Casi un mes ya desde que empezó el confinamiento. No, no se le puede llamar así. ¿Yo lo llamaría encarcelamiento? No, tampoco. Estar en una prisión —me refiero a las antiguas de verdad, no como las de ahora— no tiene nada que ver con esto. ¿Es un sacrificio? Ni de coña. Aquí lo único que estamos sacrificando son nuestros ya paupérrimos ahorros. Al menos los que hemos perdido nuestra fuente de ingresos. Iba a decir que también estamos sacrificando nuestra libertad o al menos parte de ella, pero eso es también inexacto. No la estamos sacrificando —eso es lo que quieren que creamos, igual que cuando envían a los soldados a las trincheras a defender ideales imaginarios— sino que nos la han arrebatado con una excusa barata, metiéndonos miedo y haciéndonos creer que es necesario para impedir la propagación de un virus mortal. O eso dicen ellos, que es mortal. Dicen que si no te ha tocado de cerca, no lo ves igual. Yo lo dudo. Yo pienso que está pasando como en el experimento este que hicieron en una televisión francesa donde al supuesto concursante le hacían creer que él decidía cuánto dolor iba a recibir una persona si se equivocaba en un juego de palabras. Esta persona fingía que le estaba haciendo daño, pero era solo un actor que en ocasiones llegaba a suplicar que parara. La presión que ejercían el público y la presentadora del programa hacía que el concursante continuara apretando el botón que producía la descarga eléctrica en el actor, cada vez más intensa. Este concursante era engañado, y aunque por lo general no quería hacer daño a nadie, encontraba muy difícil resistirse a lo que ordenaba la autoridad, en este caso la presentadora del programa, que no mostraba piedad alguna. Ahora nos están haciendo creer que el Covid-19 provoca muertes y que cualquier familiar o conocido que haya fallecido recientemente, da igual cuál sea la causa real, fue víctima del coronavirus. Así que si osas desafiar a la autoridad, que por decreto te ha ordenado que te encierres en tu casa y no te muevas a riesgo de ser multado, has de saber que puedes ser responsable de la muerte de cualquier persona con la que te cruces por la calle. Puede que sin saberlo seas portador de virus contagiosos mortales y que vayas por ahí asesinando a gente aunque no quieras. Eso incluye a abuelitos que no tienen culpa de nada. Y lo realmente alucinante es que hay montones de personas que sueltan esto por todos lados y se quedan tan panchos. A mí esto me produce escalofríos. Y el que lo ideó —porque estoy segura de que tuvo que ser alguien— tiene una mente diabólica. Es un francotirador con mucha experiencia y ha tirado a matar. Ha ido a por la mayor debilidad del ser humano. Se ha asegurado de que todos los individuos a quienes les llegue el mensaje, incluso aunque ese mensaje no haya calado al cien por cien, obedezcan las órdenes de la autoridad. Un porcentaje lo hará por miedo a esa autoridad, como los del programa de la televisión francesa. Otro porcentaje lo hará por miedo a la muerte en sí, ya sea la propia o la de extraños a los que asesinas sin desearlo, no en vano la culpabilidad es una de las emociones más poderosas que existen. El resto simplemente actuará por imitación, por inercia, o porque, simplemente, en un mundo paralizado y controlado a tal nivel, no tienes más opción que quedarte paralizado también.
Más allá de la superficialidad de las redes sociales, escenario de las reacciones de la población, tratando de difundir un falso positivismo y creando la confusión que esa misma mente diabólica desea, estoy segura de que ahora mismo todas las personas, cuando se van a dormir, tienen que enfrentarse al más profundo de sus miedos: el de la incertidumbre, el de la falta de seguridad, la duda de si después de todo esto el mundo seguirá igual. El miedo psicológico se ha utilizado en todas las guerras desde los albores de la humanidad, no es nada nuevo. Cala en el individuo y lo convierte en esclavo. Mientras escribo esto recuerdo esa escena de El Señor de los Anillos, cuando durante el asedio a Minas Tirith, los orcos utilizan como munición de sus catapultas las cabezas de los hombres muertos en combate. Esto no fue una invención de Tolkien. Esto pasó desde siempre en las antiguas batallas: el miedo a la muerte mina el ánimo de las tropas. Si el ánimo decae, tus defensas bajan, dejas de luchar, dejas de rebelarte contra los opresores. Si crees que el apocalipsis está cerca y que todos vamos a morir hagamos lo que hagamos, aceptas tu destino y bajas la cabeza. Tal vez te salve la misericordia de tus enemigos. Cuando el estado de alerta sanitaria pase, no habrá misericordia. Seguiremos inmersos en la ilusión de que sobrevivimos a un virus mortal, pero estaremos convencidos de que no debemos bajar la guardia. El miedo seguirá al acecho, el miedo de que todo se repita de nuevo, ya que es seguro que habrá un segundo pico de la pandemia en el otoño, o eso dicen... Deberemos dar gracias al Estado que nos permitió conservar nuestras vidas. Fue por sus directrices que todos logramos vencer al virus mortal. Seremos más pobres, pero sobre todo seremos más sumisos. Mientras, nadie prestará atención al creciente número de suicidios por depresión, ni tampoco a los zombificados por los ansiolíticos y antipsicóticos, igual que nadie repara en los veteranos con síndrome de estrés postraumático que vuelven de las guerras, vivos, pero muertos por dentro. A nadie le importará que el virus de la gripe cause más muertes cada año que el Covid-19, a causa de la ineficacia de las vacunas. Nadie contabilizará los muertos por enfermedades cardiovasculares producidas directamente por los malos hábitos alimentarios. Eso ya no produce ningún miedo, porque al contrario del virus, mata lentamente y sin grandes perjuicios económicos, ni tampoco se lo transmites a nadie más, así que jamás serás responsable de la muerte de tu vecino con obesidad y diabetes. No tengo ni idea de qué podemos hacer para salir de esta ilusión. Hay pesadillas de las que es imposible despertar.
2 Comentarios
11/4/2020 14:00:12
Hola, Mónica. Sabes que muchas veces coincido con tus planteamientos. Pero, en este caso, mi enfoque es ligeramente distinto. Pienso que la razón detrás de las medidas que están aconteciendo son una mezcla entre realidad, paranoia y fines políticos económicos. El COVID-19 presenta una gran oportunidad para excusar cambios legales y despidos masivos que, en condiciones legales, la gente enfrentaría con mayor rechazo.
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Mónica
11/4/2020 19:14:25
Hola, Adrián, cómo mola verte por aquí...
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