[Inicio hoy esta serie de ensayos sobre un tema que me parece muy interesante como escritora: ¿Cómo se escribe un libro? ¿De dónde surge la inspiración? ¿Por qué escribir debería ser considerado un arte más? ¿Qué hago yo para conseguir crear tales obras de arte? ¿Aprendí de alguien? ¿Qué hay en la mente de una escritora desesperada? Si quieres conocer las respuestas a estas preguntas y muchas más, sigue leyendo…] La vida es extraña. Para ejemplo, el día de hoy. Acabo de escribir una nueva entrega de «El Ángel de la Muerte (Animal)», después de más de un año de silencio. Empecé a escribir esta historia en 2018. Si esto ocurre con un relato corto que escribo según aparece en mi mente, que no requiere de ninguna investigación ni de ninguna planificación, porque quiere ser espontánea y divertida, ¿qué no pasará con una novela que pretende ser mucho más profunda y significativa? Pues eso, que fácilmente te tiras diez o veinte años escribiéndola. Y a veces no acabas nunca, como le pasó a Tolkien con toda la mitología que hay detrás de El Señor de los Anillos y como me pasará a mí con mi saga espacial. Es lo que tiene ser un genio de la literatura. Esa nueva entrega será publicada durante el fin de semana, con mucha probabilidad, pero no porque no la vea ya perfecta, sino porque siempre me gusta dejar reposar mis escritos al menos un par de días por si se me ocurre cómo enriquecerla aún más o por si considero que debo limar algunos puntos después de revisarla. La mente de los escritores a veces se desata y luego dices cosas que no querías decir, como cuando estás borracho. Y yo no iba a ser menos. Mientras, sigo escribiendo porque en mi cabeza ya lleva un tiempo esta idea de describir mi proceso creativo, y parece que hoy es un buen momento para comenzar… A la vez que escribo para alguno de mis blogs, o en mis diarios personales, o en debates por escrito con algunos conocidos, también sigo escribiendo en mi actual proyecto novelístico: la tercera parte de mi saga espacial. ¿Sorprendido? No, es lo que hacen los escritores, escribir a todas horas. A veces, con «escribir» no nos referimos exactamente a ponerte a teclear como loco en el ordenador (o a garrapatear rápidamente con un bolígrafo si aún eres de esos), sino más bien a situarte cómodamente en algún lugar idílico, como puede ser tu cama o una tumbona en medio de un jardín asturiano, dirigir una mirada melancólica al horizonte (o a la pared que haya enfrente de ti, según la situación) y perderte en tu imaginación para luego tener algo sobre lo que escribir. Sí, algunos de nosotros, lamentablemente, no tenemos dinero como para viajar por todo el mundo para tener luego cosas interesantes que contar. De hecho, es posible que eso lo hagan muy pocos escritores. Para otros de nosotros es suficiente con una biblioteca para leer y nutrirte, o para investigar, si lo necesitas, y sí, nuestra gran imaginación. Hace unos tres días que estoy en medio de un fragmento para mi novela, y va avanzando línea a línea, lentamente pero sin pausa. Siempre es bueno escribir algo aunque sea un truño, que no escribir nada en meses, que luego no sabes ni en qué estabas pensando cuando lo escribías... Sin destripar mucho el argumento, una buena parte de la historia va sobre cómo alguien hace frente a la enfermedad y posible muerte de un ser querido. Normalmente yo sé que algo que escribo es bueno cuando lo veo con todo detalle en mi cabeza, como los fotogramas de una película, y a la vez sé que contiene mucha emoción. Eso no quiere decir, que yo, como escritora, pueda estar escribiendo horas sobre un tema concreto, solo con pensar en él (como estoy haciendo ahora), pero esto es un ejercicio más intelectual que creativo. Si escribo para una novela, el asunto es distinto. Ahí tienes que adentrarte en las profundidades de tu alma. Al principio sueles encontrar cierta resistencia. Pones palabras pero no pones sentimiento. Cuando vuelves a leer lo que escribiste, lo notas y solo ves eso, vanas palabras. No enganchan, no te emocionan, son como esos rayajos que puedes contemplar en las salas de arte contemporáneo y que pudo hacer un niño de dos años jugando con las ceras del colegio. No son nada. Pero si insistes y sigues volviendo a la escena una y otra vez, y acompañas de verdad a los personajes, y tratas de entenderlos, entonces llega un día y se produce la magia. Pum. Surge una visión. Y el sentimiento. Es como un cuadro que cobra vida. Y eso sí que va a funcionar.
Hoy me levanté pletórica de energía y me dediqué a mis tareas rutinarias con la mejor de las actitudes. Cené, charlé con mi socia un rato, y de pronto, preparándome para mi sesión nocturna de ordenador antes de irme a la cama, ahí surgió en mi mente: una escena llena de fuerza que da sentido a todo el fragmento que estoy escribiendo. Mi personaje tras una pared de cristal, contemplando el cuerpo inmóvil y durmiente de su compañera, aquejada de una enfermedad desconocida con síntomas neurológicos muy inquietantes. Siento las lágrimas escociéndome en mis ojos como si estuviera dentro de su cuerpo. Conozco su terrible angustia y su miedo a perderla, sé lo difícil que está siendo para él pasar por todo este trago. Me sorprende la intensidad de las emociones, porque llevaba varias semanas como congelada, como si la energía no fluyera por mis venas. Pero de qué me voy a sorprender, pienso. Una cosa lleva a la otra. Estamos en mayo. En mayo, por experiencia, sé que se disparan antiguos recuerdos relacionados con antiguos aniversarios que traspasan las barreras del tiempo. Hace mucho que intuyo que escribiendo esta novela mi personaje me está ayudando a sentir lo que alguien muy parecido a él sintió en circunstancias muy similares a las de mi historia. Y de ahí me transporto de pronto a otro lugar, a otras circunstancias en las que era yo, no él, la que tenía que hacer frente a otra amarga pérdida. Veo nítidamente una lona de color verdoso con cremallera que se cierra envolviendo un cadáver. Sé a quién pertenece ese cadáver, y también sé lo que pasó después. Esto no es nuevo, sé de dónde viene y por qué sigue doliendo como el primer día. Escribir es adentrarte en las profundidades de tu alma, dije. Y de ahí puede salir cualquier cosa. A veces da un poco de miedo, pero si lo logras superar, te das cuenta de que todo está relacionado. Es como si todo fueran fragmentos rotos de un espejo que se van atrayendo y uniendo unos con otros, como ocurre en esa otra gran novela llamada El Atlas de las Nubes. Así que ahora resulta que tengo en mi mente esa clara imagen que contiene tanta emoción, y sé que ya está grabada a fuego en mi mente, ya está escrita aunque no aún con palabras, y en cualquier momento puedo partir de ella para crear lo que quiera… o, mejor dicho, no lo que yo quiera, sino lo que quiera el personaje, porque son ellos los que mandan, no el autor de la novela. Si llegas a conectar de verdad con ellos, serán ellos los que tomen el control, los que cobren vida, los que te digan qué están dispuestos a hacer y qué no. Al final, realidad y fantasía se entremezclan constantemente mientras escribes. Y yo tengo la fortuna de saber con exactitud qué parte es real y qué parte es ficción. Lo más divertido de todo es saber que el lector nunca podrá adivinarlo, aun cuando sea consciente de lo loca que está la criatura que lo escribe. No olvidemos que para ser un genio hay que poseer cierto grado de locura…
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