Hoy sí que no sé sobre qué escribir. No encuentro nada de lo que quejarme ni nada que compartir que no sea uno de esos secretos que me llevaré a la tumba. Ni siquiera encuentro un poco de humor en mi mente, ni negro ni ningún otro… La verdad es que estoy un poco aburrida. Quizá sea porque ya soy incapaz de imaginar más maneras de vengarme de los políticos que nos han metido en este simulacro de pandemia. Me consta que muchos ciudadanos están perdiendo ya la paciencia, sin poder moverse de sus casas, haciendo que teletrabajan cuando ahí fuera todo el mundo está paralizado y los clientes brillan por su ausencia. Que lo de internet está bien para un rato, pero la mayoría de los humanos (yo no) prefieren salir y socializarse, cotillear con el vecino y hablar cara a cara con los demás. Nos han jodido, así con todas las letras. Pero es que llevan jodiéndonos desde que se inventó esta civilización que tan civilizada dicen que es. Yo creo que como llevábamos ya un tiempo sin una guerra, y la última crisis no impidió que la mayoría del pueblo siguiera divirtiéndose y yéndose de vacaciones, han querido crear una depresión de verdad para hundirnos en una miseria de la que solo los más ricos saldrán. El otro día me sorprendió escuchar decir a Íker Jiménez que nadie salía ganando con este estado de alerta sanitaria. Sospecho que Íker es un vendido. ¿Que no gana nadie, dice? ¿Cómo que no? Ganan los mismos de siempre: los que pueden apretar más la soga al cuello de los que andan siempre en la cuerda floja, en el límite de la pobreza. Ganan los que tienen puestos fijos con sueldos desorbitados proporcionados por el Estado, o sea, por los contribuyentes, o sea, por los trabajadores, esos que ganan menos de 1500 euros al mes, por ser generosa. A esos millonarios con puestos fijos no les importa pasarse dos meses encerrados en sus casoplones, como si es un año entero, que si tienes 100 000 euros en el banco ya puedes estar mucho tiempo sin cobrar, aun sin el subsidio del paro. Y estos no tienen 100 000 euros en el banco, tienen diez o cien veces más. Vamos, los puedo ver en mi mente, todos partiéndose de la risa mientras ven el telediario con sus televisores extraplanos de 50 pulgadas en sus minisalas de cine. Todos los demás saldremos considerablemente más pobres de esta, y muchos ni siquiera saldrán. No me incluyo entre estos últimos porque a pesar de todo mantengo la esperanza, que dicen que es lo último que se pierde, pero vamos, no hay que ser muy listo para darse cuenta de adónde nos lleva este cuento del Covid-19. Ni siquiera hace falta haberse leído 1984 para saber que ya estamos en un presente distópico, que vivimos en un mundo de felicidad ficticia y bulos continuos en el que la población vive presa de su propia estupidez. Y los que no somos estúpidos y no nos dejamos llevar por la ilusión, hacemos como Winston Smith al final del libro, porque en el fondo sabemos que poco podemos hacer para cambiar el sistema en el que nos encontramos atrapados. Guerra es paz.
Libertad es esclavitud. Ignorancia es fuerza.
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