A estas alturas ya se habrán olvidado todos mis lectores que me faltaba una última portada para cumplir mi reto de Facebook. Lo he estado postergando pero por ninguna razón en especial. Me rebelaba contra mí misma, supongo, siguiendo mi naturaleza rebelde. Pero hoy por fin me he decidido a acabarlo, más que nada porque sospecho que a partir de mañana tendré la cabeza más para escribir sobre la segunda ola del coronatimo y todos los zombis que seguirán jugando el juego a las élites. Promete ser divertido… Así que aquí traigo uno de mis libros preferidos, un descubrimiento reciente al que llegué de manera tan inusual que ni siquiera puedo contarla, ya que casi nadie me creería. Habrá que dejarlo en que me identifico especialmente con su protagonista, el capitán Jack Aubrey, aunque mi personalidad se parece más a la del Dr. Maturin, y no solo porque sea médico y naturalista, sino también por su peculiar carácter tan filosófico, tan melancólico y tendente a la depresión. Jack Aubrey, sin embargo, me recuerda a otros tiempos, a unos tiempos que ojalá nunca se hubiesen ido y que ahora solo puedo evocar someramente en mi memoria. Eran tiempos en los que la honorabilidad y la caballerosidad importaban algo, no como ahora. La hipocresía era la misma, pero bueno, al menos aún se reconocían ciertos valores que ahora más bien se pisotean y se desprecian, y aún así tenemos las desfachatez de seguir llamándonos humanos cuando en realidad perdimos la humanidad hace siglos. Sí, estoy hablando de la grandiosa novela «Master & Commander», primer volumen de una serie de más de veinte títulos que si tengo tiempo quiero acabar de leer en algún momento de mi vida. De momento llevo los tres primeros y los he disfrutado como pocos libros antes. No pido más de una novela: pura aventura. Hombres trabajando, soñando, viviendo sus vidas, forjando amistades y fabricando enemigos, cortejando a mujeres, poniendo en la balanza aquello que perseguimos en frente de lo que perderemos si vamos a por ello sin pensar en nada más. Surcar los mares en un barco de guerra impresionante, sintiéndote libre y dueño de tu tiempo, quedándote maravillado cada mañana al contemplar el océano y el sol saliendo por el horizonte. Aquello sí que era vida.
Esta es una de las pocas ocasiones en las que puedo decir que la película está a la altura de la novela. De hecho, se me hace corta y desearía que hubiesen rodado más secuelas. Lo bueno es que en algún lugar de mi memoria persisten para siempre Aubrey y Maturin tocando sus violines como si nada hubiese pasado minutos antes, como si no hubiesen visto pasar las bolas de cañones por encima de sus cabezas con el consiguiente desmembramiento o muerte de algunos de sus compañeros en una de esas batallas que dejaban la cubierta resbaladiza por la sangre derramada. Igual que ahora, la música sigue siendo uno de los mayores placeres terrenales que existen, una de las pocas razones por las que merece la pena seguir viviendo en esta época tan deplorable. Por cierto… ¡reto superado! 💪
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