Las últimas dos horas del especial primer aniversario de El Expreso de Medianoche han sido de lo mejorcito que he escuchado últimamente. El símil que ha hecho el Dr. José Luis Sevillano del Rey Arturo (en este caso, Patrick) y sus caballeros, que se pasan el día por ahí luchando para después reunirse cuando el Rey los convoca, me ha parecido de lo más acertado. Además creo que ese es el tipo ideal de activismo, si es que queremos que sea eficaz. Por mi propia experiencia puedo decir que los grupos no funcionan, especialmente si son numerosos. La naturaleza humana siempre se impone y acaban apareciendo los inútiles egos, los que quieren liderar a toda costa o los que quieren hacer caja aparentemente luchando por una causa justa. Enseguida se pierde el sentido original y surgen las luchas intestinas que solo nos hacen perder tiempo y energía. Todos nuestros esfuerzos acaban diluyéndose como una gota de sangre en el océano. Podría decir que mi activismo antiplandémico es el tercero que emprendo, si entendemos por «activismo» el deseo de difusión de cierta información que en algunos casos me ha llevado años investigar e interiorizar, y que luego considero esenciales para la evolución del resto de humanos que me acompañan en este espacio y tiempo en el que ahora nos hallamos. Primero, una experiencia personal y totalmente inesperada me llevó a embarcarme en una cruzada para llevar un mensaje muy claro y esperanzador a la humanidad: la muerte no existe y la reencarnación es un hecho. Yo, por mi formación científica, tiendo a evitar las creencias y suelo hablar únicamente de hechos concretos y certezas propias. Pero después de algunos años debatiendo en grupos que en teoría deberían estar abiertos a la idea de la supervivencia de la consciencia después de la muerte, me di cuenta de que mis experiencias personales solo me son útiles a mí. Los demás deben buscar su propia verdad en su interior. El 99% de «los demás» ni siquiera quieren buscar, así que mi cruzada se hizo muy frustrante. Entonces las redes sociales ganaron la partida a los foros, así que hoy en día simplemente espero a que aparezca el alumno para regalarle gratis algo de mi pequeño conocimiento. Los caballeros de la tabla redonda me recordaron esta época de mi vida, porque por las noches siempre volvía a un lugar virtual de reunión con otros compañeros de cruzada que comprendían perfectamente mi lucha, mi frustración y mis quejas. Era como compartir una frugal cena a la luz de una hoguera después de un duro día en las trincheras. Los vínculos afectivos con mis camaradas siguen vivos hoy.
Poco a poco el impulso de propagar esa verdad indiscutible fue disminuyendo, pero yo seguí adelante en mi camino espiritual, por supuesto. Nunca dejo que nadie me lastre. Empecé a hacer yoga, y viendo lo maravilloso de esta práctica, en vez de recomendarle a todo el mundo que meditara, empecé a recomendarle que hiciera yoga. También me hice vegana, y como soy veterinaria, y en buena medida había logrado recuperar mis sueños después de tanta meditación, quise juntar ambos aspectos de mi vida y para ayudar a los animales no humanos abrí mi propio blog de activismo vegano. Esto me llevó a conocer a muchos activistas interesantes de los que aprendí mucho. También aprendí que el movimiento animalista actual (no confundir «animalista» con «vegano») es un absoluto caos. La defensa de los animales no humanos está vendida a causa de la existencia de grandes corporaciones que se dicen defensoras de los animales no humanos y de muchos supuestos veganos que ni siquiera son capaces de definir la palabra «veganismo». En vez de dirigir sus esfuerzos a los animales, se pierden en eternos debates sobre feminismo, interseccionalismo, capitalismo y no sé cuántas más cosas que nada tienen que ver con las verdaderas víctimas. Mi debate preferido es el de si podemos dar comida vegana a nuestros perros y gatos. El «movimiento vegano», si eso existe, es el perfecto ejemplo de que los peores enemigos están en el propio movimiento. Lo realmente útil, como bien dice Gary Francione en sus escritos, es que haya un activismo de base a nivel local, es decir, somos los propios veganos, a pequeña escala, los que podemos ir abriendo consciencias mediante gestos simples como dejar folletos en establecimientos o hablar con tu vecina sobre por qué no está bien explotar a nadie. Como hago siempre, tomé lo mejor de cada uno y continué sola. A día de hoy, aún estoy sola, aunque por suerte encontré por el camino a otra veterinaria vegana de verdad con la que hoy comparto proyecto laboral. Entonces estalló la plandemia. A principios de marzo de 2020, en cuanto empecé a investigar un poco y supe que esto era el mayor engaño de la historia, tuve que pensarme muy bien dónde iba a compartir esta información tan delicada. A esas alturas ya estaba bastante harta de tener que esconderme, de tener varios nombres, de publicar con pseudónimo, de tener que fragmentarme para no perder credibilidad según en qué círculos me moviera. Además no tenía ya mucho que perder. Supongo que cumplir años también influye, y cada vez te importa menos lo que piensen los demás de ti. Así que le eché un par de ovarios y empecé a compartir vídeos en mi perfil real de Facebook. Lo primero que pasó es que discutí con uno de esos activistas veganos, porque le parecía que solo estaba compartiendo gilipolleces. Ya sabía de su escepticismo sobre temas como la homeopatía, pero la verdad es que no me esperaba su extremo dogmatismo ni su poca inclinación a investigar en profundidad temas controvertidos, más cuando él se las da de persona racional y científica. Poco después me quedó claro que para algunos ciencia es creerte a pies juntillas lo que determine la Organización Matasanos, que por algo se supone que son más listos que todos los científicos del mundo y cuidan de nuestra salud como el filántropo Bill Gates. Poco a poco me fui encontrando a miembros de la resistencia y fui contemplando la creación de grupos en los que no tardaban en surgir las disensiones y después se autodestruían, olvidando de nuevo el objetivo principal de ese grupo. No hay manera de que los humanos trabajemos juntos por una causa común sin dejar las diferencias a un lado. Creo que el Expreso tiene éxito justamente porque no es un grupo, sino una comunidad de disidentes que de vez en cuando se reúnen para desahogarse y contarse las penas. Y es cierto que son todos unos caballeros. A veces hay demasiada testosterona, pero como suelo decir, es testosterona de la buena. Esa que a veces echo de menos, de otras vidas en las que la sentía en mis venas permitiéndome empuñar una espada y atravesar con ella a mis enemigos.
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Archivos
Abril 2024
Categorías
Todo
|