un mundo nuevo con humanos de verdad, cueste lo que cueste. Y si hemos de perder nuestras vidas en el intento, que así sea. Ya habrá otras.
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