Oh, sí, venga, hablemos de fantasmas, no va a ser todo éxtasis y felicidad por haber encontrado el hogar casi perfecto… Por cierto, el «casi» es por la excesiva proximidad de la casa con el vecino de enfrente, no muy excesiva si lo comparamos con los nichos de las ciudades, pero sí lo suficiente como para reprimirse una de hacer ciertas cosas, como yoga en el patio delantero, a ver que os vais a pensar… Lo bueno es que tiene pinta de que esto se va a quedar en invierno como el hotel de El resplandor, así que si no hay peligro de congelación es muy probable que acabe yoguineando igual, pero bueno, se entiende lo que quería decir… Un gesto que agradezco mucho en Asturias es que la gente me salude por la calle sin conocerme. En Madrid es probable que los mirara con cara de asco, pero aquí es como que me devuelve la esperanza en la humanidad y yo les devuelvo el saludo, si es que no he sido yo la que he saludado antes, que también me pasa, a veces. Supongo que saber que somos cuatro gatos contados en la pedanía y que en cualquier momento puedo necesitar su ayuda para… no sé, que me den un poco de azúcar para el bizcocho, arreglar el tejado, encender la desbrozadora que se atasca, llamar a una ambulancia o a los bomberos, cambiar una rueda del coche… te hace concederles una amabilidad egoísta para que piensen que eres alguien simpático y de fiar, cuando en realidad escucho música heavy satánica de esa en cuanto chapo las contraventanas de madera por dentro, sonriendo como una niña de La casa de la pradera. No estoy muy segura si lo de poner música es para no escuchar el silencio o para retar a los fantasmas que viven en la casa. Si no les gusta, que me lo demuestren… De momento se han manifestado solo cuando yo misma estoy en el astral, si no menciono los continuos ruidos de trajín en el piso de arriba, ya conocidos por mí por haber convivido con otras presencias fantasmales pesarosas en otros enclaves misteriosos. Que sí, soy consciente de la existencia de pájaros varios, ratas, ratoncillos, murciélagos, arañas tipo Ella-Laraña y demás fauna que mora en las buhardillas, pero dudo que alguno de ellos lleve tacones o camine con bastón, unos días más cabreado que otros. Menos mal que sé que ese tipo de fantasmas es completamente inofensivo y que en realidad es nuestra mente a la que hay que temer. ¿O es que os pensabais que la mención a El resplandor era gratuita?
No es broma, yo ya se lo dije hace semanas a mi socia. O sea, dos locas de los gatos encerradas en una casa encantada. Una de ellas escritora y con trastorno de personalidad múltiple, porque para la psicología actual eso de recordar haber sido una india en el pasado no es posible y sin duda es una patología que roza el delirio… y no miro a nadie. Además afirma haber tenido experiencias místicas que ni Stanislav Grof vio en sus pacientes que se pusieron de LSD hasta las cejas bajo su prescripción. A eso añade cinco gatos que vienen todos traumados por su pasado vagabundo en las calles, como los niños de Oliver Twist. Uno de ellos se tiraba al toldo desde el piso de arriba en la anterior casa, con eso lo digo todo, quizá siguiendo sus instintos suicidas que aparecen cuando está en el extremo polar negativo de su trastorno bipolar. La nieve cubrirá las carreteras en algún momento y tendremos que pasar el invierno aisladas en estas condiciones. Se acabarán las provisiones y solo nos quedarán las latas de fabada asturiana con chorizo para sobrevivir, después de arrasar con las raciones de supervivencia que al menos son veganas y duran hasta 2042 (bendita previsión del apocalipsis zombi por parte de nuestro casero). Y ya sin tener nada mejor que hacer, nos pasaremos el día vigilándonos una a la otra, a ver quién va a ser la primera que falte a sus principios veganos y se coma la fabada contaminada con cadáver animal. Mientras, los gatos ya habrán pasado suficiente tiempo mirando ausentes al vacío preguntándose qué son esos extraños ruidos como para estar completamente absorbidos por los fantasmas de la casa y se habrán dado a la hierba gatera, como Jack Torrance se da al alcohol en el bar del hotel. Se huele la tragedia. Y después de todo esto, debo decir que no era mi intención dar este toque humorístico (realista) a la entrada. Yo pensaba hablar de los fantasmas que sí hacen daño, lo juro. Supongo que por eso dicen que escribir tiene un efecto terapéutico. He transformado las ganas que tenía esta mañana de cagarme en todo en un texto que puede evocar la sonrisa en el lector. Después de todo soy una artista, qué le voy a hacer… Ahora me tendría que poner demasiado seria y no me apetece, así que voy a tener que escribir una segunda parte, que hasta aquí son ya 830 palabras sin contar la cita de la foto y eso ya va a ser demasiado para el cerebro medio. Kiksúye.
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