Dos años, dos meses y dos días pero parece que no ha pasado el tiempo. Solo lo parece, porque es posible que emocionalmente haya sido la fase más dura de mi vida. Estuve suspendida en un espacio indefinido, con nuevos vacíos en mi alma ya desgarrada con tantos recuerdos, y aún así sin parar de luchar en silencio por crear un nuevo futuro en el que sentir de nuevo la misma felicidad. Estamos cerca, pero aún queda camino por andar. Primero pasé por prisión 1, luego por prisión 2, y si seguimos con la misma analogía, ahora estoy en una etapa de transición que podría llamar libertad provisional y providencial que agradezco enormemente. Como suele decir mi maestro Shi Heng Yi, la disciplina te aporta una estructura a tu vida cotidiana que de primeras puede parecer demasiado estricta y asfixiante, pero que en realidad sirve de entrenamiento a la mente. Así no hay que pensar qué tienes que hacer a continuación. Lo haces y punto. Así he podido controlarla mejor y mantener mi estado zen de observación, siendo muy consciente del vaivén de mis emociones pero dejándolas estar. La vida es como es. Las cosas cambian. Todo tiene un principio y un final, aunque nos cueste tanto desapegarnos y decir adiós. Las relaciones van y vienen, por una causa o por otra. No merece la pena preguntarnos los porqués y aferrarnos a algo que no funcionaba o no nos hacía sentir bien. Creo que pocas personas pueden saber mejor que yo que los vacíos en el alma nunca desaparecen, especialmente cuando has amado de verdad. A estas alturas sé que es imposible amar y no sufrir. Y también es imposible vivir sin amar. Si la clave está en que el dolor no se convierta en sufrimiento, aún no sé cómo evitar que el dolor de las pérdidas atraviese mi alma y me deje desangrándome en la cuneta, preguntándome si me quedan fuerzas para continuar, porque lo que está claro es que salvarme, nadie me va a salvar. En cierto modo estoy en el mismo punto en el que estuve en 1942: prefiero matarme antes de que me maten, solo que esta vez no voy a tomar las mismas decisiones. Queramos o no, la vida sigue, y sigue eternamente. Toca levantarse y volver a vivir, con o sin heridas, sola o acompañada. Toca llenar los vacíos aunque sea igual que intentar rellenar un cubo de agua agujereado en el fondo: la energía siempre se pierde por algún sitio, las lágrimas retrasan el avance, las falsas esperanzas y los espejismos nublan el horizonte. Pero sea como sea moriremos luchando. Reconstruiremos lo destruido, volveremos a soñar, encontraremos nuevos compañeros con las mismas ganas de volar y crear un nuevo mundo. Empecé esta nueva serie de escritos con el concepto taoísta del Wu Ji por una simple razón, y es que ahora que estoy en proceso de vaciarme por completo, dejando atrás de manera definitiva las decepciones, el objetivo es empezar a crear la realidad en la que quiero vivir. Hay que soltar para volver a construir. Y la libertad provisional es el periodo en el que debo contestar a la pregunta: «¿Qué quieres construir?» No es que no tenga ya una idea bastante aproximada, pero hay que acabar de trazar el plan. Y mientras, seguiré gestionando mis emociones lo mejor que pueda. Si lo veo bien, eso va a ser lo de menos cuando caiga el nuevo golpe que ya está próximo. Aunque intente centrarme en lo positivo no olvido que la guerra sigue. Me siento como un veterano que ha hecho todo lo posible por defender a los inocentes, pero he descubierto que la mayoría ni son tan inocentes ni quieren luchar por sus vidas. Han elegido la ignorancia, a sabiendas. Pronto volverán a sorprendernos con su repugnante sumisión a la autoridad y sus mentes vacías de pensamientos propios. Han elegido ser carne de cañón, y la carne de cañón, es mejor lanzarla por la borda, o nos iremos todos a pique.
Kiksúye.
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