Creo que lo más difícil de obligarme a escribir algo todos los días es que una empieza a no saber muy bien qué puede decir y qué no, si es mejor hablar de temas personales o recurrir a la ficción para que no me tomen muy en serio. Y por experiencia sé que una de las cosas que más bloquean a un escritor es pensar en la audiencia. Uno no puede gustar a todo el mundo, pero eso no debe detenernos, sobre todo cuando escribir se convierte en un medio para permanecer sano psicológicamente. Que a mí esto me viene de siempre, no es de ahora, lo que ocurre es que según me hago mayor menos me importa lo que piensen de mí, en especial cuando estamos en medio de una pandemia mortal y puede que mañana no tenga ni trabajo ni casa ni familia ni un sitio donde me vendan cacao a un precio que me pueda permitir (creo que la idea de vender papel higiénico reciclado a 30 euros el gramo habría que cambiarla por el trueque con productos de primerísima necesidad como el chocolate). Bueno, es obvio que el hecho de que todo el mundo esté hablando del Covid-19 todo el tiempo ha despertado mi lado de viróloga, que llevaba tiempo muerto porque llevo años sin ver ni un parvovirus (por la falta de pacientes al estar desempleada, no porque el parvovirus haya sido erradicado, por desgracia). De hecho aún me dura la emoción por el test de anticuerpos vacunales que hicimos el otro día en la clínica, que es casi lo más parecido a estar cerca de un virus que puedo experimentar siendo veterinaria clínica. Ayer, mientras me dormía, en mi mente surgía material como para escribir dos o tres capítulos más de El Ángel de la Muerte (Animal). Sí, podéis salir a celebrarlo, por fin voy a seguir con esta magnífica historia… ah, no, que no podéis salir, bueno, entonces celebrarlo en casa comprando El Ángel de la Muerte, en versión electrónica no tienen ni que traértelo a casa. Y además, por otro lado, seguí pensando en el dichoso coronavirus, en las circunstancias que han dado lugar a su propagación… y me preguntaba con quién me identifico ahora más, con Dana Scully o Fox Mulder. Siempre me suelo identificar más con Mulder, pero curiosamente en este caso concreto del coronavirus, diría que estoy en una proporción Dana 80: Fox 20, o incluso Dana 90: Fox 10. Gana la científica con sentido común que hay en mí. Aunque hay algo inquietante: si gana es porque en el fondo sé que la realidad siempre supera la ficción, y no hace falta ni recurrir a la conspiranoia para saber que algo muy chungo, pero chungo, chungo, puede haber detrás de todo este tinglado que se ha montado por un virus que no tiene nada muy distinto a cualquier otro. Y al escribir esto me ha venido la imagen de los dibujos de Érase una vez la vida, que compartieron los de la página «Yo fui a EGB», así que por eso la pongo. Los que no fueron a la EGB deberían ver esta serie y así quizá compensen los estragos que todas las leyes de educación han hecho en su generación. He de decir que también me fui a la cama bastante cabreada por esa noticia de que los mataderos de Salamanca estaban a pleno rendimiento, una prueba más de cuál es el mecanismo que mantiene la explotación animal: a mayor demanda de la población, mayor matanza de individuos. Me sorprende la ingenuidad de algunos que esperan que este simulacro de pandemia abra los ojos a los no veganos. Hemos pasado por dos guerras mundiales y una guerra civil aquí en España, ¿y cambió eso algo? ¿Acaso nuestros abuelos se hicieron veganos por vivir en épocas de verdadera escasez de alimentos, de verdadero hambre? No, fue la necesidad la que les obligó a volver a los garbanzos y las migas. Lo que los más jóvenes no entienden, esos que han crecido en la sobreabundancia, en la época de satisfacción inmediata de caprichitos, es que los productos animales son artículos de lujo, precisamente porque se alimentan de lo mismo que nosotros, y si nuestra vida peligra y se convierten en nuestros competidores, los eliminaremos a ellos para poder comer alimentos básicos. Tan simple como eso.
Y de los miles de supervivientes del holocausto judío, tampoco parece que muchos se hicieran veganos, aunque tengamos unos pocos ejemplos esperanzadores. Esto hace que me pregunte qué es lo que realmente despierta la consciencia en nosotros, qué circunstancias concretas han de darse para que por fin empecemos a considerar a los demás animales individuos con valor inherente que debemos respetar. Lo único que sé es que la educación juega aquí un papel fundamental. Cierro el texto de hoy intentando no sucumbir a la desesperación, tras la noticia de que tendremos que seguir pagando la cuota de autónomos este mes y todos los siguientes (que ya que estamos, informo a la ciudadanía de que asciende a 364’22 euracos del ala, multiplicado por dos porque somos dos socias)… Parece que el gobierno espera que seamos nosotros los que salvemos al país de esta hecatombe económica en la que nos han metido, en lugar de que lo hagan los bancos. Pensábamos cambiar de local en agosto, ahora me pregunto si no tendremos que cerrar el mes que viene y empezar a ofrecer fisioterapia para perros y gatos en un sótano clandestino que encontremos a precio medio regalado. Y yo quería perderme la gran «aventura» de ser emprendedora… Se me han quitado las ganas hasta de hacer yoga.
1 Comentario
Antonio Manzanares Noguera
8/9/2020 13:32:52
Me parece muy interesante la reflexion de la autora en este y, en otros, escritos, sobre la pandemia.
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