Parte 2. Me gustaba cómo estaba quedando mi corazón. Habían sido días de duro y minucioso trabajo, pero por fin sus paredes lucían lisas y resistentes, y la última mano de pintura le daba un aspecto fabuloso. Hubo noches que aún se ponía a latir desbocado, como si recordara con furia las heridas infligidas o quisiera huir del peligro, y entonces me veía obligada a abandonar el talan y buscar el efecto reparador de las aguas del manantial, o incluso unirme a los elfos cantores. Al principio no reconocía mi voz, después de tanto tiempo sin querer hablar y mucho menos cantar, pero no tardó en brotar clara y cristalina como siempre había sido. Un día apareció Galdor y alabó mi trabajo y mi rápida recuperación, pero a pesar de ello, para cuando volviera a mi mundo, debía aprender a defenderme. Me entregó dos largos y afilados puñales, uno labrado en oro y otro en plata, y me instó a que los agarrara fuertemente con los puños. —Sé que no os gustan las armas. A nosotros tampoco. Pero sabéis que lamentablemente os serán útiles. Son sólo defensivas, vuestra intuición os dirá cómo hacer uso de ellas: uno es para parar los golpes que caerán sobre vos, el otro para devolver el daño pero de manera muy sutil... más que para devolverlo, para disolverlo en el aire y que en lugar de llegar a vos vuelva a vuestro agresor envenenando su alma. En cierto modo ya sabéis hacerlo, sólo debéis perder el miedo a utilizarlas, recordar que podéis hacerlo, ser más consciente de vuestro poder y no olvidar que en vuestro mundo la Sombra aún pervive en muchos humanos. Sólo con saber que existe y que podéis derrotarla, desaparecerá, pues sólo se alimenta del odio, la venganza, la envidia y los demás malos sentimientos que alberga el corazón de los débiles. »Pero el verdadero regalo es este —y Galdor me enseñó la fina envoltura de mithril que cubría mi corazón, haciéndolo fuerte y prácticamente intocable—. Ahora ya sabéis cómo reconocer y curar vuestras heridas, pero este escudo os ayudará aún más. La protección que otorga no es completa, pero sólo una daga muy poderosa y malintencionada podrá atravesarla. Sois una mujer muy afortunada. El brillo en sus ojos delataba su total sinceridad. Suspiré hondo. Sentía la sangre correr por mis venas, y Lothlórien me empezaba a parecer un lugar monótono donde las horas transcurrían exasperantemente lentas. Sonreí. Una nueva vida me esperaba... o mejor, un nuevo camino que se abría como una rosa en primavera. Agradecí sus regalos. Aquella noche encontré en el talan un paquete con nuevas ropas de viaje y un bastón de caminante. Sabía lo que significaba: era hora de irse. Aún permanecí unos días más disfrutando de aquella paz, saboreando aquellos momentos que en mi mundo sólo era capaz de disfrutar unos minutos al día, observando las estrellas en el cielo, pensando en la oscuridad de mi alcoba, o dejándome llevar por la música que los amigos de los elfos siguen componiendo. Recordé cómo, en mi anterior vida, había sido capaz de sobrevivir gracias a los recuerdos de mi mente, así que grabé uno a uno, en lo más profundo de mi ser, todos los detalles de Lórien. Eso nunca te lo pueden quitar. Por muchos alfileres que destrocen tu corazón, siempre tienes el poder de tu mente para recordar que el mundo puede ser mucho mejor de lo que nos quieren hacer creer, y en el fondo nadie puede vencerte. A las afueras de Lothlórien, la Dama Galadriel quiso despedirse de mí. —Recuerda que también existen aún las Casas de Curación de Faramir y Eowyn, ellos podrán comprenderte mejor, pues son más cercanos a ti que unos elfos cuyo tiempo en la Tierra Media acabó hace tiempo —dijo—. Y recuerda que siempre llevas contigo una pequeña luz que te alumbra a ti y a los tuyos, como la luz de la Estrella de Eärendil de Frodo, cuando no aciertes a ver en la oscuridad y creas que todo está perdido. Mucha suerte. Y la luz de sus ojos y el poder de su voz quedaron grabados para siempre en mi interior y siempre me acompañan desde entonces. Empuñé el bastón y me eché la capucha sobre la cara. Estaba triste por dejar Lórien y a los elfos. Pero alegre porque ya no temía más al mundo. Comentario: Hace poco descubrí que la deficiencia de Qi (fuerza vital) hace que tu voz suene más floja. Yo he cantado desde niña, pero como soy muy vergonzosa, lo solía hacer bajito, si había alguien escuchando. Si no hay nadie, no me corto, y cada vez menos. Pero recientemente pasé por otro periodo difícil y noté más que nunca el efecto de la deficiencia de Qi y cómo se te van las ganas de cantar cuando estás depre. No solo eso, sino que no encuentras fuerza para que te salga la voz como debe ser. Me resulta curioso que lo mencionara ya entonces. No en vano dejé de hablar durante la Segunda Guerra Mundial.
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