Mi primer impulso fue acelerar y evadir el control policial que me encontré en la rotonda de salida de la autovía. Sí, seguramente era solo un control rutinario para pedirme la documentación y preguntarme cuál era el motivo de mi desplazamiento, pero, ¿y si ya sabían que era el miembro fundador de Resistencia? En estos tiempos no te puedes fiar de nadie, cualquier viandante puede ser un espía: si pasan información valiosa a los agentes, quizá puedan pasear a su perro media hora en lugar de los diez minutos que conceden para que el pobre animal haga sus deposiciones en tiempo récord. Luego me lo pensé mejor y tuve una idea muy loca: ¿y si le decía al policía que se nos uniera? Tener a un miembro de las Fuerzas Armadas en nuestro grupo disidente podía sernos muy beneficioso. En los escasos segundos que tenía para decidir, miré al frente y con pesar vi que estaban deteniendo a otro vehículo delante de mí. Eso me dejaba poco margen para escapar. No tuve otra opción más que frenar y detener mi coche también, escasos metros por detrás. Antes de que se se acercara el agente rebusqué en mi mochila la libreta que siempre llevo para apuntar todas estas idioteces que se me ocurren que al final acaban convirtiéndose en buenos argumentos para mis libros. Cogí el boli y garabateé rápidamente: «Esto del Covid-19 es una farsa y lo sabes. ¿Quieres unirte a la Resistencia?» Me encomendé a Dios y a todos los santos y arranqué la hoja de la libreta. Bajé la ventanilla del coche muy lentamente. —Buenas tardes, señora.
¿Por qué siempre me tenían que llamar señora? Que vale que ya paso de la cuarentena pero no lo aparento por ningún lado, con lo que me cuesta la peluquería... —¿Me puede decir cuál es el motivo de su desplazamiento? —Vuelvo de mi puesto de trabajo a casa. —¿Dónde trabaja usted? —En una clínica veterinaria. Es vegana, ¿quiere que le explique qué es el veganismo? —No, gracias, estoy en la cúspide de la cadena alimentaria y no pienso dejar de comer carne. —Pero… —Señora, ¿quiere que la lleve detenida al cuartelillo? —No, por favor. Además legalmente no he hecho nada para ser tratada de esta manera. —¿Me puede demostrar que trabaja en una clínica veterinaria? —Claro. Aquí tiene: mi carnet de colegiada. Junto al carnet le pasé la nota que había escrito unos minutos antes. El policía miró primero el carnet y se quedó pensativo… supongo que se estaba preguntando qué edad podía tener esa chica tan guapa de la foto. Luego leyó la nota y de pensativo pasó a sumamente extrañado. Después me miró a los ojos. Yo le sonreí, aunque estaba a punto del ataque cardíaco. —Baje del coche, señora. Los barrotes del calabozo se cerraron con un «clonk» retumbante que estuvo resonando en mis oídos toda la noche, mientras trataba de conciliar el sueño. ¿Qué podía haber fallado? Ese hombre parecía ser bastante inteligente como para saber que la falsa pandemia era solo una excusa para aprobar leyes que restringieran la libertad de los ciudadanos. Habría jurado que una leve sonrisa se había dibujado en sus labios mientras leía mi invitación a la Resistencia… claro que ahora comenzaba a dudar. ¿Y si fuera un sádico y sonreía al imaginarme encerrada en una celda como estaba ahora? Hijo de… —¡Eh, tú! ¡La de aquí al lado! —¿Te refieres a mí? —¿Quién si no? Hoy somos los dos únicos que pasan la noche aquí. Uno más y ya romperíamos la distancia de seguridad y seguro que nos considerarían positivos a coronavirus. —Que no, para eso tienen que sacarte sangre y hacer un test. —¿Tú crees? —Creo no, lo sé. Soy viróloga aparte de veterinaria. —Oye, quiero unirme a tu Resistencia. —No sé de qué me estás hablando. —Te conozco, eres la que va por ahí reclutando a disidentes, el otro día te oí hablando con la cajera del supermercado. Yo me encargo de la limpieza en ese mismo súper.. —No sé de qué me estás hablando. Déjame en paz. Además, no había sido una cajera, sino un cajero… Tuve que morderme la lengua, porque seguro que nos estaban vigilando y oían todo lo que decíamos. De todas formas, ni loca lo reclutaría. A nadie con un mínimo de inteligencia se le ocurriría ponerse a hablar así en una prisión. Al final me acurruqué contra el rincón y ya cerca del amanecer traté de acomodarme para dormir. «Hoy he aprendido algo nuevo», me dije. «No sirve de nada encomendarse a Dios ni a ningún santo. Traidores».
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