CAPÍTULO 1: PARQUE ZOMBICADO.Nuestras visitas al típico centro comercial —en nuestro caso el más cercano está a cuarenta y cinco minutos en coche (y nunca estaría lo suficientemente lejos)— se empiezan a convertir en una especie de expedición al peligroso mundo incivilizado en el que te puedes encontrar casi con cualquier cosa: familias con niños salvajes y glotones montando escándalos en hamburgueserías sin que nadie pueda protestar porque te acusan de maltrato infantil; individuos sospechosos que te miran desde el coche cuando vas buscando un sitio al aire libre detrás del Media Markt para comerte el único alimento vegano que has encontrado en todo el centro comercial (desde la distancia lo miré con mirada penetrante y aire de guerrera Shaolín y menos mal que siguió su camino); coches BMW en miniatura a 15 euros los tres cuartos de hora para que el bebé se vaya acostumbrando al premio por ser un ciudadano responsable; e incluso pobres almas que a estas alturas van embozaladas por el supermercado, no sea que mueran víctimas de algún virus letal que según la superstición general aún pulula en el ambiente (morirán pero por el virus de la estupidez humana ilimitada, como bien saben mis lectores). «Que Dios nos pille confesadas», me santiguo (ah, no, que eso es un ritual satánico, por lo visto, y yo estoy en el bando de los buenos). —Pero ¿seguro que tenemos que ir a ese lugar infame? —pregunto a mi compañera, la doctora Maturin, según me siento en el asiento del copiloto, con legañas en los ojos por el madrugón, que es un sábado antes de las 10 de la mañana, me cago en todos mis muertos... —Eras tú la que dijo que quería venirse. —Ah, sí. Es para arreglar el tema ese de las señales de humo… —¿Señales de humo? —Sí, el tema ese de la falta de comunicación, que mucho avance tecnológico pero por algún misterio insondable del universo, los mensajitos que mandan los prestamistas no llegan a mi receptor telegráfico. —¿Te refieres al móvil? —Sí, eso. —¿Y por qué te ha dado por hablar como en el siglo XVIII? —Porque me habría encantado quedarme ahí… excepto por la existencia de ejecuciones en la horca y otras barbaridades de la época. —Bueno, vamos, doctora Tan, que hay niebla y voy a ir aún más lenta que de costumbre. El viaje se siente como un trayecto en caravana a través de las llanuras del Colorado, pero es necesario hacerlo al menos una vez cada dos o tres meses, para reponer víveres difíciles de conseguir en los establecimientos de la aldea o arreglar ciertos asuntos desagradables como el mencionado de las comunicaciones. Ojalá llegue el día en el que podamos deshacernos de todos ellos, pero de momento no hemos cortado todos los lazos que nos unen al Viejo Paradigma. No sabemos cuántos años durará la agónica transición, retardada justamente por los retardados que no acaban de aceptar que viven esclavizados por psicópatas que tienen los días contados. Como las pioneras del Oeste Americano, nos hemos establecido en la frontera de la civilización, buscando la independencia en todos los sentidos. Así, si viene el apocalipsis, al menos tenemos la esperanza de encontrar alguna cueva perdida en el monte por si nos tenemos que esconder huyendo de la Guardia Civil, no en vano ya nos tienen fichadas por pasear hace años sin bozal en las calles de Gijón, si es que somos unas delincuentes… Ya estoy viendo hasta el cartel. «SE BUSCAN, vivas o muertas. Son dos mujeres con aire inocente que van por ahí burlando al personal. Una es una mortífera especialista en artes marciales y la otra envenena a sus víctimas con pócimas que fabrica con plantas prohibidas. Se ofrece recompensa de 50.000 euros por una de las dos, 120.000 euros si las entregan juntas. La mitad si están muertas, que de eso vamos sobrados.» 🧟 🧟♀️ 🧟 🧟♂️ 🧟♀️ 🧟 🧟♂️ 🧟♀️ 🧟♂️ 🧟♂️ 🧟♀️ 🧟 La jornada transcurre sin complicaciones, con la excepción de que la tienda de teléfonos está ilocalizable por más vueltas que damos al extraño centro comercial, aunque no descartamos que la confusión se produzca por lo deshabituadas que estamos ya a la música estridente y repetitiva, las luces brillantes, el jaleo de humanos sin cabeza que corren de un comercio a otro con bolsas en las manos y las ondas electromagnéticas que bañan la atmósfera del lugar. Quizá sería mejor olvidarnos del Antiguo Oeste y venir como exploradoras extraterrestres, embutidas en trajes especiales diseñados para resistir las radiaciones de cualquier planeta… —Venga, vámonos ya. ¿No tienes ya el cilantro ese que buscabas? —Si solo llevamos media hora aquí, aún nos queda el centro comercial de verdad y la tienda de las torres para gatos, que ya sabes que quiero construir otra de seis metros por lo menos. —No sé, el tiempo aquí pasa distinto… como más lento. —¿No decías lo mismo de nuestro hogar en La Comarca? —Sí, pero es un lento distinto… Allí es un lento apacible, de campo, las horas transcurren sin prisa alguna, para que puedas deleitarte con cada momento. Aquí es un lento de película de terror, de la calma antes de la tormenta, de «parece que no pasa nada pero en cualquier momento hay un cataclismo nuclear o van a empezar a salir muertos del cementerio indio». —Hmm… pues ahora que lo dices yo siento algo raro también. No percibo el olor a matrixiado como dice nuestro casero, pero da un poco de miedo. —No, miedo no. Asquito. Repelús. Es como zambullirte en un mar de inmundicias. —Vale, me has convencido. Vámonos. Después de saborear la deliciosa empanada vegana al sol del asfalto, poco más queda por hacer en ese enclave alejado de la mano de Dios, así que nos disponemos a emprender el viaje de vuelta a nuestra casa, donde nos esperan cinco gatos hambrientos que se han dedicado a hacer las labores domésticas para ganarse el sustento, como corresponde a todo gato agradecido por haber sido rescatado del despiadado mundo que crearon los humanos del Viejo Paradigma. (Continuará...)
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