El ánimo de la población decae después del reciente anuncio presidencial de que la absurda cuarentena ha de prolongarse aún quince días más. Sigo notando mucha crispación, muchas miradas de «¿Pero tú adónde coño vas?», mucho miedo a lo desconocido, mucho nerviosismo… Al cajero que me tocó hoy en el supermercado —un hombre madurito que quizá estaba sustituyendo a una compañera y se dio cuenta de que deberían cobrar el doble de lo que cobran— se le abrió el paquete de las manzanas verdes Granny Smith y las volvió a embolsar corriendo, perdiendo una por el camino que tuve que pagar de todas formas. No reclamé, no fuera que llamara la atención del vigilante y me enviara al cuartucho de detención de los chorizos y me descubriera. Pude leer el pensamiento del cajero: «¡¡Dios!! ¡Que estoy esparciendo todos los coronavirus por la cinta portaartículos esta o como se llame y voy a ser el responsable de la muerte de todos mis congéneres!» Es lo que suele ocurrir cuando les transmites a los ciudadanos que un virus respiratorio es más o menos igual de mortal que las esporas del ántrax. Hoy tenía la esperanza de reclutar a más disidentes para mi resistencia, pero a este lo descarté al instante, se ve que ha sido víctima de la desinformación… En un aburrido día en el que lo más emocionante ha sido ver un webinario sobre la furunculosis perianal canina, yo tampoco me voy a ir a la cama muy optimista sobre el futuro. Ahora que ya me sé al dedillo la etiología, el diagnóstico y el tratamiento (parcialmente inútil como siempre ocurre con la medicina occidental) de esta grave y dolorosa patología, creo que jamás podré tener pacientes para poder sanarlos. Sniff. Sniff. No es bueno el aburrimiento, este estar mano sobre mano contamplando con la mirada ida la pared violeta frente a mí... Si no estoy salvando personitas no humanas, me entran deseos de exterminar a la especie humana. Bueno, a todos no, dejaría a algunos, pero aún tengo que determinar los criterios de selección, como si fuera a inaugurar una colonia en Marte... no, en Marte no, que ahí ya están los capullos, más lejos, en Saturno por lo menos, que solo los alienígenas puedan venir a molestarnos...
Pero yo soy ya demasiado vieja para esos planes de colonización espacial y tengo que conformarme con ideas menos ambiciosas. Ahora mi máxima aspiración es cultivar algún tipo de microorganismo para enviárselo en un sobre a nuestros gobernantes en un futuro no muy lejano. Pero un microorganismo de los letales de verdad, no como el mindundi este del Covid-19. Está claro que el virus de la estupidez humana ilimitada está muy extendido entre los políticos, con una morbilidad cercana al 100%, pero eso no nos resuelve los problemas en el país. Si desaparecieran de la faz de la tierra quizá la humanidad podría rehacerse después de este golpe bajo que nos han dado. Para eso estaría bien una epidemia de cólera, o una tuberculosis ahora que casi no hay antibióticos eficaces… también se les puede dejar morir de obesidad y de las enfermedades cardiovasculares que casi todos ellos padecen, pero eso sucede a un ritmo demasiado lento y son enseguida repuestos por más políticos ávidos de pensiones vitalicias. Además deberían estar todos juntos y aislados en algún recinto, que no queremos que haya víctimas colaterales como sus familiares y amigos. Tal vez… el Congreso de los Diputados. No sé… esta idea necesita mucha cavilación. Necesito un consejero de acciones bélicas en la resistencia, y aún no he encontrado al candidato ideal. Espero que este escrito no sea interceptado por los servicios de inteligencia. Si mañana no publico, por lo que más queráis, BUSCADME. Que si no, os quedáis sin resistencia… y, probablemente, sin derechos, ni libertad, ni nada.
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