Ha sido un fin de semana de desconexión, así que por eso no tenía ni ganas de escribir algo. Como ya hace tiempo que dejé de usar drogas, me puse a jugar a La Puerta de Baldur, que ahí al menos si mueres es de mentirijilla (bueno, en la vida real también, pero duele un poco más). Así que valga este escrito de hoy por dos. Pues sí, evasión, eso es lo que necesito. Evadirme de un mundo que cada día me parece más loco y más absurdo. Más absurdo que loco, que lo primero no está tan mal en los tiempos que corren. Cuesta no caer en la depresión. Toda una vida esforzándote y recuperando la ilusión que perdiste, iniciando la aventura de tu vida, para encontrarte en el mismo punto de siempre: detenida (como en la cárcel del juego de la oca), sin un duro, y sin ninguna esperanza de que tus sueños, algún día, lleguen a materializarse. Apaga y vámonos. Pero no, no me voy. No aún.
Me pregunto cuántos muertos por suicidio se contabilizarán en esta falsa crisis sanitaria. Me imagino que ahora mismo todos los muertos que hayan dado positivo al test pasarán a formar parte de las estadísticas de muertos por coronavirus, y así no se verá reflejado que en realidad la causa de muerte fue suicidio. Suicidio causado directamente por las medidas antieconómicas de un gobierno manejado por quién sabe quién, que pretende llevarnos a todos a la pobreza o al cementerio. Suicidio que, por cierto, siempre se oculta, pero me imagino que ahora más. Ahora lo que se lleva es meter miedo a la gente por amenazas inexistentes. Lo que se lleva es obligarlos a que se metan en sus casas y marquen a los que no obedezcan sin rechistar, a ignorar al vecino y que se pudra junto a sus propios problemas, que los demás ya tenemos suficiente con encontrar entretenimientos para nuestros niños. Cuando lo encuentren podrido entre basura, tan solo dirán: «Otro contagiado que murió solo en su casa, pobrecillo, en aquella terrible pandemia por Covid-19». Pero no, en realidad será otra víctima más de esta sociedad despiadada que actúa sin pensar, con su característica actitud borreguil, que no es capaz de discernir dónde comienza y dónde acaba la verdad.
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