Una se empieza a cansar ya de estar todos los días pensando en lo mismo: el dichoso coronavirus. Buscando respuestas a tantos enigmas y sin abandonar nunca la desconfianza, he acabado escuchando un antiguo programa de radio sobre el virus Ébola, otro de mis preferidos. Lo irónico es que si me fuera a seguir escribiendo mi novela, esperando desconectar un poco de tanta irrealidad, también seguiría pensando en virus, ya que en el punto en el que la dejé, mi protagonista estaba perdiendo su consciencia afectada por un agente infeccioso aún de naturaleza desconocida. Juro que era mucho más divertido antes de que comenzara esta crisis artificial. Ahora ya ni me parece una historia con un mínimo de originalidad. Pero que mis seguidores no teman: mi saga espacial tendrá tercera parte, sí o sí. Lo peor de esta situación es la rutina y la pérdida de motivación. Pronto tengo que volver a trabajar pero sé que no va a venir nadie. Lo que sí van a llegar son facturas que tendré que pagar con mis ahorros, que a su vez provienen de los ahorros de otros. Así hasta que cerremos las puertas definitivamente, y esto después de pasarme media vida estudiando, soñando con tener pacientes a los que sanar. Querré ir a comprar alguna cosilla que me falte en la despensa pero me seguiré encontrando colas kilométricas porque la gente está dispuesta a renunciar a su libertad pero no a la coca-cola con patatas fritas. Solo pensarlo me da flojera. Además estaré en Facebook viendo bonitos vídeos de todos esos que se las dan de guays con muy buenas intenciones —posiblemente los mismos que salen a aplaudir a los balcones— para luego recibir las mismas viejas excusas si les sugiero que se hagan veganos para así contribuir a la paz mundial y al cambio que quieren ver en el planeta. Me visitará la vecina y casera hablando de introspección y lucha con nuestros propios demonios, que según ella eso es lo que cada uno de nosotros tenemos que hacer al vernos atrapados en esta situación, para al final insinuarnos que este mes nos debería cobrar doscientos euros más de alquiler por una casa con humedades y con paredes que se caen a cachos, eso por no mencionar las ventanas que tiemblan con una ráfaga de viento un poco fuerte. Pero sí, este virus nos va a hacer más espirituales, todos vamos a ser mejores personas porque volveremos a valorar los besos y abrazos. Menos para los animales no humanos que son asesinados en mataderos todos los días. A esos que les den, que siguen estando aquí para servirnos.
Palabras, palabras, palabras… Imágenes, imágenes, imágenes… Todas se las lleva el viento. Pero nadie hace realmente algo. Ahora todos somos Faramir, pero nadie está aprovechando la oportunidad de demostrar de qué material está hecho. Todos están escurriendo el bulto, y, como siempre, esperando que otros tomen las decisiones importantes. No queremos volver a la normalidad, dicen algunos. Ya nos dirigíamos a la autodestrucción y esta es la última señal de que tenemos que cambiar. Pero luego son incapaces de cambiar la leche de vaca por leche vegetal, son incapaces de cambiar el pollo por tofu. Gestos tan simples que salvan vidas, pero nadie está dispuesto a hacer algo tan fácil, y seguirán esperando que el mundo cambie solo. Puedo ser acusada de ser una pesimista o una cínica, pero mi predicción no es que vayamos a volver a la normalidad, sino que la futura normalidad a la que nos dirigimos será mucho peor que la pasada normalidad. Pero nada, si eso seguid ahí compartiendo memes como si fuéramos niños pequeños en la guardería, y sigamos aplaudiéndonos unos a otros porque somos capaces de quedarnos en casa quietecitos, entretenidos con nuestras películas y nuestras palomitas. PD: Cierro la entrada escuchando a los invitados del programa de radio hablando sobre Excalibur (el perro, no la espada). Es el colmo de la hipocresía: especistas autoproclamados defensores de los derechos animales, afirmando que a Excalibur no lo tenían que haber matado, pero sí tenían que haberlo usado como objeto de experimentación. Dejan claro que los humanos van primero, aunque sean grandes defensores de esos derechos animales. Y afirman que en España somos unos mataperros, pero apuesto a que cuando acabe el programa se irán a cenar unos churrasquitos. ¡Otro aplauso para ellos!
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