Lagunas. Así lo llamaron. Como sinónimo de carencia emocional o vacío. Yo ya le había puesto nombre: agujero en el alma. Pero nadie podría haberse imaginado nunca la profundidad de ese agujero. Según la filosofía taoísta, en la dimensión absoluta, el Wu Ji, no hay dualidad. Somos el océano, no una simple gota de agua. Ahí no hay carencias. El pasado, el presente y el futuro son lo mismo. Erwen lo sabe muy bien, ya que su intención basta para traer al presente un pasado que supuestamente no existe, pero que sigue produciendo el mismo dolor. Un dolor que debe ser abandonado como todos los lastres inútiles que retrasan el avance hacia una nueva realidad, sean emociones enquistadas, pensamientos en espiral o seres dormidos anclados aún al materialismo que se deshace minuto a minuto. Un ciclo de miles de años llega a su fin. Y yo me encuentro en algún punto de la dualidad, contemplando de vez en cuando, y con muchas limitaciones, el Wu Ji, cerrando como puedo no solo varios capítulos, sino un libro entero. El libro de Erwen. Al pasar la última página y llegar al final de ese libro, Erwen también morirá. El renacimiento se acerca. Y cuando el espíritu renazca en este cuerpo aún joven y fuerte, necesitará un nuevo nombre. Hace dos años no conocía aún el nombre, pero sí sabía quién iba a ser esa mujer: la india norteamericana que iba a ser y en la que nunca me pude convertir, desnaturalizada por el roce con individuos degradados. La india a la que, como otras mujeres que fui después, arrebataron la vida sin ni siquiera haber empezado a vivir. Erwen recuerda la primera vez que fue consciente de la masacre. Recuerda como si fuera ayer el llanto amargo que su guía tuvo que detener con una sacudida, viendo que Erwen era incapaz de abandonar la terrible escena que acababa de presenciar. Esta vez no era la muerte de un ser querido, era la muerte de todos sus seres queridos, todos sin excepción, de un plumazo. Y que ahora me hablen de lagunas, pérdidas y vacíos… Erwen recuerda la inmovilidad, la frialdad y la rigidez al tocar la mano de ese compañero de juegos que ya no volvería a levantarse. Erwen recuerda la sensación en su palma al tocar el pecho del anciano que probablemente la cuidó como un abuelo lo haría. Erwen recuerda la desolación, las cenizas, el bebé de la mujer embarazada, también asesinado. Erwen recuerda los largos meses de duelo, fabricando muñecas de tela que representaban a cada uno de los muertos, cada uno con sus propias características y personalidad, para honrarlos y despedirse de ellos para siempre. Al final había docenas de muñecas adornando las paredes de la humilde cabaña que su salvador le ofreció como hogar temporal. Pero el dolor nunca se fue del todo. Y por eso se siente tan identificada con la mujer blanca adoptada por indios norteamericanos en la novela Bailando con lobos, cuando intenta cortarse las venas. Destruyeron a todo su clan, sin ninguna otra razón que la avaricia y el odio a los diferentes. Ahora, en este presente que sigue siendo pasado, toca construir un nuevo clan tal y como habría existido sin el hombre blanco. La era del hombre blanco llegó a su fin, y con ella caerá todo el sistema que viene oprimiendo a toda la humanidad desde que tiene recuerdo. Es hora de que regrese la era de la Espiritualidad, la era de la Vida, la era de la Verdad.
Es hora de renacer o morir junto al sistema. Y la elección corresponde a cada uno de nosotros. Kiksúye.
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