Cuando escribía mi anterior entrada, me preguntaba si merecería la pena publicar el relato que menciono en ella, «Bromazepam». Tengo un buen puñado de relatos cortos inéditos y siempre he pensado que debería publicarlos. Así que lo busqué y para variar me quedé impresionada, realmente pensaba que sería un relato más inmaduro y peor escrito que lo que suelo escribir ahora. Publico hoy la primera parte. Fecha original: escrito del 20 de noviembre al 2 de diciembre de 2008. Tenía 33 años. Surgió en el transcurso de una meditación que sirvió como terapia para superar un episodio de ansiedad/depresión que el médico decidió tratar con bromazepam. Esto fue tres años antes de que iniciara el verdadero «viaje». Era mediados de otoño cuando decidí volver a la Tierra Media y retirarme de un mundo que ya me oprimía demasiado. En la verde campiña, rodeada de una espesa niebla, me encontré a mí misma ataviada de nuevo con mi desgastado manto de viaje, la capucha bien echada sobre la cabeza para ocultar las posibles lágrimas que pugnaban por brotar. A mi alrededor, no más que soledad y vacío, infinita calma que podía aspirar hasta el fondo de mis pulmones, para limpiarlos y olvidar. Pensé dónde ir. La Tierra Media es inmensa y cada lugar posee su propio tipo de magia. Pero estaba claro qué era lo que más necesitaba: reposo, un lugar donde llorar acompañada de los suaves cánticos de los elfos, paz para comprender y poder abandonar el dolor antes de partir. Un lugar donde el tiempo no es que se detenga como muchos creen, sino donde vuelve a adquirir su antiguo significado: no algo vacío que llenar con cosas que hacer, ver o decir, sino algo lleno ya en sí mismo, repleto de vida y pensamientos y sensaciones, tiempo que compartir con los demás, con la sabiduría de los que ya no buscan, porque saben que todo lo que deseamos encontrar está en nuestro interior. Allí me transporté, a Lothlórien, a la última morada de los elfos, donde aún es posible verlos si sabes cómo mirar, y de pronto me vi rodeada de estilizadas figuras grises y cabellos dorados que me cortaban el paso y me preguntaron quién era. Uno de ellos se adelantó y me reconoció. —No es necesario que os identifiquéis, Erwen Celebeithel. Ya estuvisteis aquí antes, y aquí podéis morar un tiempo si así lo deseáis. Grandes sois los amigos de los elfos, aunque en vuestro mundo os juzguen pequeños y débiles. Portáis un gran dolor, como muchos de los que llegan perdidos a Lórien. No sé si hallaréis completa sanación, pero vuestras heridas cerrarán y podréis volver al mundo, donde pertenecéis. Aquellos elfos me protegieron y me llevaron a las entrañas del bosque de Lothlórien. Llevaban arcos y flechas y sus puñales de fino metal resplandecían a la luz de Ithil. Sus sedosas vestiduras grises parecían susurrar con cada uno de sus movimientos, y la luz que surgía de sus rostros, sus manos y sus ojos les hacía parecer etéreos, irreales. Yo me dejé conducir, cansada y sumisa, pues sabía que ya no tenía nada que temer. Sólo con su cercanía mi corazón ya latía más ligero, pues ellos saben, ellos sienten, ellos transmiten su amor sin necesidad de pedirlo porque esa es la única moneda válida en su reino. Entonces Galdor el elfo me acompañó en la noche hasta la base de un talan, y me invitó a subir y subir por las estrechas escaleras en espiral hasta la plataforma. Ese iba a ser mi talan. Allí viviría todo el tiempo que quisiese, rodeada de las hojas verdes y doradas de los mallorn, y de los murmullos de voces élficas que llegaban de los talan contiguos como si fueran una calmante brisa nocturna. Envió a unas doncellas élficas que me regalaron un vestido de gasa rosa, un manto del mismo color, ligero pero tibio para no sentir la humedad de la noche, y en el cabello me sujetaron una fina cadena plateada con florecitas blancas de diamante para que mi espíritu volviese a ser el que era. Dejé a un lado mi ropa vieja y esta se deshizo en un montón de cenizas. Lo miré con indiferencia. Mi corazón estaba ya mucho más allá de la tristeza. Más tarde Galdor vino y sopló sobre las cenizas y desaparecieron en el viento, y me dijo que eso era lo que tenía que hacer yo con todos los lastres inútiles que había arrastrado hasta allí. Aunque la protección de Lórien es muy fuerte, pueden aún entrar enemigos indeseables, y a veces vienen con nosotros en el bolso de viaje. Me entregó una escoba para barrer todas las cenizas y mantener limpio el talan. Luego me enseñaría también a protegerlo aún más con barreras invisibles pero igualmente poderosas. Pero de momento debía permanecer allí y expulsar a todos los oscuros acompañantes que hubiese traído en mi mente, aun sin saberlo: las sombras que acechan en la oscuridad y que en cualquier momento pueden traicionarte. Así que allí permanecí, con la brisa meciendo los pliegues de mi vestido rosa, meditando en la oscuridad de la noche, rodeada de los destellos verdes y dorados que despedían las hojas de los mallorn. (Fin parte I). Comentario: Erwen Celebeithel fue mi nombre espiritual durante un tiempo, me lo puse yo misma utilizando el diccionario de los Apéndices de El Señor de los Anillos. Cualquier fan de Tolkien debería poder traducir su significado.
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