7-11-2020. Dije que estamos en guerra, pero no me di cuenta de que realmente estamos en guerra hasta que llegué al hipermercado y vi que habían vuelto a poner cinta policial alrededor de la zona de textil. «¿Y ahora qué hago? ¿Dónde compro las bragas? ¿Llevar bragas no es una actividad esencial? ¿O es venderlas lo que no se considera esencial?» Estoy bastante confusa, pero lo cierto es que si pasa un mes más y seguimos con las restricciones por Covid, voy a tener que remendármelas, sobre todo porque las ayudas para autónomos me van a dar para pagar las cuotas de autónomos y poco más. Hmm… así que ya me veo como mi abuela, que en la posguerra tenía que tirar con un par de medias para toda la década. La conclusión lógica es: «Estamos en guerra». Se lo diré a todo el mundo por si todavía no me creen. Lo único bueno que le veo a esta situación de guerra es que las largas jornadas en la clínica sin tener un solo cliente al que atender (que supongo que se han vuelto a encerrar en sus casas con sus mascarillas puestas, dispuestos a no salir hasta que vengan con un pasaporte sanitario a ponerles la vacuna obligatoria… que, ahora que lo pienso, es lo mismo que hacen con su perro) es que puedo dedicar mi tiempo a ver muchos vídeos de la Resistencia. Somos discretos, pero tengo la sensación de que cada vez somos más. Puedes estar en un grupo o no estarlo, eso no importa. Lo importante es que nos hagamos conscientes de que somos hormigas en un hormiguero al que intentan destruir por todos los medios. Bueno, con todo lo que sé ahora, no diría destruir, sino controlar, como haces con una plaga incómoda. Nos han metido gas venenoso por el agujero (por algo llaman fumigaciones a lo que tiran los dichosos aviones que pretenden cambiar el clima y encima culparnos a nosotros también), nos quieren acobardados y sumisos, atontados y obedientes. Esto me ha recordado el ciclo biológico de un parásito que infecta los ganglios nerviosos de las hormigas, las convierte en zombis y hace que cada hormiga infectada cambie su comportamiento y un día te la encuentras en lo alto de una brizna de hierba con sus mandíbulas bien clavadas en ella. Entonces una inocente vaca se come la brizna de hierba con la hormiga incluida y el parásito accede al aparato digestivo de la vaca para continuar con su reproducción. Recuerdo que en clase me quedé absolutamente fascinada con este parásito. Si creéis que esto me lo acabo de inventar con mi prodigiosa imaginación de escritora de ciencia ficción, os equivocáis: es totalmente cierto y la especie de parásito se llama Dicrocoelium dendriticum (lo que no entiendo es por qué hablan en el artículo de un estudio reciente cuando esto lo estudié yo ya en la década de los 90, será porque la ciencia va más lenta de lo que pensamos o porque no interesa que algunas cosas salgan a la luz hasta que quieren asustar a la población). Siempré amé la parasitología por cosas como esta… Ahora volvamos a nuestro hormiguero. Si el Dicrocoelium dendriticum existe en la naturaleza y actúa así simplemente por instinto de conservación, con poco más de dos neuronas que debe de tener, pensemos por un momento en qué serían capaces de hacer humanos malvados y crueles que lo único que desean es el poder y el control absoluto del resto de humanos que pueblan el planeta. Por lo que vengo observando, este el punto que más cuesta comprender a la gente común, que por lo general es de naturaleza benevolente… un tanto envidiosilla de sus semejantes y tendente a la picaresca, como buenos españoles, pero sin maldad, al menos no la maldad a la que llegan los individuos desalmados que quieren controlar el mundo. No son capaces de creer que tal maldad puede existir y que nuestros dirigentes son una panda de pederastas asesinos que adoran a un dios del que mejor no hablaremos aún aquí. No son capaces de creer que vienen planeando todo esto desde hace siglos. Y con todo descaro, van dejando pistas y pruebas por todas partes, porque saben que la mejor forma de esconder la verdad es ponerla a la vista de todos. Y porque saben que lo que hacen es tan repugnante y malvado, que nadie creerá que realmente lo hacen. Juegan con nuestras mentes, nos manejan como ellos quieren, nos engañan y nos confunden. Hace siglos que conocen las técnicas y no paran de experimentar con nosotros y mejorar sus resultados. Son verdaderos parásitos que se instalan en nuestros cerebros, implantando pensamientos que no son nuestros y haciéndonos creer en la «realidad» que ellos quieren que creamos. Su mejor trabajo está ahora a la vista de todos: han convertido en zombis a la mayoría de la población, que cree en la existencia de un virus letal que se transmite por el aire y por ello se encierra en sus casas, dispuesta a sacrificar su libertad, su economía e incluso a sus propios hijos, rezándole al nuevo Dios de la Ciencia, el cual se convertirá en su Salvador mediante la fabricación de una vacuna que lo único que hará será convertirlos en individuos aún más zombificados. Y no se dan cuenta de que el poder de las hormigas radica en la unión. Todos actuamos de manera individual, pero si actuamos a la vez en contra de nuestro común enemigo, ese enemigo no tendrá nada que hacer contra nosotros. Arrasaremos con él en un abrir y cerrar de ojos. Yo al menos aún recuerdo esos reportajes del National Geographic donde se veía cómo una marabunta de hormigas atacaban a un leopardo y se lo comían vivo. Algunas hormigas son venenosas. Una hormiga sola tiene poca cantidad de veneno, pero si son miles de hormigas, la dosis de ese veneno será letal. Es fácil de comprender. La unión hace la fuerza. Ataquemos todos juntos y en la misma dirección. Pongámonos de acuerdo y actuemos como un ejército, antes de que puedan zombificar a más de los nuestros. Busquemos el antídoto para los que ya están enfermos de telebasura y propaganda, detengamos la enfermedad y avancemos sin miedo en defensa de nuestro hormiguero, nuestra tierra.
Es lo único que tenemos y deberíamos venderlo bien caro. NOTA: Aunque el texto es original mío, la idea de la marabunta nació de la mente de Jaime Garrido, para el grupo del SER del 99%, al que pertenezco.
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