Uno de mis personajes favoritos de El Señor de los Anillos siempre fue Faramir. Me refiero al personaje original del libro, ya que el de la película fue un poco distorsionado y no se aprecia su verdadera profundidad: su pacifismo, su amor por las letras, por el conocimiento, y, al mismo tiempo, su faceta de capitán que intenta ser justo y ecuánime, y no caer en la crueldad. Su faceta de luchador más o menos le viene impuesta por las circunstancias del mundo en el que vive, pero aún así sobresale por su habilidad y su sabiduría. Sí he de reconocer que la escena con su padre, Denethor, es una de las más impresionantes y conmovedoras de toda la trilogía. Abatido por la muerte de su primogénito, Boromir, en el que tenía puestas todas sus esperanzas, Denethor ordena con desprecio a Faramir que ocupe su lugar. Es ahora cuando tiene la oportunidad de demostrar su valor. Le envía a defender Osgiliath, sabiendo que su caída es inevitable. En realidad, le está enviando a una muerte casi segura. Y Faramir acepta. Eso es un verdadero sacrificio, por cierto, no lo que llaman «sacrificio» en estos días de alerta sanitaria. Siempre he disfrutado con estos periodos de crisis, creo que a estas alturas no tengo por qué negarlo. Son días intensos y difíciles para todos, de eso no hay duda, pero son puntos de inflexión en nuestras vidas que nos muestran de qué madera estamos hechos, cada uno de nosotros. Y lo mejor de todo es que por fin puedes ver la verdadera naturaleza de los que te rodean, con toda su crudeza.
Ahora mismo todos somos Faramir. Tenemos que elegir. Tenemos la oportunidad de demostrar lo que valemos. Podemos desplegar todo nuestro egoísmo y actuar sin importarnos los demás. Podemos elegir una posición más neutral y tratar de seguir como siempre, en la medida de lo posible. O podemos actuar beneficiando de verdad a las personas (humanas y no humanas) que comparten espacio con nosotros. Podemos perdonar alquileres, por ejemplo. Podemos consumir menos para que los menos favorecidos tengan más. Podemos cultivar la paciencia y no contribuir al nerviosismo y a la tensión en la que muchos están inmersos ahora a causa de sus trabajos. Cuando menos, podemos observar en silencio y hacer el menor daño posible, que las cosas ya están bastante malas de por sí. La pandemia pasará y estas semanas que estamos viviendo serán historia. Sí, la normalidad volverá, la misma normalidad de mierda a la que ya estábamos acostumbrados, porque los humanos somos así, animales de costumbres. Lo que sí pasará es que cada uno llevará en su corazón un secreto más: el secreto de sus pensamientos, sus miedos más profundos, sus impulsos más viscerales y sus acciones más vergonzosas durante estos días. Se habrán mirado al espejo y habrán visto lo que son realmente, y ahora podrán imaginarse cómo reaccionarían si un verdadero cataclismo irrumpiera en nuestras vidas. Una guerra, un diluvio, un tsunami, un terremoto como el de Lorca… Ninguno de nosotros sabe si es un héroe o un villano hasta que no se enfrenta a una de estas situaciones. Y además, puedo afirmar que uno no es siempre un héroe o siempre un villano, todo depende de las circunstancias y los límites de cada uno. Si la vida no te pone a prueba, jamás sabrás si estás listo o no para superarla. Ojalá todos fuéramos como Faramir. Es una pena que la palabra «honor» se considere hoy anticuada y que en estos tiempos modernos sea prácticamente imposible encontrar a verdaderos caballeros.
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