Escribía hoy en mi Facebook: «Han ganado. Os estáis creyendo todo lo que os cuentan los medios de comunicación. Os están manipulando como quieren. Están destruyendo a los niños, que cuando las cosas van mal, siempre son la esperanza para el futuro. Esta vez ni siquiera nos queda eso. Una lucha por mantener la esperanza. Una lucha por continuar adelante con sus sueños, como si nada pasara, sabiendo que por fortuna cuento con el apoyo de familiares y amigos. Pero cuando salgo a la calle y veo el panorama, la esperanza se va por el agujero de la alcantarilla. Y hace tiempo que una se acostumbró a observar sus emociones yendo y viniendo, y por eso sé que cambian de un día para otro y que lo importante es no dejarse llevar por ninguna. Hoy podría sentir muchas cosas. Podría sentir miedo. Podría sentir rabia. Podría sentir una inmensa frustración (que la siento). Podría sentir asco. Pero ahora que a todas luces se acerca un nuevo encarcelamiento domicilario para todos los españoles, que vienen demostrando ser el pueblo más sumiso, cobarde y estúpido que hay sobre la faz de la Tierra, mi emoción predominante es pena. ¿Por qué pena? Porque a pesar de todo vivo rodeada de buenas personas. Mientras espero en la clínica a que aparezca algún cliente, el propietario del asador de al lado habla con los vecinos, juega con su hijo… observo que se pone la mascarilla por obligación pero se la quita siempre que puede, como haría toda persona con un mínimo de sentido común. Nada más mudarnos se acercó con su esposa para darnos la bienvenida al barrio y desearnos suerte con nuestro negocio. Él regenta un asador. Un asador. Como vegana yo jamás podría apoyar su negocio, y aún así me pidieron un taco de tarjetas de mi clínica para repartirlas entre sus conocidos. Es muy probable que ni siquiera sepan qué significa la palabra «vegano», pero da igual. Aunque se ganen la vida vendiendo cadáveres de animales para su consumo, no podría desearles ningún daño. Porque son gente buena, humilde, que, como la gran mayoría de nosotros, los ciudadanos de a pie, tratamos de ganarnos la vida lo mejor que sabemos y podemos.
Y me da pena porque todos nosotros somos las víctimas de una plandemia. Me da pena por el hijo de esa pareja, que acude al colegio viviendo una pesadilla de la que saldrá lobotomizado. Me da pena que los psicópatas genocidas que nos gobiernan a escala global (no hablo de los politicuchos de turno) sigan avanzando en sus planes y que muy pocos quieran darse cuenta de ello. Me da pena que no seamos más que hormiguitas que ellos se creen con derecho de manejar y pisotear según les viene en gana. En la antigüedad, cuando había una guerra, los gobernantes ordenaban el reclutamiento masivo de jóvenes para luchar en el frente y morir por su patria. Lo que está pasando hoy es parecido, pero mucho más cruel, porque encima esa patria ya nos tenía esclavizados y sometidos de antes. Ahora ya no solo nos adoctrinan desde niños para que seamos una pieza más del sistema, sino que sin descaro alguno atemorizan a niños y padres por igual con virus inexistentes y vacunas que harán obligatorias para poder ser aceptados en su mundo de esclavos. Ahora utilizan el engaño a cara descubierta, contratando sicarios de la información para ello, que se encargan de diseminar su propaganda y ridiculizar a todo el que disiente. Además de muy triste me siento frustrada porque por razones que desconozco siempre me encuentro luchando contra las injusticias, portando la Verdad, a la que llego después de investigar profundamente un tema en concreto. Y entonces, como mi mayor deseo es traer el conocimiento a otros seres humanos, me pongo a difundir esa Verdad. Lo malo es que no importa cuánto me esfuerce, cuántas pistas deje a los demás, o la paciencia con la que explico las cosas, que la mayoría de la gente ni siquiera se molesta en leer. No quieren aprender. No quieren saber más. No quieren abrir los ojos. Ni siquiera cuando insistes que ese conocimiento podría transformarles sus vidas y disiparles algunas dudas trascendentales. Algo tan importante que los liberaría del miedo, ese mismo miedo que ahora los mantiene asfixiándose con mascarillas mientras hacen deporte en el gimnasio o mientras van a la playa, porque alguien los ha convencido de que hay un virus letal en el aire. Llevo más de una década tratando de traer luz a este mundo y ayudando a la gente a avanzar en su camino. Algunos pocos lo hacen. Pero la gran mayoría prefieren la oscuridad. Prefieren el terror y la muerte. Prefieren seguir zombificados, tragándose las mentiras de la televisión y de la ciencia actual, que no es más que una nueva religión que les promete la inmortalidad, en lugar de permitir que vean la Verdad por ellos mismos, porque si así lo hicieran, se darían cuenta de que no necesitan ni la televisión ni una falsa medicina que les traiga lo que ya tienen. Por experiencias pasadas sé que no hay solución para esta plandemia. El sistema maléfico en el que vivimos acabará cayendo por sí mismo, igual que cayó el Imperio Romano en su día, pero no será de la noche a la mañana. Mientras cae o no, millones de seres humanos seguirán sufriendo las consecuencias. Y además seguirán preguntándose quién les va a salvar ahora, sin darse cuenta de que los únicos responsables de la realidad que están viviendo, son ellos mismos. ¿Cuándo creceremos?
2 Comentarios
Valium
20/9/2020 11:41:16
Lo dice la que cree en la homeopatía, ya sabéis, meter lo que te mata y causa la enfermedad en un vasito de agua y reducirlo tanto tanto hasta que no quedan moléculas de esa cosa que te causa la enfermedad. O sea te cura lo que te mata (LOL) pero no queda en el brebaje ni lo que te mata. Lleva a tu chucho a su clínica, a que esperas!!
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Mónica
20/9/2020 17:38:04
Y aquí llegó el Ignorante Supremo de la Galaxia, el típico cobarde que ni siquiera se atreve a identificarse, diciendo chorradas, fruto de su grandísima ignorancia.
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