Uff… ya estoy casi fuera de tiempo para publicar mi escrito de cuarentena de hoy, que tengo que hacerlo antes de las 24 horas (vale, confieso que he hecho trampa alguna que otra vez, pero no hoy). La razón de mi retraso, aparte de que he tenido que ir a trabajar y pasarme una hora haciendo la compra, es que estuve ultimando el artículo más largo que he escrito en mi vida sobre veganismo, y posiblemente uno de los mejores. No, no tengo abuela, pero eso da igual… El caso es que me he quedado aquí saboreando el placer que me ha dado escribirlo, después de un silencio prolongado limitándome a observar el ir y venir de la gente bajo situaciones de falsas pandemias. Me he quedado reflexionando sobre el concepto que más llamó mi atención en la basura de artículo que analizaba: ratas abandonando un barco. Elegí una imagen más bien amable, que tampoco quería destrozar más al individuo que escribió el artículo, aunque estuve dudando entre esa y esta otra: Obviamente, aquí no hay ningún barco, por eso ganó la otra, pero en esta ilustración sí que se ve la cara de miedo que tienen las ratas, como esos no veganos que van a los supermercados en masa para acabar con las existencias de pollo y otros productos animales, como la leche de vaca. No quería hacer leña del árbol caído porque sé que muchos de esos no veganos aún piensan que el pollo y la leche de vaca son alimentos básicos de los que no pueden prescindir. En el fondo ellos son aún víctimas del especismo y la sociedad en la que han crecido.
Pero dejando aparte estos pensamientos relacionados con el veganismo, la duda existencial que ronda mi cabeza ahora es: ¿Las ratas huyen realmente por cobardes? ¿O porque con su inteligencia son capaces de prever que el barco se va a hundir y siguen su instinto de supervivencia? Por supuesto hablo de las ratas de verdad. Los humanos las utilizan como sinónimo de persona egoísta que deja a los demás en la estacada, dejándolos a su suerte en ese barco que se va a pique, olvidando que es poco probable que una rata albergue en su ser características de personalidad tan poco deseables. Como son feas para nuestro sentido estético, sus rabos largos dan grima a mucha gente, y además se dice que portan muchas enfermedades como la temida peste —que en realidad no eran ellas, sino sus pulgas… y sí, esto lo sé porque soy veterinaria y sé de zoonosis, no porque haya leído mucho, aunque eso también—, ya pensamos que son seres malvados que no aportan nada al planeta y deben ser exterminadas. Y encima las comparamos con humanos que escurren el bulto a la mínima de cambio. Pobres ratas. Desde el punto de vista de las ratas, ¿qué hay de malo en abandonar un barco que se está hundiendo? ¿Acaso deben ellas algo a los humanos, esos que a bordo de un barco seguro que las persiguen igual, incluso se las comen, lo mismo que les pasaría estando en tierra, ya sea en un bosque o en las alcantarillas? Es curioso que los humanos esperen algo de ellas, cuando no hacen más que denigrarlas y maltratarlas. Y si el barco se hunde, quizá sea por algo mal que hicieron esos humanos, ¿tal vez participar en guerras interminables? ¿Han de pagar las ratas con sus vidas la torpeza de los humanos, unos humanos que no tienen la mínima consideración por otras especies? Pues claro que no me sentí ofendida al compararnos con tan lindos roedores. Puestas al lado de la mayoría de los humanos, las ratas son cantidad de majas. En fin. Creo que esta entrada de hoy es para romper una lanza a favor de las ratas, que pueden llegar a ser tan adorables como ellas mismas quieran.
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