Hoy es otro de esos días tranquilos en los que mi mente reposa como buena yoguini que soy. Mientras escribo contemplo el mar en el horizonte, más allá de los árboles. Me fascina que nunca es el mismo mar, aunque esté siempre ahí. Extrañamente, hoy no hay olas. La superficie luce gris y lisa, como si en lugar del Cantábrico enfurecido fuera un pacífico lago en medio de las planicies americanas. El agua también reposa como mi mente. El agua no se perturba por las emociones humanas. Por eso siempre le recuerdo a mi pareja, como hacía el bueno de Bruce Lee: «Be water, my friend.» La temperatura hoy es la ideal también. El cielo está nublado pero hasta me sobran los guantes, y con la puerta abierta me llega el piar constante de los pájaros, revueltos por la llegada de la primavera. Ellos no se preocupan por virus ARN ni nada que se le parezca, saben que tienen vida y que tienen que vivir, con eso es suficiente. Y cuando se acabe, pues ya volverán. Las cosas son muy simples, si uno las quiere ver así. Creo que los humanos somos los únicos animales que lo complicamos todo innecesariamente. Pensamos demasiado. Sentimos demasiado. Nos angustiamos demasiado, cuando todo tiene arreglo, incluso la misma muerte (en contra de la creencia popular). Entiendo que no es fácil ser agua, pero todo se aprende. Cuando eres agua sabes que las emociones están ahí y siempre estarán, porque forman parte de nuestra naturaleza. Pero aprendes a observarlas y no dejas que te dominen. Las ves subir y bajar, hacer espuma como las olas, a veces incluso pueden amenazar con ahogarte, hay unos segundos en los que te tienes que sumergir y sostienes la respiración. Pero finalmente vuelves a salir a la superficie y ves que sigues vivo. Cuando aprendes a controlar las emociones pueden incluso hacerse un poco adictivas. A mí esto me pasaba incluso antes de ser agua. Solía decir que si no vivía algo intensamente, era como no vivir. Me aburría. El problema vino cuando ciertas emociones se descontrolaron de verdad. Y entonces tuve la suerte de conocer a muchos Bruce Lee en mi vida que me dieron las herramientas para poder convertirme en agua.
Hoy yo soy otra Bruce Lee que entrena a otros. Y por eso sé cómo ciertas personas se complican la vida pensando y sintiendo demasiado. A veces tengo conversaciones que duran semanas. Cuesta hacerles entender que en mí no van a encontrar las respuestas, sino dentro de sí mismos. Pero casi nadie quiere ir ahí dentro, lo cual es comprensible: es como hacer el viaje al centro de la Tierra de Julio Verne: te vas a encontrar con unos cuantos monstruos, aunque a veces también te encuentras con un danés de muy buen ver que te ayuda con esas respuestas. El caso es que como no emprenden ese viaje, a veces se cansan y siguen buscando en sus oscuros laberintos, en lugar de abrir la puerta que yo les indico. Y ahí yo no puedo hacer más. Hay gente que prefiere seguir perdida. Es un poco triste, porque muchos humanos son como estas liebres que corren y corren detrás de una zanahoria. Tienen las respuestas al alcance de sus dientes, pero jamás las alcanzan por correr demasiado, en lugar de detenerse y ser agua. Y así es como siguen confundidos, viviendo en una ilusión, temerosos de la muerte y persiguiendo zanahorias inexistentes todo el tiempo. Un espectáculo digno de ver.
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Archivos
Abril 2024
Categorías
Todo
|