He vuelto a La Comarca 😊. Qué paz. Qué paisajes. Qué silencio… Empiezo a sentirme salvaje de verdad. Soy una salvaje moderna, podríamos decir. No puedo prescindir de la conexión a internet por temas laborales, pero si salgo de casa me conecto de verdad a la vida, al sol, a la tierra, a la naturaleza entera, a Gaia… He pasado unos días durillos pero ya empiezo a sentirme en mi hogar. Dulce hogar. De momento no tengo compañía física pero no me siento sola para nada. Me siento afortunada, me siento rodeada de todos mis guías, y agradecida por los humanos que se van cruzando conmigo para ayudarme en caso de apuro. Como ya es habitual en las integrantes del proyecto veterinario bautizado como Alma Vegana, las mudanzas no pueden ser nunca aburridas ni exentas de incidentes, así que a escasos quince kilómetros de mi destino final se produjo el despiste fatal que me llevó a cruzar media montaña con el coche hasta los topes. Me perdí. Tuve que llamar al casero. Me indicó el camino, pero mi GPS se empeñaba en perder la señal, por algo digo que los GPS no sirven absolutamente para nada. Sin mis indicaciones apuntadas en el papel me habría perdido mucho antes. Cogí de nuevo el desvío que no era, y al intentar subir otra montaña mi coche se calentó y dijo basta, cual mula exhausta cargada con pesadas alforjas si estuviéramos en el siglo XVII. Ya al final de la tarde y con una tormenta próxima, me salvó un paisano conductor de grúa de buen ver al que estaré eternamente agradecida. Se quedó mi teléfono y sabe dónde vivo, pena que no parece que me vaya a devolver la llamada. Y el resto ha sido exactamente como en la película Bailando con lobos, lo que me hace tener una sonrisa continua en mi cara. Soy como John J. Dumbar llegando al Fuerte Sedgewick, cuando se lo encuentra abandonado y tiene que empezar a adecentarlo, hacer reparaciones y organizar suministros y tareas para cuando llegue el resto de la tropa, que en este caso consistirá en una colega comandante y cinco gatos poco disciplinados. Por primera vez en mi vida he tenido que barrer suelos y también techos, que las telarañas eran dignas de cualquier película de vampiros. He subido maletas casi más pesadas que el casero por unas escaleras de madera que crujen y chirrían por detrás de cada paso que das, como si te persiguiera el fantasma de la casa, que haberlo, seguro que haylo. He movido yo solita colchones y somieres que si me ve un tío cachas de la muerte ni se lo cree. He quitado más mierda incrustada en armarios que un pocero en una alcantarilla (y lo que me queda...). Ya puesta a cumplir cualquier misión por irritante que parezca, incluso he desatascado una bañera con vinagre y bicarbonato que hasta el fontanero más veterano de mi barrio se habría quedado boquiabierto. Y por todo ello me siento orgullosa 😎. Ya solo queda que aparezca Calcetines, aunque a falta de lobos, ya he tenido un par de gatos visitantes en el jardín. 🐈 🐈 Eso sí, no me he impuesto demasiada autoexigencia y me lo he tomado con mucha calma, que por algo aún estoy de vacaciones, más o menos. Primero tocó lo más urgente, luego lo más necesario, y cuando ya me había calmado un poco después de la aventura en la carretera, osé arrancar el coche para transitar el caminito típicamente asturiano, estrecho y tortuoso, para llegar con la ayuda de la providencia a la población más cercana. Por supuesto, fui muy previsora averiguando antes dónde hallaría un taller mecánico, por si acababa allí en vez de en el supermercado, pero por fortuna todo salió perfecto. De momento se acabó el estrés. Ya he notado que aquí el tiempo transcurre más lento y lo mejor es que me la refanfinfla todo lo que pueda ocurrir a más de dos kilómetros a la redonda. Ahora me levanto con el sonido de los cuervos y las rapaces, me desperezo frente a la ventana contemplando la montaña verde y frondosa, el cielo azul o neblinoso según el día, pensando «Esto es vida». Ya he encontrado hasta mi lugar perfecto para hacer yoga o Qi Gong al aire libre lejos de miradas indiscretas, y si me siento a meditar frente al valle, puede incluso que los ents me regalen sabrosas manzanas, directas del árbol a mi mesa. ¿Quién querría más? Dios, somos ricos y ni siquiera lo sabemos.
Kiksúye.
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