Vaya día de cuarentena más duro hoy… Con esto de estar en casa confinada, no tengo más remedio que dedicarle una hora entera a mi sesión de yoga, ahí en la terracita con el sol brillando en lo alto, he sudado casi como si estuviéramos en pleno verano. Luego tuve poca cosa que comer, con esta época de desabastecimiento que estamos pasando: únicamente un guisito vegano de judías blancas y como postre, unas fresas con nata (de coco, por supuesto). Estaban malísimas las condenadas... Algo más tarde decidí tumbarme un rato en el césped, y fui tan temeraria que inspiré profundamente el aire fresco primaveral, inhalando millones y millones de virus, junto a otras tantas partículas infecciosas de diversa naturaleza, que me van a enviar al cementerio seguro. Mientras hacía la digestión me perdí entre las páginas de HMS Surprise, cada palabra que leía me arrancaba un bostezo. Eso sí, era capaz de comprender perfectamente al capitán Jack Aubrey mientras escribía una carta a su prometida, porque yo también sé que de ciertos asuntos sangrientos y oscuros, es mejor no hablar… En eso estaba, cuando mi pareja me llamó para ponerme al corriente del estado policial en el que se ha convertido Madrid: como te atrevas a cruzar la Puerta del Sol sin un salvoconducto, al igual te detienen y te multan, como poco. Es que eso de que vayas propagando virus por ahí empieza a estar muy mal visto… Me estaba llenando de indignación, lo prometo, mientras contemplaba el verde de los árboles, la hermosura de las flores de la parcela, los dientes de león quedándose sin semillas paracaidistas… pero antes de que consiguiera indignarme, volvía a reparar en la calma absoluta e inalterable de mi interior. Qué suerte he tenido de llegar hasta aquí. Lo digo en serio y sin ánimo de dar envidia a nadie. Navegando por redes sociales me encontré con una imagen que me hizo reflexionar. Y como hoy me siento generosa, voy a escribir algo más personal respecto a dicha imagen que comparto a continuación: Mirando el diagrama, yo no dudé ni un segundo en saber en qué círculo me encontraba. Y por todo lo que estamos viendo en estos últimos días, puedo sospechar dónde se encuentra el 95% de la población: en la zona de pánico. Reconozco que esto último no me causa ni alegría ni tristeza, más bien soy totalmente neutral. Que cada uno apechugue con lo suyo (sí, los que me conocen bien saben que de empatía no voy sobrada). Lo que sí me parece triste es que el simulacro de pandemia pasará, y muchos se quedarán en el primer círculo, el del miedo, porque por alguna razón que no logro comprender, a muchos les gusta estar ahí. Sé, por experiencia, que se necesita un gran esfuerzo para salir de ese estado, pero me parece sorprendente que tenga que venir un estúpido virus, junto a una alerta sanitaria creada artificialmente, para que la gente se plantee estas cosas, como si no hubiera habido ya miles de razones para ello. Ah, claro, que quizá no les tocó tan de cerca, pobrecillos...
Pero a lo que voy es que, incluso cuando las circunstancias te empujan a la introspección, a buscar respuestas más allá de lo que percibimos con nuestros sentidos físicos, la mayoría de los individuos siguen huyendo de sí mismos y siguen distrayéndose con asuntos sin relevancia alguna. Siguen esperando que un Salvador les caiga del cielo para librarse de su propia ignorancia, de su propia enfermedad infecciosa creada por el ya famoso virus de la estupidez humana ilimitada. Yo cambiaría la primera pregunta: no hay que ser nada «durante el Covid-19», hay que serlo durante toda nuestra vida. Y uno no llega a la zona de crecimiento solo con buenos deseos, ni llegará después de uno o dos meses de cuarentena. Uno llega ahí después de años trabajando con uno mismo, utilizando una herramienta que considero esencial y que casi nadie utiliza en el mundo occidental: la meditación. Me hace mucha gracia que muchos confundan la meditación con una actividad tranquila, de paz y serenidad, en la que aprendes a amar y a perdonar. No. La meditación consiste en abrirte en canal, buscar los pozos de oscuridad dentro de ti, enfrentarte a los miedos de verdad… Es experimentar una clase de violencia a la que no estamos acostumbrados actualmente. La meditación supone llegar a la Verdad, pero hay que tener cuidado, porque puede ser una Verdad muy difícil de aceptar y que necesitará de ti que te rompas, que sangres, que llores… Pero a la larga, eso será lo único que te hará destruir los muros de tu prisión y alcanzar la verdadera Libertad. Los que somos libres nos encontramos siempre en la zona de crecimiento, pase lo que pase. Porque estar ahí se ha convertido en lo natural para nosotros. Porque ya nos sabemos conectados con el Universo, sabemos que la Eternidad existe y nuestras vidas terrenales son cortos capítulos de nuestra existencia. No es suficiente con que te lo cuenten. No es suficiente con creer. Las creencias nunca jamás serán certezas. O haces el viaje o te quedas en casa. No hay más. En esta vida todos elegimos ser esclavos o ser libres. Y las cadenas siempre están en nuestra mente, no fuera de ella.
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